Ya el domingo, cuando fue desembarcada, gustó el
bonito tipo que lucían los erales enviados por Santiago Domecq. Animales bien
hechos, armónicos, bien presentados para una plaza de primera, y que a la
postre dieron el juego apetecido por los actuantes en este tipo de festejos. Unos pasteles, todo un
lujo. La empresa puso un ganado de garantías en un festejo menor, donde antaño
se compraba lo más barato, lo mas feo y lo de más desecho que pastara en el
campo bravo. Bien por la casa Chopera que sabe que en estos festejos está la
autentica cantera de la fiesta.
Luego los seis actuantes estuvieron más o menos
acertados ante ellos. Unos se comieron el pastel con glotonería, pero sin
saborearlo como debieran; otros se indigestaron con los condimentos más fuertes
de la receta; alguno se quiso deleitar tanto con el manjar que se le paso de
cochura, y eso sí, no supieron rematar lo esbozado acero en ristre. Todos
presentaron sus avales a toreros, algunos con más fortuna que otros.
Las escuelas taurinas se están convirtiendo en fábricas
de toreros adocenados, cortados por el mismo patrón y sin personalidad alguna. Por
eso hay que fomentar que cada torero desarrolle su propia personalidad. Ayer
los que sacan buenas “notas académicas” en las escuelas estuvieron a medias
tintas, ahora los que hicieron lo que su cuerpo y mente les pidieron, abrieron
la esperanza de muchos asistentes.
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