1/07/2012

LOS RELATOS DE RAFAEL EL VAQUERO. Tú mandaras en la plaza, pero en mi ganadería mando yo.


La lluvia de otoño ha dejado una brillante pátina en el suelo de las calles de Córdoba. Una pareja de turistas me pregunta por el Cristo de los Faroles, donde el recuerdo de la bella copla de Antonio Molina en su portentosa voz sigue estando presente en la memoria. Les indico la forma más corta de llegar a tan recoleto rincón cordobés. Prosigo mi camino con dos objetivos. Uno, que las gotas que caen de los aleros de los tejados no impacten en mi cabeza, y el otro que la que despiden las losas de granito, que tanto gustaban a la anterior corporación municipal, no empapen mis pies, ni tampoco los bajos de los pantalones.
Acorto hacía casa por la calle María Cristina, al pasar por la taberna de El Gallo me da por mirar para dentro. A pesar de estar recién abierta y ser todavía muy temprano, la silueta de Rafael se distingue sentada nítidamente en un velador. Como llevo tiempo que no lo saludo, decido entrar para darle un abrazo y saber de su vida. De seguro que algo me contara a la mas mínima ocasión.
-    Buenas tardes Rafael, ¿Cómo le va la vida?
-    Pos poca cosa de novedá. Aquí viendo caer la pañí y pensando la buena esparragá que voy a dar cuando escampe.
-    Eso está bien Rafael, pensando en el campo que es lo que de verdad le gusta.
-    No, lo que gusta es una buena tortilla de trigueros, o un buen revuelto con huevos con jamón, y si me apura saborearlos esparragaos con chorizo de Espejo.
-    No está mal la propuesta. Cuando salga usted al campo a buscarlos, una de dos, o me avisa para recogerlos, o para saborearlos de cualquier forma.
-    Eso está hecho amigo. Cuente osté con ello.
No queda nada más que reír y pensar en que las lluvias amainen para salir en busca de una buena recolección de espárragos trigueros en la sierra cordobesa. Como es la hora del aperitivo pido un medio de vino de la casa e invito a Rafael de paso.
-    Bueno amigo mío ¿y de toros qué?
-    Pues Rafael todo sigue igual. Las primeras ferias empiezan a organizarse y todo pinta que las ganaderías serán las mismas de siempre. Los veedores de las empresas van siempre a donde les mandan los toreros y poco más. Esto no tiene arreglo.
-    Eso ha sio siempre igual. Las ganaderías que iban a las ferias eran las que querían los toreros, lo que ocurría es que entonces los toreros de vez en cuando hasian un gesto y mataban corridas de todos tipos. También había más variedá de sangres que ahora. Ahora todos los toros parecen mecánicos, toos embisten iguá.
-    Antes era así, pero ahora hay encastes que no van a las ferias ni por equivocación Rafael. Son ganaderías y castas hoy malditas, pero que antes dieron mucha gloria a los que se pusieron delante de ellas y mucho brillo a la fiesta de los toros.
Llegado este momento Rafael, calla. Toma un sorbo de vino y respira hondo. En su cara y en el brillo de sus ojos se adivina que está a punto de contar algo interesante. Su larga vida vinculado al campo bravo le hace ver las cosas bajo un prisma distinto. Podrá estar equivocado, pero lo que dice siempre tiene mucho de interés.
-    Mire osté, en mi época esto era de otra manera. En su casa mandaba el ganadero y no permitía a nadie meter la nariz en su manera de llevar la ganadería. Hoy me ha llevao osté a un par de tentaderos y como también he ido otros que me han invitao otros señores, he visto que hoy en cualquier ganadería manda too Cristo. A parte que antes a nadie se le ocurría hacer observaciones como las que hoy se jacen.
-    Eso es verdad Rafael, hoy cualquiera sugiere al ganadero algo sobre el juego de una vaca. Desde el propio matador, su apoderado, el picador o cualquier invitado de turno.
