O la
afición de Córdoba hace causa común de inmediato o Los Califas sólo será lo que
no queremos que sea. Un inmueble sin alma y sin vida
Ahí sigue. Majestuosa si la miramos desde
Gran Vía Parque. Uno de los emblemas del barrio de Ciudad Jardín. Monumental,
impresionante, moderna y funcional. A pesar de sus cincuenta años, no ha
perdido un ápice de majestad. Sin embargo, por dentro todo es ruina y dejadez,
y no porque le falten cuidados, que no le faltan, sino porque su alma
se ha marchitado tanto que cada vez parece más difícil, por no decir
imposible, su recuperación. Concebida en los años sesenta para albergar
relumbrantes festejos taurinos, hoy es solo un edificio con un uso muy alejado
para lo que fue construida. La magnificencia de su construcción contrasta con
el triste momento que vive.
Sus tendidos añoran las tardes grandes. El
cemento de ellos, cubierto por modernos sillones rojo almagra, aún recuerda el
calor del público en ellos congregados, el día de su apertura y los años en los
que El Cordobés mandaba con autoridad en el planeta de los toros. Aquella etapa
dorada, cuando por historia y la funcionalidad de su estructura fue considerada
plaza de toros de primera categoría, igualándola a otras como
Madrid, Sevilla, Valencia o Bilbao. La memoria también trae los recuerdos del
aquel toro cárdeno y veleto que Victorino Martín lidió con éxito en los
ochenta.
Fueron años de triunfos resonantes
de Ruiz Miguel y los hermanos Campuzano, en tardes donde el ansiado y
deseado cartel de “no hay billetes” colgaba en las taquillas, al conjuro de
aquel ganadero que llamaron el “cateto de Galapagar”. O la última época de
esplendor, no tan lejana y que ojalá no sea la última, en la que un chiquillo
llegado de Sabadell prendió la llama de algo dormido en Córdoba, como es la
afición a la fiesta de toros, reviviéndose en el escenario califal tardes de
gloria que rememoraron años después lo que se había vivido y que parecía
marchitarse a pasos agigantados.
Los Califas es una plaza gloriosa
que no merece vivir los momentos por los que atraviesa. Córdoba y
su historia no merecen ser ninguneados, ni maltratados como lo están siendo en
los últimos años. Córdoba no puede celebrar menos festejos que otras plazas de
inferior categoría. En Córdoba hace falta ilusión, gente dispuesta a luchar por
ella, mentes soñadoras en las que prime la claridad de ideas, antes que el
dinero y el montante económico. Los mercaderes sobran.
La fiesta de toros está hoy llena
de intereses, de gentes que solo buscan quedarse con las últimas migas de
un pastel del que ya queda poco, porque ya lo agotaron hasta el fin. Es triste
ver cómo donde antes hubo fuego y pasión, hoy solo queda un rescoldo cada vez
más frío y próximo a extinguir su calor para siempre. De no poner pronto solución,
esas brasas se apagaran para siempre.
La fiesta de toros en Córdoba tiene que
llegar a los más jóvenes. A esos que tachan de locos y sanguinarios porque
gustan de las tradiciones de sus ancestros. Son esos, los locos que martes y
jueves dan pases al viento sobre su dorado albero, los llamados a perpetuar lo
que languidece a pasos agigantados. Tal vez porque los mayores no han sabido,
no han podido, o no han querido hacer frente ante los mercaderes del sistema.
Puede ser ya tarde, pero es la hora. Córdoba vive un momento de inflexión. O la
afición hace causa común o Los Califas solo será lo que no queremos que sea. Un
inmueble sin alma y sin vida.
La fiesta forma parte de nuestra
cultura, aunque hoy no nos atrevamos a decirlo, si nos desentendemos de su
defensa, los enemigos de la fiesta, el más dañino forma parte de sus propias
entrañas, terminaran por dinamitar sus cimientos y hacerla caer para siempre.
Será entonces cuando nos preguntemos qué es lo que ha pasado, las generaciones
venideras nos exigirán responsabilidades y nos demandarán a los aficionados que
no supimos defenderla. ¿Dónde vas triste de ti?
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