El astado de Victorino trasladó a los tendidos de la
Real Maestranza de Sevilla, con su bravura y con su casta, una emoción que es
imposible de vivir en cualquier otro espectáculo de masas.
Camina la fiesta de toros sumida en el
desencanto. Al menos eso se dice tras muchas tardes de tedio. Porque es cierto
que, en la mayoría de las tardes, la tauromaquia anda con encefalograma plano.
Los que manejan el toreo entre bastidores, lo quieren así para su comodidad.
Difícilmente se puede ver un espectáculo vivo y dinámico. Todo es tan
previsible en estos tiempos en el toreo, que la capacidad para emocionar y
mantener la atención del público ha quedado olvidada y casi se trata de una
utopía. La causa de esta vulgaridad viene motivada, sobre todo, por la
degeneración del principal protagonista de la fiesta, que no es otro que el
toro.
La selección del toro de un tiempo a esta
parte se está haciendo de forma equivocada. No se busca un protagonista, se ha
modelado un actor secundario. Un animal que ha perdido sus valores primigenios
de poder y fiereza, siendo estos sustituidos por otros que se alejan de lo que
conocemos por bravura. El ganadero no selecciona pensando en el espectador, que
a la postre es quien consume el producto, sino en otro participe como es el
torero. Éste se ve beneficiado. El esfuerzo, diga lo que se diga, es menor.
Todo queda artificioso y superficial. La fiesta ha quedado ayuna y huérfana de
naturalidad, profundidad y verdad.
El público, o mejor dicho el nuevo
público, asiente y traga. Se conforma con muy poco, tan poco que a veces es
nada. Se valoran faenas deslavazadas, sin cohesión entre sí, donde abunda el
toreo superficial y accesorio. Falta educación y formación. Las nuevas generaciones
que se acercan a la fiesta están presenciando una fiesta deforme y alejada de
lo que un día fue y, sobre todo, de sus valores fundamentales. Tanta
mediocridad está creando un espectador amable y que valora más esto que se ha
dado en denominar el toreo moderno, donde la capacidad de emocionarse en un
tendido es algo difícil y casi imposible, que en la más pura esencia de la
tauromaquia.
Pero en ocasiones todo vuelve a ser como
debiera. Cuando el toro, pilar sobre el que se sustenta la tauromaquia, salta al
ruedo lleno de esplendor, todo cambia. El tedio y el aburrimiento se disipan.
La emoción hace crujir los tendidos, porque la desigual batalla entre la
fiereza y la razón del hombre, verdadero sentido de esta fiesta milenaria, es
algo capaz de sacudir la sensibilidad y los sentimientos del público en un
espectáculo único en esta sociedad tan mediatizada y globalizada.
El toro debe de recuperar sus valores. Debe de vender su vida con fiereza y bravura, por eso Cobradiezmos, herrado con el pial de Victorino Martin, puso a todo el mundo de acuerdo en Sevilla. Un animal que trasladó a los asistentes, con su bravura y casta, una emoción imposible de vivir en cualquier otro espectáculo de masas. Desde el aficionado más cabal, hasta el que acudió a la plaza por vez primera, todos, apreciaron la grandeza de esta fiesta, tachada de vetusta y anacrónica por aquellos a los que se les llenan las bocas de libertades, pero que censuran lo que ellos, y sus cortas mentes, consideran va en contra de su pensamiento y en eso que han dado en llamar la libertad animal.
Y que mayor libertad para un toro de lidia el poder mostrar su bravura, aquella para la que fue criado, en el albero de una plaza de toros. Cobradiezmos la demostró con creces, tanta que se indultó solo. Sus virtudes le hicieron merecedor del perdón de su vida. No fue precisa la muleta de un abogado defensor, como ocurre en otros indultos insustanciales y sin fundamento, para la obtención de la mayor gracia y premio del toro bravo, su propia vida. Cobradiezmos la consiguió por sí solo.
En el momento que el toro vuelva a saltar
a los ruedos con las virtudes que Cobradiezmos tuvo en Sevilla, le regeneración
que precisa la fiesta estará más cercana. Solo hace falta voluntad y abandonar
esa comodidad que nos lleva a la mediocridad tarde tras tarde. Gloria pues a un
toro de nombre Cobradiezmos,
un toro que se indultó pos sí solo.
TOTALMENTE DE ACUERDO SALVADOR.
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