Manuel Rodríguez "Manolete", matador de toros, en el LXV Aniversario de su muerte.
Manolete llega serio, como de costumbre,
al patio de cuadrillas de Linares. El hombre muestra un rostro cansado,
cetrino, preocupado. El peso de la purpura empieza a pesarle en los hombros.
Son ya varias temporadas siendo el eje y espejo de un pueblo. Las gentes tratan
de olvidar la guerra admirando otra contienda. La del hombre y la bestia.
Manolete ha traído un nuevo concepto de toreo a las plazas. Manolete demuestra
tarde tras tarde que con valor, compromiso, profesionalidad, quietud, y con una
personalidad arrolladora, se puede sacar partido a muchos toros, a demasiados
para lo que se estaba acostumbrado hasta su advenimiento. Las gentes se
convierten al “manoletismo” con la nueva doctrina y elevan al taciturno torero
cordobés a la categoría de ídolo.
El hombre y el ídolo mantienen un duro
pleito en la temporada de 1947. El hombre está cansado, muy cansado. Todo el
toreo se centra en él. La exigencia de los públicos hacía su ídolo ha hecho
profunda mella en el hombre. El hombre no quiere ceder a pesar del agotamiento
físico. Su disciplina espartana y su sentido de la profesionalidad le hacen
seguir pasando todas las tardes una línea roja imaginaria entre la vida y la
muerte. Las gentes no comprenden al hombre ni sus debilidades humanas, solo
quieren adorar a su ídolo triunfante.
El hombre y el ídolo están en Linares.
El hombre desmadejado. El terno rosa pálido y oro no se ciñe a su cuerpo, las
arrugas de la taleguilla muestran la delgadez del hombre, pero no la de su espíritu.
El ídolo tiene que seguir siendo ídolo a pesar de la humanidad del hombre que
lo sostiene. Hay que seguir contentando a la masa ferviente. Por la mañana,
como tantas tardes, cambia el toro más chico de su lote por el más fuerte de la
collera sorteada por Gitanillo. El ídolo no puede enfrentarse a reses sin
presencia. El público no le perdona el más mínimo alivio. Se parte plaza. El
drama va a comenzar como todas las tardes. Los actos se suceden uno tras otro. Dominguín
trae la frescura de la juventud. Las gentes ven al nuevo torero como
antagonista al ídolo y tratan de enfrentarlo tras haber fagocitado a todo
aquellos que le hicieron frente. El hombre está cansado, su amor propio no.
Faena cumbre de un hombre física y anímicamente afectado. La gente clama de
gozo. Loa al ídolo de masas. La hora de la verdad se hace eterna. El de “miura”
hace honor de bravura y tragedia a su pial legendario. Hombre y bestia mueren
matando.
El drama se acrecienta. La ciencia lucha
contra la fuente de amor propio y verdad que brota del muslo del hombre. La herida
es grande pero no para vaciar la vida del hombre, al que el ídolo caído se
aferra. El doctor Garrido cumple su misión. El hombre está salvado. Garrido ha
puesto freno a la muerte, pero ésta no ceja en su empeño. El hombre sigue
agotado. La muerte no se cansa. Espera su ocasión para segar con su guadaña
certera la vida. Las horas pasan. Jiménez Guinea y Tamames llegan de la capital
para salvar al ídolo de un pueblo que sufre. La noche está oscura. Se oyen en
el horizonte ecos de mineras y tarantas. Se intenta salvar al ídolo. Un plasma
milagroso surte el efecto contrario. “Don Luis, que no veo”….”Daviddd”. El hombre
y el ídolo no han resistido la paciente espera de la parca. El mito ha nacido. “Manolete”
vive para siempre. ¡¡¡Gloria a Manolete!!!!
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