5/16/2008

ESTO YA ESTA AQUI


Mayo ha llegado. Como siempre, sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Córdoba en este mes es un laberinto a los ojos de un pintor, como bien dice la copla. La primavera ha roto con rotundidad y la ciudad se torna policroma. El color brota en todos y cada uno de sus rincones. Pasear por sus calles y sus plazas, participar de sus fiestas, o contemplar su serena belleza, es todo un goce para los sentidos. Sus patios, sus rejas, el rumor de sus fuentes hace que la ciudad, además se torne más cosmopolita que en cualquier otra época del año. La alegría también se palpa por doquier. Córdoba está de fiesta, si de fiesta, para celebrar la explosión de luz, color, belleza y sensibilidad que nos brinda anualmente la naturaleza. La fiesta comienza con el esplendor de cruces y patios y termina con la semana grande de la feria. Feria que como toda con pretensiones, no está huérfana de toros. Córdoba no puede ser menos. Además su historia está preñada de torería y no precisamente de una torería vulgar, si no de una de gran majestad, a la vez que poderosa y estética. Córdoba es taurina por antonomasia. El sabio pueblo cordobés conocedor de su legado histórico, lo sabe y está orgulloso de ello, pero desgraciadamente ha caído en la tentación de vivir de las rentas, en lugar de reverdecer viejos laureles.

Es la hora de poner en valor todo el peso que tiene Córdoba en el toreo. No basta con la tertulia senequista del frio mármol tabernario. El pueblo de Córdoba tiene que volver a la plaza. Esta temporada debe de ser la que sirva para sacudirnos la mediocridad y monotonía que nos come desde hace años. Es la hora de hacer que Córdoba retome el peso que jamás debió perder en el mundo del toro. Si nos lo proponemos de seguro que será conseguido. Hay que desechar complejos de inferioridad con otras ciudades, aficiones o plazas. De nosotros, los cordobeses, depende. El que algo quiere, algo le cuesta. Por eso debemos de acudir a la plaza, para que no nos tachen más de apáticos y senequistas. Debemos de exigir a los espadas actuantes que rindan cuentas en la arena, censurando a todo aquél que no venga a Córdoba a justificar su nombre y cartel. Igualmente debemos de exigir que no falle el cimiento básico de la fiesta, el toro. Por ello debemos demandar un toro integro, en puntas, serio, con el trapío y casta suficientes para que tenga importancia lo que ante él se haga. Para ello habrá que reivindicar una fiesta íntegra en sus tres tercios, recuperando el primer tercio, baremo de bravura del toro, hoy por desgracia en serio peligro de extinción. Por esto hay que reclamar a los profesionales el exacto cometido de la liturgia de la corrida, a la empresa celo con la materia prima, el toro, y a la autoridad el celo suficiente para hacer cumplir a unos y a otros lo legislado al efecto. Solo si reclamamos de una manera seria, tendremos el espectáculo que tanto echamos en falta.

Es la hora, esto no está muerto, solo estamos inmersos en un profundo sueño. Es la hora que la Córdoba taurina se sacuda el letargo. La afición cordobesa tiene la última palabra. Solo hace falta querer y como reza el viejo dicho, querer es poder. Solo nosotros tenemos la última palabra.

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