La lluvia cae impasible. En los
campos se comienza a agradecer el agua. El verdor aflora tiñendo la hasta ahora
tierra ocre. El invierno es una estación triste y oscura, esto hace que sean
muchas las horas que pasamos al calor de la lumbre. Es cuando la mente, y el
ambiente, nos invita a la reflexión y a la meditación. Nos invaden muchas
dudas, varias interrogantes, a las que intentamos, con más o menos fortuna,
encontrar respuestas y solución. Tratamos de poner en orden muchas cosas de
nuestra vida cotidiana, en la que incluimos nuestras aficiones y
entretenimiento. Es por eso por lo que buscamos soluciones para el delicado
momento que atraviesa la fiesta.
Una fiesta viciada por los
poderosos que siempre buscan, motivado por el lugar que ocupan, su propio
beneficio, sin mirar los valores del toreo, ni los intereses de los auténticos
pilares que lo sustentan. El toro y el público. La regeneración de la fiesta, o
el nuevo modelo a imponer, tiene que pasar por la vuelta a un toro en que prime
la fiereza ante la mal llamada nobleza o toreabilidad. La tauromaquia es una
liturgia viva en la que el drama tiene que estar presente. Si el drama y la
tragedia no se perciben, el oficiante, o sea, el torero, pierde toda su dimensión, así
como su heroicidad. Abogamos por un toro acorde a la fiesta de hoy, pero que
sea fiero, tenga casta y la diversidad de sangres este presente en todas las
plazas, así como al alcance de todos los espadas, ya sean maestros en
tauromaquia, consentidos del gran público o valores que emergen buscando un
sitio en un escalafón cerrado y manejado al antojo de los de siempre. Hay que
buscar nuevos modelos que encajen en una regeneración, que sirva como punto de
partida a una fiesta real, plural y con cabida de todos los que la integran.
Hay que desterrar muchas cosas, excusas baladíes que parecen dictadas por los
truts empresariales y que abarcan a todos los sectores de la fiesta. Uno de los
más manidos en la actualidad es aquel que justifica la no inclusión de nuevos
valores porque no llevan a nadie a las plazas, cuando la realidad es que éstas,
con las combinaciones al uso, no se llenan nadas más que en contadas ocasiones y
en fechas puntuales y señaladas.
Por la provincia de Córdoba se ha
instalado la ilusión. Por un lado viviremos el siempre bello momento de la
inauguración de un coso. Se está hablando, y mucho, del nuevo Coliseo de
Almedinilla. Todo un ejemplo donde mirar. Una población de la subbetica
cordobesa que en estos tiempos se ha permitido aunar su historia y su
cultura con el mundo del toro. El nuevo recinto es coqueto, de reminiscencia
clásica romana y resolviendo de manera elegante y eficiente los problemas
orográficos del terreno donde está ubicado. Para su apertura se están
escuchando ideas, sugerencias, proposiciones. Un modelo organizativo en que
todo el mundo tiene voz y cabida. Esperemos que en los primeros días de mayo se
celebre una inauguración que sirva de ejemplo para todos, lo triste sería que
los de siempre metan la “zarpa” y se carguen todos los buenos propósitos hasta
ahora puestos en lo alto de la mesa.
También otra población cordobesa,
Belmez, se prepara para otra efemérides. En este caso el centenario de la inauguración
de su plaza de toros. Un año que se prevee tenga
un marcado sabor taurino. Son varios los actos que se preparan y que culminaran
allá por septiembre con una corrida conmemorativa de cien años de historia.
Ahora la pregunta es la siguiente: ¿Será un festejo acorde a un centenar de
años de historia, o nos será servido el plato común de estos tiempos?
Por la capital poco que contar.
Se inició la apertura de abonos y poco más. Para la feria, pobre y corta de
festejos para una plaza de primera categoría, todo apunta que será otro año
igual. Estarán los disidentes de Sevilla, el llamado G5, con su “toro”, con
aquél que les permite “expresarse” y “disfrutar”. Por ahora casi seguras
Jaralta y La Palmosilla, más la que impongan las “figuritas” de Juan Pedro o
Garcigrande. El toro moderno y artista. El enrazado y encastado seguirá
pastando en las dehesas, esperando su destino en cualquier plaza ante tres desesperados ayunos de contratos, o las calles del Levante
español. ¿Hace falta o no una regeneración del sistema?
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