Los años pasan por nuestras vidas
de manera discreta. Tanto que en
ocasiones ni lo notamos. Son inexorables, rigurosos e implacables. Los años pasan de forma silente. Al principio
transcurren con despaciosidad. Luego más tarde lo hacen de forma vertiginosa.
Cuando queremos darnos cuenta nos han transformado. Atrás quedo la inocencia de
la niñez, la impetuosidad de la adolescencia y la locura de la juventud. Los
años y el tiempo nos atemperan y nos dan poso. Nos hacen ganar en sapiencia y a
concebir la vida de otra manera diferente.
Esta madurez se refleja en todo
el entorno que nos rodea. La vida se vive, y sobre todo, se mira con otro punto
de vista. Solo buscamos reflejar esa madurez en todo lo que hacemos. Gustamos
de cualquier detalle que nos sensibilice y, que antes pasaba desapercibido delante de
nuestros ojos. Ni decir tiene, que en cualquier disciplina artística, esta
madurez también tiene un poderoso influjo.
La evolución de un artista con los años es claramente notoria. No es lo
mismo una obra de juventud, que otra cuajada en plena madurez. El progreso
estilístico de los años es palpable en cada
pincelada, en cada gubiazo, en cada trazo. Es el arte en su más pleno
desarrollo.
El toreo, como disciplina
artística que es, también gana con el paso del tiempo. Hoy más de expresión,
que de emoción, pero ver a un torero
cuajado, en sazón y con el oficio aprendido, es un gusto para cualquier
aficionado que se precie. Un torero
maduro gana mucha prestancia. El oficio adquirido con los años, hace que todo
tenga un sentido y un fondo. Con ello todo adquiere una concepción diferente a
los inicios. En la historia del toreo ha habido, y habrá, espadas que la
madurez adquirida con los años, les ha llevado a lo más alto, cuando muchos pensaban
que sus carreras estaban en el ocaso postrero.
Casos como los de Antoñete, el
maestro de Madrid, que tras unos prometedores inicios, -quien no ha oído hablar
de la faena al toro “blanco” de Osborne-, se encumbró como figura del toreo en
el primer lustro de la década de los ochenta. Años en los que hizo faenas
repletas de poder, torería y estética. También el sevillano Manolo Vázquez,
quien siempre tuvo la alargada sombra de su hermano Pepe Luis, vivió sus años
dorados tras muchos años de alternativa. Curiosamente reapareció, bendita sea
la hora para el toreo, para dar la alternativa a su sobrino Pepe Luis y esa
tarde inició la etapa más brillante de su carrera.
Luego hay otros casos, los menos,
pero no menos meritorios. Son aquellos toreros que sin alcanzar la cima soñada,
la madurez, los años, o como queramos llamarlos, los han convertido en toreros
de culto. Torean pocos festejos durante la campaña, pero son esperados con expectación
por mucho público. Luego en el ruedo, en la mayoría de las ocasiones con ganado
serio, encastado e integro, -todo lo contrario del que demandan los que
“mandan” en el escalafón-, sus actuaciones parecen sacadas de tauromaquias
antiguas, que no viejas. Es una torería rancia, con sabor y rodeada de un halo
misterioso. Los años, los del almanaque, parecen no pesar, y como las cosas les salgan a su gusto, otra
tauromaquia, hoy desdeñada por el taurineo, se hace presente. Es todo un gozo y
regocijo para el buen aficionado, así como también, grandeza y gloria para una
fiesta que poco a poco nos están matando.
Nombres como Carlos Escolar
“Frascuelo” y Rodolfo Rodríguez “El Pana” han mostrado, una vez más, el fondo
de su madurez. Sus tauromaquias de otra época se han hecho presentes recientemente
en las plazas francesas de Ceret, o Saint Vicent de Tyrosse. Curiosamente con
ganaderías como las de Felipe Bartolomé, o Rehuelga, vacadas que los “figuras”
no ven ni en pintura. Los dos, sexagenarios por cierto, han puesto en valor un
toreo y unas formas de otra época. Otros esperan todavía su oportunidad. Es el
caso del belmezano Tomás Moreno, quien sueña con estar presente en el
centenario de “su” plaza. Son toreros de otra época. De una en la que la fiesta
no estaba dominada por trust empresariales, no por toreros egoístas, ni por toros
de un monoencaste único que ha quitado diversidad al toreo. Tiempos añorados de
los que posiblemente solo nos queden los detalles hombres como éstos.
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