Termina el mes de noviembre.
El mes de los Santos y los difuntos. El mes de las gachas, de los huesos de
santo y de una gastronomía repostera que, año tras año, vuelve a deleitar
nuestros paladares. También es el mes de tradiciones, que poco a poco se van
perdiendo, que son sustituidas,
desgraciadamente, por otras foráneas que ganan adeptos ignorantes de nuestra
verdadera cultura. Atrás quedaron las representaciones de “Don Juan Tenorio”,
aunque aún quedan compañías, actores y teatros que mantienen la dramatización,
en estas fechas, de una de las obras cumbres del teatro español. Afortunadamente
una de estas compañías teatrales representará la obra de José Zorrilla en la
ciudad, por lo que me afano en conseguir unas localidades. Con ellas en el
bolsillo vuelvo a casa. La ciudad como siempre muestra su cara amable a pesar
de los pesares. Buen tiempo con temperaturas amables y sus calles repletas de
vida a pesar de que la economía sigue con media espada en el hoyo de las
agujas.
En una céntrica calle alcanzo
a Rafael. Llevo días sin verlo por lo que se alegra de nuestro encuentro.
Vestido impecablemente conserva su estampa de hidalgo del campo bravo. Es la
hora del aperitivo y decido proponerle que nos sentemos en la terraza, la
temperatura lo permite, de un establecimiento hostelero. Rafael acepta y
comienza, como siempre, una interesante conversación sobre el toro de lidia.
-
Rafael, nos vemos últimamente poco. Veo que está usted
genial.
-
No crea, con mi edad ya tengo muchas goteras. Pero en
fin, al menos estamos todavía para contarlo.
-
Más quisiera yo llegar a su edad y estar como usted está.
Como siempre pedimos dos “medios”
de vino y nos sirven un fino de Moriles Alto ideal para conversar y departir un
buen rato. Se ha puesto también como costumbre por la ciudad califal, acompañar
la bebida con algo para “picar” y nos traen unos exquisitos trozos de longaniza
asada sobre un trozo de pan.
-
¿Qué sabe osté de toros amigo?
-
Poca cosa. Esta esto muy parado. Como siempre la campaña
en América, los cambios de apoderamientos y noticias de ese estilo.
-
¿Y de campo?
-
Los ganaderos siguen luchando para mantener las
explotaciones. Los costes cada vez son mayores y las empresas pagan menos. Los
ganaderos que llegaron por snobismo están
tirando la toalla y muchos, de los de toda la vida, le están echando a las
vacas el cherolais. El mercado se
reduce y se necesitan menos toros cada año. Los ganaderos están preocupados,
muy preocupados.
-
¡Cómo cambian las cosas con los años! Hase años estas fechas eran de las más
bonitas en una ganadería. Era el mes en que se empezaban a ver los lotes de cubrisión. Se repasaban libros, se
estudiaban familias y comportamientos para ver que semental iba mejor con cada
vaca.
-
Hombre Rafael, hoy se sigue haciendo igual que antes.
Lo que ocurre es que el campo bravo de hoy, no se parece mucho al de sus
tiempos.
-
¡El mes de noviembre! Me trae recuerdos. Los sementales
“barruntaban” que pronto irían a las vacas y comensaban a dar mucho trabajo. Rara era la mañana que no había que
arreglar alambres. Algunos daban más trabajo de la cuenta. Los instintos de nos
animales.
Rafael toma un sorbo de vino y
su mirada se pierde en el horizonte. Trata de recordar algo que le ocurrió y
que me quiere contar. Ya le conozco lo suficiente para saber que pronto, en
breve, me narrará alguna de sus vivencias como hombre del campo bravo.
-
Noviembre era un mes duro. El mayoral de la casa pasaba
muchas horas con el ganadero. Ya se lo he dicho. Repaso de libros, notas de
tienta, ver los resultados de hijos de camadas anteriores. Mucha faena.
Entonces éramos nosotros, los vaqueros y demás conosedores quienes nos hasiamos
cargo del día a día en el campo.
-
En el campo no falta nunca el trabajo Rafael.
-
Se echaba de comer, se repasaban los sercados y se tenía una especial vigilansia a los padres de la casa.
Ellos sabían que quedaba poco tiempo para ir a las vacas y se impasientaban bastante. Recuerdo espesialmente a uno. Se llamaba “Cartujano”,
negro bragao, carsetero en la pata derecha, mu
“villamarta”. Era el que más trabajo daba. Con desir que tuvo hasta amores furtivos.
