La liturgia de la lidia tiene, como todas, una riqueza sin igual. Hoy desgraciadamente la esencia de esa liturgia está en vías de extinción. Se acabo correr los toros a una mano. Desaparecieron los quites de peligro y hasta casi los artísticos. Se perdió la pureza de citar a caballo con los pechos por delante. Se están perdiendo también los pares de poder a poder, a topacarnero, con los terrenos cambiados y por los adentros. El toreo sobre los pies tampoco es usual y recibir a los toros, como dice la soleá que hacía Domínguez a los toros de Coria del Río.
Se perdieron las coletas naturales, los capotes de seda y los estoques de tres canales forjados por la legendaria espadería de Luna. Cuántas cosas han desaparecido que pensábamos no volverían.
La tarde de ayer nos dejó cierto sabor nostálgico. Las cosas que se creían perdidas aparecieron como salidas del túnel del tiempo. Detalles que nos trasladaron a otras épocas añoradas de la historia del toreo. Antonio Jiménez El Lili corrió a una mano a punta de capote al segundo; José María Tejero metió el capote para evitar a su compañero Juan José Trujillo un apuro tras parear al sexto. Anteriormente, en el primero los dos hermanos Tejero parearon de poder a poder al primero, al igual que Curro Javier al tercero y el nombrado Trujillo al sexto. Morante le anduvo sobre los pies a su primero antes de entrarlo a matar. Manzanares recibió, como dicen que lo hacía Domínguez, al tercero. El de la Puebla llevaba en sus manos un capote suelto, sin apresto, como aquellos de seda que manejaban en los cincuenta Mario Cabré y Rafael Escudero. Se vieron también apéndices capilares de verdad, como antaño, en las testas de José Antonio Morante y El Lili. Detalles nostálgicos o recuperación de tradiciones añejas que jamás debieron perderse.
Lástima que los toros que lucieron el pial que dio lustre a los Duques de Veragua, no se acordaron del poder y pujanza que nos cuentan tenían los que criaban los descendientes de Colón. El toro es la piedra angular de la fiesta que urge encontrar en Córdoba. Volvió a salir un toro que es impropio de la tierra que vio nacer encastes singulares.
Y cabe destacar a un centauro como Alfonso Barroso, picador de toros. Sí, picador de toros y excepcional caballista. ¡Qué pena que el toro de hoy no tenga poder! Con lo bien que torea a caballo este piquero de dinastía. Midió el castigo en el sexto y defendió a la cabalgadura con maestría y majeza, para luego dar el pecho del caballo y dar belleza a la suerte.
Salvador Giménez
Publicado en "El Día de Córdoba" el 27 de mayo de 2011
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