4/18/2010
LOS RELATOS DE RAFAEL EL VAQUERO. El indultado que no fué semental.
La lluvia no cesa. Las calles de Córdoba brillan patinadas por el agua. Tanta lluvia y tanta humedad hacen que la salud se resienta. Los enfriamientos y catarros están a la orden del día. Mi garganta es una de las que está sufriendo estos cambios y no tengo más remedio que pasar por la farmacia, tras visita obligada al médico, para hacerme con los compuestos que le puedan dar alivio. Después de comer salgo con las recetas camino de la farmacia y una vez que entro en élla, advierto la presencia de Rafael, el viejo vaquero. Impecablemente vestido, pantalón de rayas, camisa blanca sin corbata, chaqueta de pana color tabaco, gorrita campera de paño y un extraño impermeable de hule azul marino que, de seguro le hace no tener mucha preocupación por la lluvia. Me ve y me saluda efusivamente.
- Hombre, amigo mío, cuánto tiempo sin verlo. ¿Le pasa algo?
- Nada Rafael, estos tiempos que han hecho que estemos un poco ‘averiaos’. Aquí vengo a comprar unas medicinas para ver si me curo de una vez, que estoy perdiendo entre el agua y la mala salud muchos reportajes de ganaderías en el campo, que ya sabe usted que eso gusta mucho a la gente.
- Venga, compre lo que le haga falta que le espero. Que yo solamente vengo por una cajita de pastillitas Juanola, que yo me curo sin medecinas, jejejejeje.
Salimos de la botica y como nuestra taberna de guardia está cerrada y no es hora de beber vino, pasamos a una céntrica cafetería a tomar un café calentito que es lo que más apetece.
- Rafael, que pena. Con tanta agua estoy perdiendo un montón de visitas al campo. Ya no sé qué hacer. A ver cuando escampa.
- Tanta agua no es buena para el ganao, se pone too embarrao y los animales no se mueven, no hacen ejercicio y eso después se acusa en la plaza. Que lo sepa usted.
- Me lo figuro Rafael y si usted lo dice, así es.
- Si confié en lo que le digo es el evangelio. Invierno de mucha agua es igual a toros fríos y paraos en las primeras ferias, acuérdese de lo que le digo.
- Bueno, vamos a ver si con esto me pongo mejor y deja de llover. Es la única forma de volver al campo a tirar fotos, como dice usted.
- Yo no tomo potingues de esos de la botica. Si me constipo me lo quito con brandy caliente con dos cucharás de miel. Eso es mano de santo.
- No debe de ser mala esa medicina Rafael. La voy a combinar con estas de la bolsa a ver como se da la mezcla y en cuanto escampe, al campo que tengo que ver un toro indultado con su lote de vacas.
- Ahora que dice de toros indultaos ¿Usté sabe una cosa?.
- Dígame.
- Conozco la historia de un toro indultao que jamás fue toro de simiente en su casa.
- Y a que espera. Desembuche que no conozco esa historia.
Rafael toma un sorbo de café y carraspea. Ese carraspeo es señal de que se está haciendo de rogar, pero como lo conozco, tengo paciencia para esperar que empiece.
- A raíz de que Don Álvaro Domecq organizase en Jerez la corrida concurso de ganaderías, fueron muchas las plazas que copiaron en modelo. Era un aliciente para los aficionaos. Sobre todo a los que gustaba el toro. Vamos a los que hoy llaman toristas. Siempre era bonito ver a los toros de castas diferentes competir por un premio. El toro que ganaba, tenia que ser completo de principio a fin y la suerte de varas era fundamental. Los premios tenían gran reconocimiento y como por aquel entonces el indulto no estaba legislao, pues si salía un gran toro se le podía perdonar la vida.
Rafael para. Apura su café y pide una copa de brandy. El camarero se la sirve y me dice con sorna
- Ve usté. Esto es lo mejor para los resfriaos y no tanto petacetamol.
No tengo más remedio que reírme y decirle que siga contando la historia.
- Pues bien. Una plaza que se apuntó a la moda de las corridas concurso fue la de Salamanca. Se solían lidiar toros de las ganaderías de la región. La flor y la nata del campo charro, aunque de cuando en cuando se compraba algún toro andaluz, más que nada para que no se dijese que la corrida tenía carácter regional. Como siempre había mayoría de ganaderías charras, pues la proporción que ganara el toro de aquí abajo era menor. Cosas de la organización, ya se figura usté.
- Bueno, Rafael, al grano, que mete usted mucha paja.
- Hombre, no me diga eso. Trato que esto sea más entretenido, no.
No tengo más remedio que armarme de paciencia y esperar que siga con lo que realmente interesa de esta historia.