-    Antes no se abría la boca. Y no se abría porque el ganadero conocía perfectamente el tipo de toro que buscaba y tenía en su sesera. Y si quería una mejora pues seleccionaba en torno a lo que quería o bien hacía el cruse que le interesaba buscando algo fuera de su casa.
No le falta razón a Rafael, he tenido la suerte de ver tentaderos en casa de ganaderos de toda la vida y el respeto es máximo, nadie osa corregir las disposiciones de los criadores. En cambio en casas nuevas, de recién llegados a este mundo, cualquiera tiene la potestad de hacer una observación, una corrección, una sugerencia, que a la larga lo que consiguen es confundir a un criador advenedizo y con un desconocimiento total de lo que es la cría del toro bravo.
-    Le voy a contar una cosa que presensie, aunque por motivos de cortesía voy a callarme los nombres de los protagonistas, porque aunque están los dos mu viejos aún habitan en este mundo de los vivos.
-    Cuente Rafael que soy todo oídos.
-    Pos mire osté, había un ganadero que tenía una punta de reses heredadas de sus mayores. Una ganadería buena pero que en los últimos años echaba en farta un poquillo de genio. Para ello se cruzó con un toro de García Pedrajas que dio un resultao superió. Un año se tentó la camá de erales a campo abierto, como era normal en la casa, y el ganadero dejo para quemar en la plaza a dos “dijes”. Uno hijo del toro de “pedrajas”. Negro y mu bien hecho y arrematao. El otro era más bastote de jechura. En el tipo de toda la vida de la casa. Berrendo en negro aparejao, grandón y con un par de pitones esajeraos.
Interrumpe Rafael su relato para tomar un nuevo sorbo de Montilla-Moriles, momento que aprovecho para solicitar a cocina una ración de gambas rebozadas que tan sabrosas las ponen en esta casa.
-    Yo era muy jovencito y acudí a la ganadería para recoger un peto para el caballo de picar que le había prestado mi “jefe” y a la vez por la curiosidad de ver torear en el campo a una de las coletas más importantes de la época, a la que el ganadero, vamos a llamarle don José, aunque no era su nombre real, había invitao para la retienta de los dos novillos, debido sobre todo a la amistad que había unido a su difunto padre con el apoderao del torero.
-    Usted como siempre. Conociéndolo seguro que su curiosidad le hizo presentarse voluntario para ir a recoger el peto.
-    Qué bien que conoce osté ya, jajajajajaja. Bueno al grano. Don José estaba solo en un burladero acompañao del mayoral. En otro burladero el matador y su mentor. El torero iba impecablemente vestido de corto con unos zahones primorosamente labrados. Cubierto por una gorra campera de cuadros y con uno de aquellos capotes que tanto echo hoy de menos. Suerto y si apresto alguno.
-    ¿Y qué pasó Rafael?
-    Don José ordeno soltar primero al hijo del “pedrajas”. Tenía mucho interés por ver al hijo del toro que estaba cambiando la forma de embestir en la ganadería. El animal tomó con codisia seis varas, pero seis varas de verdad. Empujando con el rabo en alto y con poder, pegando el picaor un par de buenos porretasos. Ordenó que se colocase de nuevo con la penca del rabo pegá a la puerta de toriles y que se le llamase a la voz. Cuando too paresia indicar que se iba a arrancar como un cohete, metió el hosico entre las patas y escarbó. Don José gritó con autoridad: “Visto, Fulano coge la muleta”. El mataor con una técnica y un gusto envidiable se jincho de torear. El animal era de durse, pastueño y con clase. Quizás el único defecto era su sosería a la hora de embestir, pero aquel bicho no se cansaba de ir tras la pañosa que le ofresian una y otra vez.
-    Tuvo que ser un buen animal.
