Los ataques de los antitaurinos y animalistas y el
daño que se hace a la fiesta de los toros desde dentro han hecho que se eche en
falta a aquellas figuras del toreo que perseguían el fraude
Anda la fiesta enrarecida por muchos motivos. El
principal quizá sean los ataques furibundos que recibe desde fuera. Ataques de
toda índole, políticos y animalistas principalmente. Estas agresiones, porque
se trata de agresiones no solo a la fiesta de los toros si no también al
público que gusta de ellas, están trascendiendo en exceso a una sociedad
urbanizada y que desgraciadamente permanece ajena a una fiesta única por sus
valores e historia. Posiblemente el desconocimiento de la tauromaquia sea el
conducto que hace que esta corriente esté de moda, y gane adeptos entre mucha
gente que de conocer lo que encierra el toreo pudiera tener una actitud, aún
sin gustarle, sería más condescendiente con la fiesta de los toros.
Por otro lado, está la picaresca que rodea al mundo del
toro. Las triquiñuelas de todos aquellos que solo buscan rebañar un duro de una
fiesta de la que se sirven. Ardides que en muchas ocasiones evidencian su poca
capacidad y ética para vivir de ella. Exigen el mínimo esfuerzo al máximo coste,
sin importarles para nada el espectador que se sienta en un tendido, pagando en
ocasiones una elevada suma por una entrada. Nada nuevo bajo el sol. Siempre
cocieron habas. Los privilegiados impusieron sus condiciones a pesar de su
solvencia. Un percance a destiempo y en plena temporada suponía, y todavía
supone, dejar de ingresar durante el tiempo que se esté convaleciente. El
remedio para evitar todo esto no es otro que la manipulación fraudulenta de las
astas y pitones de los toros.
Siempre se afeitaron los pitones de los toros. En algunas épocas más y en otras menos. Dependiendo quien tuviera la sartén por el mango. Recomiendo el último libro de Domingo Delgado de la Cámara donde lo cuenta con pelos y señales. El fraude siempre existió y todavía existe, a pesar de una legislación que no se aplica nunca en este aspecto. ¿Cuántos pitones se mandan a analizar en la actualidad? ¿Cuántos expedientes sancionadores se promueven por presunta manipulación de las astas? La respuesta es simple. Pocos o ninguno.
Siempre se afeitaron los pitones de los toros. En algunas épocas más y en otras menos. Dependiendo quien tuviera la sartén por el mango. Recomiendo el último libro de Domingo Delgado de la Cámara donde lo cuenta con pelos y señales. El fraude siempre existió y todavía existe, a pesar de una legislación que no se aplica nunca en este aspecto. ¿Cuántos pitones se mandan a analizar en la actualidad? ¿Cuántos expedientes sancionadores se promueven por presunta manipulación de las astas? La respuesta es simple. Pocos o ninguno.
El afeitado campa a sus anchas. Los testimonios gráficos
salen a la luz tarde tras tarde. La facilidad al día de hoy para tomar una
fotografía y difundirla en redes sociales, muestra las fechorías de los
barberos del siglo XXI, que por cierto han perdido la habilidad de los que los
antecedieron en tiempos pasados, pues su trabajo es burdo y vulgar. Ante ello
nadie dice nada. Los aficionados callan y asumen. Dan por perdida la guerra.
Solo los más puristas continúan en la trinchera cada vez más solos, ante el
abuso de los que manejan la fiesta entre bastidores.
Lo malo de todo esto es que al final el toro sigue
cogiendo e hiriendo. Es más, la herida producida por un toro arreglado suele
ser más grave y sucia que la que produce un toro en puntas. Como alguien
escribió, el afeitado no es más que un aliviadero psicológico. Es algo que hace
que se pueda estar más relajado ante el toro, pero como este te coja y te
atrape los resultados pueden ser los contrarios a los esperados.
Nadie dice esta boca es mía. Los de arriba porque
mandan. Los de abajo porque enfrentarse a los de arriba les supondría estar
peor de lo que ya están. Todos callados y todos contentos. Pero es hora de que
alguien diga basta. En estos tiempos grises, no se puede defraudar ni al
público, ni tampoco mutilar al toro. Hace falta alguien que denuncie lo que
nadie quiere, o se atreve, denunciar en público.
Me viene a la memoria la figura de Antonio Bienvenida.
Un torero largo, poderoso, dominador. Un maestro. A principio de los cincuenta
disminuyó su cotización y su cartel. En 1952 toreó en Madrid una corrida seria,
muy seria, y sobre todo astifina, del conde de la Corte. Bienvenida y sus
compañeros aquella tarde, Manolo Carmona y Juan Silveti, triunfaron
rotundamente saliendo a hombros por la puerta grande de Las Ventas. Es cuando
el crítico taurino en Radio Madrid, Curro Meloja, denuncia el fraude del
afeitado. Antonio Bienvenida manifestó en las ondas: "He sido el primero
en haber toreado toros afeitados, como todos. Por el futuro de la fiesta y para
mantener su grandeza debemos exigir a la autoridad que controle este infame
fraude de la manipulación de los toros."
La autoridad tomó cartas en el asunto. Se persiguió el fraude. La afición se puso a favor de Bienvenida, pero las figuras del momento, Aparicio, Litri u Ordóñez entre otros, lo vetaron. Bienvenida fue relegado a carteles menores donde continuó demostrando su habitual maestría y la satisfacción de haber roto una lanza en favor de la fiesta. Poco a poco las aguas fueron volviendo a su cauce, aunque el afeitado continuó apareciendo y desapareciendo como el Guadiana.
La autoridad tomó cartas en el asunto. Se persiguió el fraude. La afición se puso a favor de Bienvenida, pero las figuras del momento, Aparicio, Litri u Ordóñez entre otros, lo vetaron. Bienvenida fue relegado a carteles menores donde continuó demostrando su habitual maestría y la satisfacción de haber roto una lanza en favor de la fiesta. Poco a poco las aguas fueron volviendo a su cauce, aunque el afeitado continuó apareciendo y desapareciendo como el Guadiana.
Sería interesante que apareciera alguien que emulara a
don Antonio Bienvenida. Que se rebelara ante los compañeros que hacen y
deshacen. También hacen falta críticos como Meloja, capaces de sacar los
colores a lo más granado del escalafón y no callen ante sus tropelías, decir
que los que nos rebelamos somos tachados de integristas y anacrónicos. Y sobre
todo hace falta una autoridad que haga cumplir la legislación persiguiendo a
todos aquellos golfos que viven de la fiesta de forma fraudulenta. Difícil
empresa a día de hoy, ¡pero que falta está haciendo ya un don Antonio Bienvenida¡
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