- Bueno pues en el año 1967 se anunció la tradicional corrida concurso en La Glorieta. La estoquearían Diego Puerta, Palomo Linares y Agapito Sánchez Bejarano. Los toros serían de las ganaderías de Juan Mari Pérez-Tabernero, viuda de Galache, Alvaro Domecq, Baltasar Iban, Pilar Sánchez Cobaleda y Carreros. Como verá usté variabilidad de sangres. Cada ganadería con una casta distinta. Martínez, urcola, domecq, contreras, atanasio y carreros. Igual que ahora. ¿Se da usté cuenta de cómo iba eso? Igual que ahora que los seis tienen la misma sangre y parecen que son de la misma casa.
- La verdad es que la cosa tenía gran aliciente, Rafael.
- Bueno, al grano. Pues resulta que Atanasio Fernández, que estaba anunciado de primeras, se le estropeó el toro que tenia reseñao con gran disgusto pues lo tenía bien escogío. Como no tenía sustituto, se vio obligao a escoger uno con el hierro de su hija, Pilar Sánchez Cobaleda, al que se destinaban todas las vacas de desecho del hierro del zorro de Campocerrado.
Bueno, el toro, costó un mundo embarcarlo. El animal se asustaba por cualquier cosa que se movía. Tanto jaleo formó en el embarque que Don Ata, se marcho maldiciendo entre dientes. Que conste que tenía una ganadería en la flor, pues estaba formá con la sangre de la más brava de España, que como le he dicho y le diré siempre es la del Conde de la Corte.
- Ya lo sé Rafael. Usted siente por la ganadería del Conde autentica veneración, pero ahora no levanta cabeza.
- La verdad es que sí, si Don Agustín levantará la cabeza se la arrancaba a su sobrino.
- Bueno siga, que no acabamos nunca.
Toma otro sorbito de brandy y lo saborea detenidamente antes de proseguir. Yo como con la medicación no puedo acompañarle, no tengo más remedio que pedir un botellín de agua con gas. El camarero me lo trae y Rafael no tiene otra ocurrencia que hacer un chiste fácil.
- Tanto que no quiere más agua y va usté y pide una botellita. Jajajajajaja
- Bueno siga y no se ría usted tanto, que hoy está usted muy guasón.
- El toro cuando llego a los corrales de La Glorieta dio otro mitin. Se asustaba de todo. De puertas, de sombras, de los trapos que le enseñaban para enchiquerarlo. Vamos hizo cosas de manso integral. Nadie daba un duro por él. Pero por la tarde cambiaron las tornas. Cuando aquel toro, como buen atanasio, se calentó resultó una maquina de embestir. Se arrancaba de punta a punta de la plaza. Palomo estuvo sensacional con él. Tanto que el público pidió y consiguió que al toro, que se llamaba “Clavelero” que no lo he dicho, se le perdonase la vida, resultando ganador de la corrida, entregándosele a Pilar, la hija de Don Atanasio, una escultura como trofeo.
- Bueno Rafael. Bien terminaron las cosas. Estaría Don Atanasio contento.
- Eso se cree usted. Para fuera sí. Todo eran risas y abrazos, pero por dentro se acordaba de los pingos que daba el toro cada vez que se abría una puerta o veía una sombra.
- ¿Y qué paso entonces Rafael?
- Pues nada que cuando el toro curo y como ya he dicho Don Atanasio estaba en la flor, apareció por “Campocerrado” un ganadero portugués a comprar una punta de vacas y un toro para padrearlas. Don Ata vio el cielo abierto para desprenderse de “Clavelero”. Le vendió al ganadero luso un lote de vacas y el indultado “Clavelero”. Cuando el portugués vio que se llevaba el toro premiado, le dijo a Don Atanasio que porqué le permitía llevarse un toro que había escrito una página de oro en la ganadería. Don Atanasio no lo dudo. Respondió: “En mi casa los sementales los escojo yo, no el público”.
- Vaya con Don Atanasio Rafael, con razón era conocido como el zorro.
- Ya lo ve usté. Pues mu mal no tuvo que ligar el toro, pues a raíz de esa compra la vacada de Ernesto Louro Fernández de Castro, subió rápido en los carteles. Los misterios del toro querido amigo.
- Ya lo veo Rafael. Bueno ha llegado la hora de irse que amenaza más agua.
- Es verdá. Pues cada mochuelo a su olivo.
- Rafael por último. ¿Cómo sabe usted esta historia si usted no llevo ningún toro esa tarde a Salamanca?
- Entre lo que me contó el mayoral de Álvaro Domecq y luego unos años después mi amigo Vicente, extraordinario conocedor de lo que se cocía en el campo charro, he reconstruio la historia, así que adiós muy buenas.
Con su empaque a pesar de los años y apoyado en el paraguas Rafael, antes que empiece el agua, camina presuroso hacia la parada de taxis. Desde luego pasar con él un rato de tertulia es todo un lujazo.
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