El torero cordobés trae al toreo la
culminación de lo que apuntaran sus predecesores
LLEGA el final de agosto. Es el final de muchas cosas.
De un verano que comienza a terminar, o de unas merecidas vacaciones. En agosto
la temporada taurina está en uno de sus puntos álgidos. Los días de la Virgen,
del 15 de agosto al 8 de septiembre, marcan el cenit de la campaña taurina año
tras año. Las ferias, y con ellas los festejos taurinos, hacen que sean fechas
marcadas en rojo en el calendario de la tauromaquia. Son las fiestas de la
España profunda, de esa España que aún aúna el toreo con los días grandes de
ocio. Una de esas poblaciones donde los toros continúan unidos con la fiesta es
Linares. La ciudad jienense celebra sus tradicionales fiestas en honor de San
Agustín. Hablar de Linares y toros es hablar de Manolete. De su figura, de su
trayectoria, de su pundonor, de su personalidad y con ello de su trágica muerte
que lo convirtió en uno de los mitos de una España quebrantada por una cruel
guerra.
Han pasado sesenta y siete años de aquella tarde
trágica. Son muchos años. Pero el toreo no olvida la figura alargada del torero
de Córdoba. Figura que es recordada en actos que se vienen repitiendo año tras
año. Manolete continua siendo exaltado muchos años después. Su imagen continúa
siendo un ícono y un modelo a imitar. Manolete continua vivo. Un año más, como
siempre, se cantara al torero cordobés, se le recordará y le serán ofrendadas
flores rojas. ¿Pero realmente conocemos lo que aportó Manolete al toreo?
¿Sabemos de su importancia en la evolución del arte de torear?
Manolete es mucho más que Linares. Mucho más que un
terno rosa pálido y oro. Mucho más que un mechón de pelo blanco. Mucho más que
Islero. Mucho más que Miura. Mucho más que un plasma maldito. Mucho más de Lupe
Sino. Mucho más que una muerte trágica. Manuel Rodríguez tiene más importancia
que la leyenda negra de aquella tarde-noche en Linares. Si nos quedamos en
aquel 28 de agosto, nos quedamos con lo más superficial de la vida torera de
Manolete. Nos estamos quedando con la cara amarga de una vida, que tuvo un
final trágico. Un final que lo llevo a convertirse en un mito y en una figura
inmortal, pero que desgraciadamente, y el paso de los años acentúa aún más, es
cada vez más desconocido para el público que ama la fiesta de los toros.
Manolete es un mito por mucho más que aquella tarde de
Linares. Manolete es, como dice el escritor Domingo Delgado de la Cámara, el
arquitecto que proyecta y culmina el toreo. Un toreo que continua vigente en la
actualidad. La figura de Manolete a la que hay que cantar, es a aquella que
trae al toreo la culminación de lo que apuntaran sus predecesores. En Manolete
se aúnan la sapiencia de Joselito el Gallo, inculcada indudablemente por
Camará, y el toreo de quietud que apuntara Juan Belmonte, que aportó
fundamentalmente a la tauromaquia el cruzarse al pitón contrario y que sus
cantores vendieron como quietud. Manolete es la culminación de una forma de
torear que aún vive. El torero de las faenas nuevas y frescas. Faena como la de
aquel toro de Villamarta en Sevilla, o al sobrero Ratón de Pinto Barreiros en
Madrid. Faenas en que muestra todo el poder de dominio sobre el toro. Trasteos
donde eran santo y seña llevar la mano muy baja, alargando hasta más allá los
muletazos, ligando sin inmutarse y con una espartana quietud, unos con otros en
tandas con un temple latente que enloquece al tendido. Manolete es además uno
de los mejores estoqueadores de la historia de la tauromaquia, tanto que
encontró la muerte por no buscar alivio alguno en la última vez que interpretó
la suerte suprema.
Luego la figura de Manolete fue vilipendiada y
calumniada por gente sin escrúpulos. No importaba acusar de los males del toreo
moderno a quien no podía defenderse. Era lo más fácil. Culpar a quien estaba
muerto. Un torero al que sus detractores acusaron de corto de repertorio, pero
que llevó a la expresión máxima un toreo que muchos años más tarde continúa
vigente, e incluso imitado con gran mimetismo por una de las figuras de nuestro
tiempo. Un torero que se enfrentó y mató a toros de cualquier ganadería sin
imposiciones ni vetos. A saber, Manolete en su vida profesional, tampoco fueron
tantas temporadas, estoqueó entre otras cosas lo siguiente: Albaserrada, hoy
Victorino Martín, 38 toros. Felipe Bartolomé, encaste "santacoloma",
7 toros y 2 novillos. Buendía, "santacoloma", 27 toros y 2 novillos.
Curro Chica, encaste Braganza, 12 toros. José Enrique Calderón, hoy Prieto de
la Cal, 10 toros y 1 novillo en un festival. Concha y Sierra, 24 toros y 10
novillos. Conde de la Corte, 52 toros, 4 novillos y otro más en un festival.
Galache, "urcola" y "vega-villar", 51 toros y 2 más en
festivales. Miura, 16 toros y 2 novillos. Pablo Romero, 21 toros. Saltillo, hoy
Moreno de Silva, 30 toros y otro más en un festival. Arturo Sánchez Cobaleda,
"patas-blancas", 27 toros y dos más en festivales. ¿Alguno de las
figuras de hoy pueden presumir de tal variedad de sangres del campo bravo en su
haber?
Por esto la figura de Manolete tiene que ser
revitalizada de nuevo, dejando atrás lo superficial y sensacionalista. Manolete
es mucho más que unas flores rojas sobre un mármol blanco de Carrara y más que
unas tarantas bajo la luna de agosto. Manolete, el mito, el torero, es el pilar
sobre el que se sustenta el toreo sesenta y siete años después.
El Día de Córdoba (29/08/2014)