Cantaba el desaparecido German Coppini, en el esplendor de la movida de los
ochenta, aquello que decía que “eran malos tiempos para la lírica”. Las cosas
no han cambiado, y si antes la cosa estaba mala, ahora está peor. Y no solo para
la lírica, sino para muchas cosas más.
Una de las cosas que más se ha resentido, gracias a la
acentuada crisis económica, ha sido en nuestro país la de la ganadería de lidia.
En tiempos de bonanza monetaria, a la sombra de la especulación o a la burbuja
del ladrillo, muchos de los que pegaron el pelotazo de la noche a la mañana,
decidieron probar fortuna como ganaderos de bravo. Muchos ni eran, ni fueron
aficionados, pero el poder adquisitivo les hacia poder comprar, a precio de oro, cualquier desecho en cualquier ganadería de lujo, y de buenas a primeras convertirse en ganadero y entrar en el
circuito de las ferias, presumiendo de ganadería y codeándose con lo más florido
del taurinismo.
Luego las aguas han vuelto a su cauce. La crisis ha traído la disminución notoria del número de
festejos. Con ello la demanda de toros, y reses para lidia es cada vez menor.
Los advenedizos a criar toros de lidia, que no bravos, desistieron de sus propósitos.
La ganadería de lidia es cara, y ante la disyuntiva de aminorar gastos, la cuerda
siempre se rompe por el lado más débil, de ahí que algo superficial y buscado
al objeto de buscar notoriedad, fuese lo primero de que se prescindiese.
Por otro lado, los ganaderos de toda la vida, comenzaron a
reducir el número de vientres, al objeto de reducir una producción que difícilmente
tendría salida, ante la gran disminución de festejos. También, las exigencias
del taurinismo por determinados, o determinado encaste, ha hecho que muchas
ganaderías señeras y de sangres únicas hayan tenido su triste fin en el
matadero.
Pero todo no iba a ser malo en el campo bravo. Todavía queda
gente que ama al toro, a su bravura, su casta y lo respeta hasta decir basta.
Córdoba puede presumir de toreros, pero no hay que olvidar que en sus dehesas
han pastado las sangres más importantes de la cabaña, y en sus tierras tuvieron
su génesis encastes que escribieron páginas de oro en la historia del toreo.
Cuando pintan bastos, una nueva ganadería nace en Córdoba.
Una ganadería que surge con un halo que la puede hacer distinta, pues la sangre
que gusta al ganadero está condenada al ostracismo y en serio peligro de
extinción. Justo Barba, que asi se llama el nuevo criador, hizo sus pinitos
como novillero en la década de los noventa, aunque pronto se dio cuenta que no
estaba llamado a despuntar en el arte de Cúchares. Su afición, y su amor por el
toro y el campo, le llevo a ir adquiriendo vacas de la ganadería de Antonio
Doblas, puesto que gustaba de las reminiscencias vazqueñas aún vivas en la
ganadería cordobesa, sangre que aumento posteriormente adquiriendo vacas
preñadas del ganadero madrileño Javier Gallego, igualmente de encaste vazqueño.
Justo ingresa como ganadero en la Asociación de Ganaderos de Reses de Lidía,
siendo, por el momento, el único ganadero cordobés perteneciente a citada
asociación, en 2012 por lo que recientemente ha tenido lugar en “La Nava”, término
de Espiel, el herradero primero, guarismo 2.
Hasta ahora la ganadería es corta en número. Predomina, como
es natural en una ganadería de mayoría vazqueña, la diversidad de capas.
Jaboneros en distintos tonos, melocotones, colorados, castaños, negros e
incluso berrendo aparejado en negro. El ganadero busca ir absorviendo la sangre
que no provenga de la casta vazqueña mediante absorción, extremo complicado
pues hay poco en el campo bravo, y quien la posee en mayoría es sabido que no
vende, ni cede reproductores vivos. Su concepto es un animal encastado, con
movilidad y que no regale nada. Mucho trabajo tiene este novel ganadero
cordobés por delante. Esperemos que lo consiga y no ceje en su empeño de buscar
una bravura y casta que recuerde los primitivos toros policromos vazqueños con la nueva divisa verde, blanca y azul. ¡Suerte en esta dificil aventura!
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