9/08/2014

GRAVE FALTA DE RESPETO AL TORO


Análisis del trasfondo del feo gesto de El Fandi en Priego de Córdoba

La tauromaquia es posiblemente la última liturgia viva del Mediterráneo.  Un ceremonial donde el hombre mata al toro a cambio de poner en juego su propia vida. Todo ello en un acto que puede parecer desigual, donde la razón humana se enfrenta al instinto y la fuerza del toro bravo. El filosofo francés François Zumbiehl vinculó la fiesta de toros al legado grecolatino, donde la muerte es algo natural, algo que no debe de ser escondido, la muerte tiene que ser sacada a escena. La tauromaquia no es una liturgia sanguinaria, se podría calificar en todo caso como sangrienta. Fiesta que se enraíza con las costumbres micénicas, romanas e ibéricas. Una fiesta heredada y que actualmente pierde valores primigenios a pasos agigantados.

La lidia debe de ser un combate de igual a igual. Cada contrincante pone en liza sus bazas. Razón frente a instinto. El toro no es abatido, es sacrificado en una lucha noble. El toro tiene un trato divino. Su relación con el hombre siempre debe de ser leal. Por ello el toro, pilar y protagonista de esta liturgia, debe de ser siempre respetado ante todas las cosas. Es el hombre quien ha decidido poner su inteligencia frente a su pujanza animal. La burla con unas simples telas y el rito sacrificial se efectúa con una simple espada. Como apunta Francis Wolff: El respeto por el toro en la plaza consiste en comprender esta voz que habla y finalmente hacerla cantar, en hacer pues una obra de arte con esa embestida natural y con su propio miedo de morir.

La fiesta corre el peligro de convertirse en algo intrascendente. La pérdida de sus valores fundamentales cada vez es más palpable. El actual sistema ha perdido el respeto a la fiesta. Con ello todo cada vez importa menos. El final de todo seguir así se antoja vertiginoso. La corrida, o lo que es igual,  la fiesta humanizada de hoy terminará por imponerse. La fiesta clásica, poseedora de una riqueza antropológica inigualable, puede que tenga, hoy por hoy, fecha de caducidad.

Lo acontecido el pasado domingo durante la corrida de la feria Real de Priego de Córdoba es muestra clara. Poco importa la lucha de un consistorio y de una empresa en rescatar un coso centenario tras una ineficaz gestión. El trabajo de poner en valor el coso de Las Canteras y de ver casi cubierto su aforo, ha quedado devaluado por un mal gesto, por una falta de respeto al toro y con ello a la rica liturgia de la tauromaquia.

Transcurría la faena al tercero de la tarde. Su matador, un sportman que encabeza el escalafón desde hace años y de forma poco comprensiva, se había lucido con el capote. Lances con un temple solo al alcance de unos privilegiados y que pasan desapercibidos para el público de hoy que espera otras cosas. El tercio de banderillas fue como siempre. Eléctrico, bullidor, heterodoxo, haciendo gala de una facultades físicas propias de un deportista de élite. La verdadera suerte de banderillas queda muy alejada de lo que le vemos una tarde tras otra. Como todo en el toreo la despaciosidad y el temple deben de ser visibles en el segundo tercio. Estamos equivocando conceptos. Arruza trajo un tercio de banderillas vistoso y mostrando un físico poderoso, pero se templaba y cuadraba en la cara. Hoy se aplauden más los saltos y las pasadas vertiginosas por la cara del toro, que cuadrar en la cara, clavar y salir de la suerte apoyándose en los palos. El tercio final fue una sucesión de muletazos ramplones, de cara al público y de poco fondo. La faena estaba terminada. El toro, como la mayoría de los que se lidian hoy, se entregó. Había agotado su aguada sangre brava. Buscaba la querencia de sus terrenos, cuando se hecho vencido y derrotado. Su lidiador ni corto, ni perezoso se sentó en sus cuartos traseros humillándolo aún más de lo que el sistema vilipendia al toro. El público, eso es otra, aclamó el gesto como algo grande, como algo extraordinario. Tanto es así que una vez estoqueado el toro pidió para su matador los máximos trofeos, sin tener en cuenta el agravio sufrido por el toro y la tauromaquia misma.

Faltar así el respeto al toro es faltar el respeto a la fiesta. Es manchar aquello que te permite ser un ídolo, que se ha convertido en tu modo de vida, en lo que te ha convertido en ser un personaje público. El gesto fue innecesario, accesorio y grosero. La fiesta tiene valores que se pierden con sucesos como el vivido el pasado domingo en Priego de Córdoba. Las disculpas y desagravio público aún no se han llevado a efecto. Lo peor es que a este paso jamás llegaran.

El Día de Córdoba
08/09/2014


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