Pablo Aguado torea a la verónica en Madrid |
En el
transcurso de la historia de la tauromaquia han existido casos que marcaron
épocas y que siempre han dividido a los aficionados entre dos opciones,
exponiendo sus rivalidades
En el mundo en que nos movemos, todo tiene
su polo opuesto. El bien y el mal, la sombra y la luz, el blanco y el negro, la
derecha y la izquierda. Es la norma. Son puntos antagónicos y a la vez
complementarios entre sí. Difícilmente podríamos concebir algo sin su
contrario. Los toros, como no,
también se mueven en la bipolaridad. La vida y la muerte, el triunfo y el
fracaso, la sombra y el sol. Todo porque el toreo
no es más que un reflejo de la vida misma.
En el transcurso de la historia de la
tauromaquia han existido casos que marcaron épocas. La política del momento
dividió la fiesta entre absolutistas y liberales, entre
blancos, fieles a la causa realista, representados por el Sombrerero; y negros,
seguidores del liberalismo que tenían a Juan León como estandarte.
La rivalidad política en la España
decimonónica tuvo, por tanto, fiel reflejo en las plazas de toros del país.
Años más tarde también se dividió la afición. Unos tomaron partido por Lagartijo, representante
del toreo artista y florido, y otros seguían otro concepto bizarro y viril que
tenía a Frascuelo como
ídolo. También los públicos se dividieron en gazpacheros, defensores del toro
andaluz, más apto para el toreo lucido y barroco, que el criado en la meseta
castellana, bronco, grande y cornalón, que era el referente de los llamados
patateros.
Tras la hegemonía absolutista vivida en la etapa de Guerrita, y el
póker de figuras de principios del pasado siglo, Bombita, Machaquito, Pastor y
Fuentes, el país se vuelve a dividir, taurinamente hablando, en dos bandos
irreconciliables. El toreo vive lo que se ha dado en llamar su Edad de Oro,
donde Gallito y Belmonte rivalizaban tarde tras tarde. Ambos con estilos y
formas opuestos. Gallito, dominador, variado, sabio, artista.
Roca Rey triunfal en Las Ventas |
Belmonte, valiente, dramático, a merced de
sus oponentes siempre y con el halo de la tragedia siempre presente. Fueron
años de gloria para una fiesta que vivía momentos álgidos que se difuminaron
cuando un toro acaba con la vida de Gallito en Talavera una tarde de mayo.
La rivalidad es buena para la
fiesta. Hoy esos duelos son solo un recuerdo. El sistema imperante en la
tramoya del torero los está impidiendo. Saben que el organigrama creado podría
saltar por los aires. Solo buscan su beneficio, tal vez el postrero, de una
fiesta, que por culpa de ellos y no de agentes externos, ha perdido el carisma
que siempre tuvo entre el pueblo español.
Por ello a la fiesta de toros le hacen
falta revulsivos. Motivos que devuelvan al gran público a llenar sus tendidos,
y con ello a la formación y captación de nuevos aficionados. Mucho se habla de
la evolución para adaptar una liturgia milenaria a nuestros tiempos. También de
involución buscando, a través de un toro más íntegro y encastado,
la vuelta a aquellos años donde el miedo subía peldaño a peldaño por los
tendidos.¿Ven? Otra vez divididos en dos.
Ante un escalafón de toreros, notablemente
viciado y envejecido, los primeros movimientos de esta temporada son claramente
esperanzadores. El suceso de Pablo Aguado en
Sevilla, por una faena ortodoxa, clásica y de sabor a otros tiempos
del toreo, ratificado sin espada –aún le queda una tarde– en el ciclo Isidril,
ha llevado a un sector amplio de aficionados –ojo, también de público– por
interesarse por los movimientos del joven torero hispalense. Otros sin embargo
ven como nuevo Mesías a un joven llegado desde los Andes, que si en Sevilla
rozó la puerta del Príncipe, puso a todos de acuerdo en Las Ventas con una
faena pletórica de valor a un notable toro de Parladé, Roca Rey.
Ya se lee, sobre todo por redes sociales,
loas y críticas, a partes iguales, para uno de los toreros nombrados. El toreo
parece que vuelve a partirse. Sería bueno para la fiesta, tras la avaricia de
un José Tomas que jamás
ha querido ser abanderado de una fiesta en horas bajas. El de Galapagar ha ido
a lo suyo. Puede que sea el momento. La rivalidad es buena para la fiesta. Los
que vienen con aire fresco sean bienvenidos. Falta hace. Todos servirán para,
tal vez, el resurgimiento de una nueva etapa en el toreo. Por ahora han sido
Roca Rey y Pablo Aguado quienes han mostrado sus cartas, pero, ojo, puede haber
muchos más tapados con ganas de dar el puñetazo en la mesa.
David de Miranda un valor en alza |
Sin ir más lejos, el último, un hombre al
que un toro envió al centro de parapléjicos de Toledo, y otro toro le ha
devuelto la gloria. David de Miranda ha dicho que
viene para quedarse. Ahora solo hace falta que el sistema comprenda que hay que
abrir las ventanas. Estos nuevos valores pueden traer la rivalidad, y con ella
la regeneración anhelada.
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