“Dedicado a mi buen amigo
Tomás Prieto de la Cal Picón”
El invierno no está siendo
riguroso. Por ahora las temperaturas no han bajado mucho. Por contrario la
lluvia está siendo tónica general en los últimos días. El tiempo es desapacible
en la ciudad. Los cielos cárdenos comienzan a descargar cuando menos se espera.
El viento también se hace presente. En muchas ocasiones es violento, salvaje e indómito.
Todo lo que coge a su paso flamea impetuosamente. Las ramas de los árboles, las
vetustas antenas de televisión y todo lo que coje a su paso. Las gentes caminan
presurosas ante la adversidad atmosférica. La nota de humor la ponen algunas
ajadas damas al salir de la peluquería. La lucha con Eolo, el dios griego del
viento, es desigual. Córdoba se asemeja a la que describe Baroja en el inicio
de su novela La feria de los discretos. Una Córdoba pasada por agua y gris.
José María Martorell en sus comienzos |
El día invita a estar a
resguardo de tanta lluvia y aire. Una jornada tan desapacible solo puede ser
mitigada al calor del hogar, en la mesa camilla o en algún sitio donde se pueda
oír con nitidez, las gotas de la lluvia tintinear sobre las hojas de los arboles
de la calle y el viento bufar como un “pablorromero” furioso. Camino ligero,
sobre todo para evitar que se moje una copia de una fotografía de gran tamaño
de un jabonero de Prieto de la Cal. Hay gente que le gusta la capa ducal y
encargan copias para adornar tabernas y bodegas de ambiente taurino. Llego al
lugar donde tengo que entregarla y en uno de sus veladores me encuentro con
Rafael, el viejo vaquero.
Sabiendo que la añeja capa
jabonera no fue, ni es, de su gusto decido enseñarle la foto.
-
Buenas tardes ya, Rafael ¿a ver qué le parece esta foto
y este toro?
- A las güenas amigo,
la foto es mu bonita y el toro, todo
un galán. Lleva el viejo hierro de Sotomayor. Un animal de Prieto de la Cal, de ahí er pelo color café con leche
que tan poco me gusta.
- Efectivamente Rafael. Voy a dársela a Antonio, que me la
encargo hace ya un tiempo para los nuevos salones. Ahora le invito a una copa.
Le hago entrega al propietario
de la taberna del encargo y le indico que nos lleve un par de vasos de vino acompañados
como aperitivo de unos langostinos de capa “atigrada” que quitan er sentio.
-
Ya cerré el negocio Rafael. ¿Qué me cuenta? ¿Cómo
llevamos tanta agua?
- Ahí vamos que nos van a salir agallas, pero en fin,
seguimos al menos en la lucha. A propósito, tengo entendido que ayer el ganadero
del toro de la foto no tuvo suerte con una novillá
¿no?
-
Eso cuentan Rafael, lo malo es que hay mucho mala baba
que se alegra de los fracasos de unos y se calla con los de otros, aunque sean
más gordos.
- Eso siempre pasa. Nunca llueve a gusto de toos, pero en fin, ahí en esa ganadería hay historia y buen fondo y
tirará p’arriba en cuanto tenga un
poco de suerte.
- Así lleva muchos años. La irregularidad es frecuente en
esa casa. No perdamos la esperanza y esperamos que ocupe un lugar que ya tuvo hace años.
- Mire osté,
esa ganadería y esa sangre tuvieron predicamento entre los primeros espadas del
escalafón. Manolete mató muchas veces toros de Calderón y luego los Dominguines, y luego los Ordoñez, se jartaron de matar toros de Prieto de la Cal con grandes triunfos.
-
Eso está escrito en la historia Rafael, lo malo es que
los tiempos pasan y desgraciadamente entre los nuevos aficionados no hay, ni
memoria, ni formación, ni vergüenza.
Toma un sorbo de vino.
Pausado, saboreando el dorado liquido. Se queda como absorto y me espeta de
repente:
-
¿Yo le he contao alguna vez cuando vi triunfar en
Barcelona a Martorell?
-
No recuerdo nada de eso Rafael, así que desembuche que
se hace tarde.
Se moja de nuevo los labios en
el sabroso caldo de Moriles y comienza despacio a desentrañar un nuevo relato.
- Como ya le he contao
mi hermana y mi cuñao se tuvieron que
marchar buscando su porvenir a Barcelona. En mayo de 1951, y resien lisensiao de mis deberes
militares, fui de visita y de paso poder ver si podía encontrar argo de mi gusto para ganarme la vida.
Estuve por allí de aquí para allá y nada era de mi gusto. Yo lo que quería era
campo abierto y solo encontré faena en una fábrica de tejidos.
-
No lo veo yo de empleado textil, no.
- Nada me agrado y ya tenía desidio volver para acá. Paseando por Barcelona, vi el cartel de una corrida en la
hoy clausurá Monumental. Me llamó la atensión,
pues en la misma se anunsiaba José
María Martorell que era un peaso de
torero. Pronto empesé a maquinar y comensé a orientarme para
ver cómo podía ir a ver al paisano.
Luis Miguel ve doblar al toro ante la mirada de su hermano Pepe y Martorell |
Rafael cesa su relato para
beber un trago del catavino. Saborea un langostino y tras limpiarse los dedos
en una servilleta de papel, prosigue su narración.