Me río con ganas. Rafael lo
mismo. Lo hace de forma socarrona, por lo que deduzco que el “Cartujano” dio más
de un dolor de cabeza.
-
¿Amores furtivos? Cuénteme la historia Rafael, que esto
tiene miga.
-
Claro que se la cuento. Ahora mismo, pero vamos a por
la segunda copita que esta se ha terminao.
Pedimos dos nuevas copas de
fino y un plato de “pescaito” que a
estas horas quita “er sentio”.
-
Era un animal mu
bonito de jechuras. En la tienta
tenia nota de superior y el ganadero procuraba ponerlo con vacas de poca cara
porque sus hijos sacaban mucho aparato en la cabesa. Llevaba padreando un par
de años cuando empeso con sus andansas amorosas clandestinas. Cuando
llegaba la fecha de “tooslosantos” empesaba
a berrear como un loco. Ni mansos, ni añojos de compañeros de ensierro. Aquel toro comensaba a ser un problema pues quería irse
antes de tiempo a galantear con las vacas.
-
Alguna determinación se tomaría, ¿no Rafael?
-
Poca, la finca era la que era, y las sercas eran las que había. Solo cabía
estar mu pendiente de ese toro. Una
mañana con el “tío Pérez”, otro vaquero mayor que yo pero de salud débil, repasábamos
el ganao. Cuando llegamos al sercao de los sementales estaban todos,
menos el “Cartujano”. Aprovechando el desnivel del terreno había sartao los alambres y se había escapao. Pronto dimos con él. Barbeaba
un corral de piedra donde estaban dispuestas unas eralas para un tentadero. Con
más o menos problema y con la ayuda del cabestraje de la casa lo volvimos a su
sitio.
-
Valiente animal. El celo se lo comía.
-
Ya ve osté.
Lo cambiamos de serca y a las dos
noches rompió los alambres y se volvió a escapar. Esta vez fue más dura su
busca, no había manera de dar con él. Cuando íbamos camino del cortijo para dar
parte, el mayoral venía a caballo a buscarnos. Había llamado por teléfono al
ganadero el propietario de la finca lindera. Este hombre se dedicaba al ganado
de abasto y además tenía unas pocas vacas negras de la campiña, rasa propia del
lugar que cuando se les calienta el genio bravean, para avisar que el toro había amanesio en su casa con las mansas.
-
O sea ¿Qué se fue el bicho de picos pardos?
-
Como lo oye. Se fue a la finca de al lao. De allí lo sacamos con los
cabestros y el mayoral desidio
meterlo en un corral junto a la plasa
de tientas. Allí estuvo hasta que llego la hora de que fuera a las vacas.
Menudo elemento. Y así, a partir de ese momento, todos los años al corral de la
plasa y punto. El problema era oír
los berrios que pegaba el “Tenorio”.
Le rio su ocurrencia de llamar
Tenorio al toro. Le hago el comentario y Rafael me contesta muy serio.
-
Si, a partir de ese día cuando se fue con las negras “campiñesas”
se le comensó a conocer en la casa
como Tenorio. Y es más, pocos ya le llamaron “Cartujano”, “Tenorio” o el 23,
que era el número que tenía.
-
Menudo susto pasaría el vecino cuando se encontró un
toro de casta entre sus vaca mansas
-
Er susto fue
cuando comensó la parisión y vio que había un par de becerros
carseteros de una pata.
Rafael ríe con ganas y no me
queda más remedio que secundar sus risas.
-
Uno de ellos se acordaba de su padre más de la cuenta y
dio más de un susto. Embestía y tenía un comportamiento mu agresivo para una ganadería de manso. Tanto es así que ar final termino en nuestra casa.
Terminó siendo lidiado por una cuadrilla de afisionaos
en una fiesta privada y si no fuera porque sabíamos que era hijo de una vaca
mansa, hubiese tenido una nota superior. Los misterios de la bravura amigo.
Como siempre Rafael se muestra dicharachero
cuando recuerda momentos de su vida profesional. Noviembre se agota poco a poco
para terminar siendo prolegómeno al frío y a unas fiestas navideñas en las que
Rafael, nuestro vaquero, nos contara alguna que otra historia a la lumbre de
una chimena campera.
Me gustan estos relatos dan vida al pasado.
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