-    La verdá es que si. Se le dío puerta y tras un breve descanso se dio suerta al berrendo. En la plaza se vieron sus feas jechuras. Acochinado, regordío y con dos leños respetables. Fue ver al piquero y se fue por él como un cohete, empujando con fuerza y brusquedad, no parando hasta que vio al caballo patas arriba. Violento en los cites tomó igual número de varas que su hermano de camá. Don José mandó al torero que tomará la muleta y el animal siguió con sus bravas acometias la franela. Aquel bicho reponía una barbaria y los pases de pecho eran realmente para quitárselo de encima. Bravo y encastado resultó el berrendo que una vez dentro del chiquero y estando pendiente del caballo, le dijo el picador al ganadero: “Don José, el becerro está pendiente de mi”. “Llámalo a ver que hace”, respondió el ganadero. El animal salió como una bala y le metió una buena sacudida al jaco, costando un mundo jacer que el eralete dejase a su presa.
-    Vaya retienta de machos. Ese espectáculo tuvo que ser memorable
-    Lo mejor vino en el palco. Se pusieron unos platos de fiambre, unas papas a lo pobre y un vino superió. Don José me dijo que subiera y que comiera, que ha había ordenao que cuando “desvistiesen” al penco pusieran el peto en la mula que había traido para hacer el recado.
-    Y lo mejor fue la comida.
-    Nooooooo, como va a ser la comida. Lo mejor fue que la figura de turno le pregunto al ganadero: “Don José no le pregunto qué novillo terminará en las vacas, porque la cosa creo que ha estado clara”. Don José muy serio le contestó: “Cuál crees tú que está aprobado para semental”. El torero con aire de suficiencia respondió: “El negro, el hijo del toro de “pedrajas”. Don José sonrió socarronamente. “Muchacho creo que te equivocas, el semental aprobado es el berrendo.” No vea osté la cara que puso el mataor y su caterva de acompañantes. “¿Cómo es eso don José, si el otro ha sido mejor”. Don José tomo una aceituna y tras comerla le dijo: “El mejor para ti, para el torero. Noble y colaborador pero con poca raza”. “Vamos don José si ha sido extraordinario, al menos pruébelo usted con unas pocas de vacas, verá usted como no se arrepiente. El otro que sepa usted que no me ha dejado vivir, un barrabás, se revolvía en un palmo y no por bravura si no por mal genio.”
-    ¿Y se cayó el ganadero Rafael?
-    Que se va a callar, entoavia lo estoy viendo. Encendió un habano y le dijo al torero: “Mira Fulano, en la plaza, en los despachos, en los periódicos, entre tus compañeros, mandarás tú y tu apoderado. Pero que te quede clara una cosa, que en esta casa mientras yo sea el que cría los toros, el que manda soy yo, y yo soy el que decide que toros van a las vacas.”
-    Leches, que carácter ¿no?
-    Sí señor. Se hizo un silencio y a penas se habló en lo que quedaba de comida. A mi llamaron que ya estaba el peto amarrao en la mula y cogí carretera y manta. No iba aún por el carril de salía del cortijo cuando me adelantó un buick negro donde el mejor mataor del momento iba con el rabo entre las patas.
-    Entonces Rafael pocas corridas mataría ese torero de esa casa a partir de cada momento.
-    Pues se equivoca osté. Esa ganadería estaba en las ferias porque era una ganadería brava y de clase, por lo que de cuando en cuando y se tenía que jase una gesta, el figura de turno la mataba de buen grado para dar gusto al público, que finalmente es quien paga y manda.
Las cosas hoy, desgraciadamente, no son igual. Pocos son los ganaderos que imponen sus criterios a los taurinos y taurinillos que tanto daño hacen a la fiesta de los toros. Hoy se doblegan a los intereses de los que les compran sus productos. Los que les obligan a manipular pitones, a enfundar, a seleccionar para ellos en pos de una comodidad que cada día está de más en esta fiesta tan nuestra.  

   




2 comentarios:

Emilio J. dijo...

Bonita anécdota Salvador, ¡que pena que esto no pase hoy en día!. En cuanto al ganadero de esta historia no estoy seguro pero creo que puede ser el marqués de Albaserrada.

Javier dijo...

Bien, compañero, bien contado y bien traido