No hacía mucho que había
dejado de ser una niña. Tampoco era una
mujer plena. Se encontraba en ese tiempo en que se abandona la más tierna
infancia y se camina despacio hacía la plenitud. Era una adolescente feliz. Su
cabello dorado, como un trigal antes de ser segado, y su mirada cristalina de
color de mar, le daban un radiante esplendor a su rostro. Estaba en la edad de
soñar, igual que lo hacen todos los críos, cuando creen que ya son mayores.
Pudo ser un día
cualquiera. Aquella chiquilla entre ensoñaciones mágicas y aventureras, se dejo
seducir por algo que de seguro marcaría su vida para siempre. Al igual que la mitológica
Europa, un animal enigmático y bello le llamo la atención. Un ser totémico que
la atrajo hacía si y la obnubilo para siempre. Una bestia que aunaba fuerza y
nobleza, músculo y poder. Era el toro, quien con su mirada penetrante y sus
astifinos pitones, había conquistado a la protagonista de este breve cuento.
Aquella chiquilla, de
rubia cabellera y transparente mirada, había decidido entregarse en cuerpo y
alma a aquella enigmática fiera de su sueño. Lo tenía claro. Estaba dispuesta a
danzar con el toro, aún sabiendo que aquél ritual, podía causarle dolor, verter
su sangre e incluso perder su vida recién estrenada. Pero aquella atracción era
tan grande, que no le importaba cambiar las vivencias de una mocita por una
liturgia de raíces mitológicas donde la muerte se encontraba tan presente.
Poco importó verse
envuelta en un mundo de hombres, que le ninguneaban sus ilusiones y anhelos. Su
pasión era tal que le llevo a seguir ensayando día tras día, con uros
imaginarios, danzas y coreografías imposibles. Su constancia le hizo empezar a
cumplir su sueño. Su primer contacto con la bestia, seguro que duro y agotador,
no mino sus atávicos deseos, sino que estos se acrecentaron cada vez más. Cada
vez que enfundada en ajustadas ropas enredaba con el toro y su vida, su ambición
crecía a pasos agigantados.
Una tarde de estío, cuando
jugaba con el toro, ocurrió la tragedia. El astifino pitón penetró agudamente
en el blanco muslo, haciendo que una amapola de sangre manchara aquella ropa de
sacerdotisa del viejo rito. Ahí comenzó un sufrimiento, un camino de espinas,
dolor y olor a quirófano y hospital. El toro se cobró su salario que nuestra
niña pago con creces en exceso.
El sueño quedó roto.
Pareció por algún momento, que la bestia había sesgado con sus pitones el
futuro de aquella niña. Pero a pesar de todo, sufrimiento, dolor y olvido, ella
continuaba soñando con aquel mágico animal que la sedujo años atrás.
El tiempo paso. El camino
de espinas comenzó a tocar su fin. Los años no pasaron en balde. Aquella niña
era ya una mujer. Alta, esbelta, tal vez excesivamente delgada, de trigueña
melena trenzada y mirada aguamarina, pero con su sueño vivo a pesar de todo.
Volvió a pisar la arena, a sentir aquello que tanto añoraba y que tanto
anhelaba cuando las largas tardes de invierno el dolor le rumiaba el muslo y el
vientre. Volver a jugar y danzar con la bestia era su reto. Aquella niña, hoy
ya mujer, no solo lo supero. Ahora el sueño revive con más fuerza que nunca.
Ojala lo cumpla algún día de forma plena, que no es otra cosa que alcanzar la
alternativa.
Fotos: El rapto de Europa, autor Oscar Alvariño. Punta del Este (Uruguay)
Este cuento breve está dedicado a la novillera y colaboradora de esta bitacora taurina, Ana Infante, tras su reaparición en público el domingo 8 en Seseña, así como a todas la mujeres que sueñan con ser torero.
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