- El día de la corrida me aserque a la plasa. De
casualidad y desde una balconada pude ver el apartado. Los toros eran presisamente de Tomás Prieto de la Cal, er padre del actual ganadero, que por
aquel entonses pastaban en la finca
de Los Alburejos y todavía llevaban la divisa celeste y blanca de José Enrique
Calderón. Se había anunsiado en la
cartelería que los seis ejemplares eran jaboneros, pero desde la artitud del barcón pude ver que había dos de ese pelo, un colorao claro, mu lavao
de cabos, un melocotón, otro barroso y otro albahío.
-
¡Qué buena vista tenía usted entonces Rafael!
-
No se ría osté
que con los años too se pierde, o si
no, ya se dará osté cuenta.
- Siga y no se pare que en cuanto escampe salimos de aquí
corriendo antes que empiece a diluviar otra vez.
-
Y si no escampa nos tomamos otras copas porque estas ya
se han acabao.
Río su ocurrencia. No tengo
más remedio que pedir otras dos copas de vino, para que acabe de contarme cómo se las ingenio
para ir a los toros y saber además estuvo un torero tan importante para Córdoba
como fue José María Martorell.
- Al salir del apartao
me encontré con un amigo de la niñez que se había ido a Cataluña en busca de trabajo,
estaba con otros paisanos y tenían previsto ir a ver a Martorell. Nos dio alegría
de vernos. Me pregunto si iba a ir por la tarde a los toros, cuando le dije
que no tenía una chica, me comentó que uno de sus compañeros tenía turno por la
tarde, y que no sabían qué hacer con la entrada, así que me dijo que me invitaba,
que ya se las apañaría con el compañero. Claro está, aquello me hizo ilusión. Ar final iba a ir a los toros y encima
de balde.
-
Eso se llama suerte.
-
Qué suerte ni leches. Ar final y con el paso de los
años pague esa entrada con creses. Ya le contare en otra ocasión. Pero vamos a
lo que vamos. Por la tarde ocupe junto con paisanos una andanada. Llevaban una
parcanta en la que se podía leer con letras grandes: “Martorell, los cordobeses
de Mar Azul te saludan”. Se rompió plaza y prinsipió el festejo. Los “Dominguines” estuvieron en su línea de toreros poderosos. Pepe
tenía que apencar con ser hermano de Luis, pero era un gran torero. Largo y
dominador, pero la sombra de Luis Miguel era grande y alargada. Los dos
estuvieron cumbres y cortaron orejas, pero Martorell estuvo sublime.
Interrumpe su charla. Le
brillan los ojos. A pesar del tiempo transcurrido parece que está viviendo el
momento.
- Sartó
a la arena el tercero. Se llamaba “Malhechor”, lusia la capa de la casa. Hiso
cosas de “mansote” pues visitó er
callejón en dos ocasiones. Martorell lo resibió
con cuatro verónicas ceñias que arremató con media superior. Las palmas
echaban humo. Llevaba Martorell un picaor
al que llamaban “Curro” que picó como antes se picaba, es desir, hasiendo la suerte de varas como debe de haserse. Tres varas le puso al jabonero.
Banderillearon Manolo Palomino y Manolo Fuentes Bejarano que fueron mu aplaudíos
y se inisió la apoteosis. Recuerdo la faena como si la viera. Cuatro doblás que quitaron al toro too el aire. Una vez domeñao el burel le cuajó una faena
magistral, sobre todo con la mano derecha. La música arrancó er pasodoble, pero no se oía ná, pues el público estaba entregao al torero cordobés. Vino el
toreo de adorno, molinetes y manoletinas, cumbres. Se tiró a matar más derecho
que una vela agarrando una monumental estocá
de la que dobló el toro sin puntilla. Dos orejas y dos vuertas al ruedo. Impresionante. Aún parece que estoy viviendo
aquel momento.
-
Tuvo que ser algo realmente fabuloso.
-
La verdá es
que si. La corrida fue de las que hasen
afisión. Fue brava y con mucha raza.
Tanto es así, que el ganadero fue obligado a saludar, desde el burladero que
ocupaba en el callejón, antes de salir el último toro al ruedo. Al final los
toreros y el ganadero a hombros por la puerta grande. Una corrida inolvidable.
-
Ya lo veo. Aún lo recuerda usted como si fuera ayer.
Por cierto ¿Qué hizo Martorell en el sexto?
-
El animal se lastimó y se apagó rápido. No obstante le
saco, de nuevo entre la música y el fervor del público, todo lo que tenía.
Lástima que estoque y el descabello no viajasen en buena direrción.
- Fíjese Rafael, usted recuerda aquello como algo único,
una corrida que gracias a los toros puede catalogarse de histórica, y ayer mire, novillos de la misma sangre y seleccionados con mimo, fallan estrepitosamente.
- Los misterios del toro bravo amigo. En esa ganadería
hay buena solera, solo hace farta que el ganadero no pierda la ilusión y busque arreglar el problema de las medias tintas, que cambie la forma de selercionar y que tenga una miajita de suerte.
Una sangre así, y que ha dado tanto a la fiesta, no puede terminar como muchos desearían
que acabara.
Rafael ha dicho una verdad
como un templo. Los encastes hoy minoritarios, para bien o para mal, son
mirados con lupa. Muchos son sus partidarios y también sus detractores. Sangres
egregias del campo bravo que son patrimonio de la fiesta de los toros y que no
deben desaparecer jamás. Hacen falta animales de comportamiento heterogéneo y
variado, que sean capaces de mostrar que la lidia es rica en modos, formas y
matices.
Nos despedimos en cuanto
arrecia la lluvia. Rafael y yo nos emplazamos para otro día. Esperemos que
escampe por Córdoba y por todo el planeta toro. La diversidad en el toro deber
ser el pilar para regenerar nuestra fiesta.
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