Puede que esté equivocado. No soy un profesional del toreo.
Tampoco voy presumiendo de haber matado un número equis de novilladas o
becerradas. Menos aún de haberme puesto delante de tantas o cuantas vacas o
erales. No. Sé que mi posición es la de aficionado. Con unos criterios y
conceptos para algunos arcaicos, pero claros de lo que debe de ser la
tauromaquia. Por eso tras ver la actuación de ayer de Manzanares en Sevilla, me
da pena la situación en la que se encuentra la fiesta de los toros.
Una actuación en la que primó la estética y la
superficialidad sobre el poder y la profundidad. Nunca pudo, ni quiso,
imponerse a las brusquedades ni querencias de sus dos oponentes. Actuación
plana que contó con la predisposición de un público muy a favor, en el que
pesan muchos factores dignos de estudio, y contar con una espada eficaz y
certera.
Veinticuatro horas después, uno se da cuenta de que no estaba
equivocado. Fue un premio excesivo, demasiado, y que conste que la presidenta
no aceptó la insistente petición de la segunda oreja en el quinto, porque si no
la cosa hubiera sido ya de escándalo mayúsculo. Toreo acelerado, sin mando,
desplazando los arreones del manso hacía afuera en lugar de hacía dentro, sin
imponer la faena en los terrenos del torero, siempre donde el toro quiso y sin
haber intentado ni por asomo, el toreo fundamental al natural. Eso sí, todo
estuvo emborrizado en la elegancia, en su plasticidad, en la estética y lo
aparentemente bonito. El de Alicante recuerda mucho a esos cantantes guapetones
que vuelven locas a las quinceañeras sin saber entonar una escala musical
medianamente digna. Todo muy etéreo por mucho que lo hayan cantado sus
admiradores, llámense prensa afín, seguidores, o quien dice ser aficionado de postín.
También se han cantado mucho sus dos estocadas. Eficaces y
que tumbaron con rapidez a sus oponentes, pero ojo, Manzanares no es tan buen
estoqueador como lo pintan. Ejecuta la suerte colocándose a gran distancia y
matando la mayoría de las ocasiones al 'puñetazo'. Incluso algunos se están
permitiendo compararlo con el gran Rafael Ortega, cuando José Mari es difícil,
imposible prácticamente, verlo perfilado en corto y por derecho.
Es mi visión de un triunfo rodeado de contradicciones. Para
unos sublime, de figura del toreo. Para otros vulgar y de torero mediático
asiduo al colorín. Ni una cosa, ni la otra. Todo es cuestión del color con que
se mire.
Esto,amigo,no es que esté mal;está peor.A una parte muy amplia del público que va a los toros,le importa un pimiento el rito,la pureza de las suertes,la técnica del toreo.
ResponderEliminarNi conocen ni saben apreciar las características del toro ,para valorar lo que se le haga o deje de hacer.No digamos de encastes,querencias,terrenos.
La suerte suprema les parece maravillosa siempre que muera el animal a la primera.Y así hasta por la mañana.
Eso sí,quieren muchas orejas y muchas salidas a hombros,para sentir que lo han pasado bomba y que han empleado bien el dinero de la entrada.
Así no es raro que quiera volver El Soro ni lo sería que El Platanito reapareciera y se conviertiera en máxima figura.
Viendo lo de Sevilla,es para echarse a temblar con lo que puede pasar en Córdoba.