Siempre se pensó que la
Córdoba taurina estaba dormida, pero la conclusión final es que agoniza sin
remedio
Mientras los goznes de
la puerta principal del Coso de los Califas continúan cubiertos de telarañas,
taurinamente hablando, la temporada sigue su curso. Es la tónica de los últimos
años. Siempre se pensó que la Córdoba taurina estaba dormida, pero la
conclusión final es que agoniza sin remedio. Entre todos la mataron y ella sola
se murió. Con la afición
desencantada, vencida por el aburrimiento y hastiada por
la desidia, el final está muy cerca. El sistema que maneja los entresijos del
planeta de los toros ha sido culpable. Pero ojo, no solo han sido los últimos
empresarios que han pasado como regidores del coso los que han llevado a la
plaza a la situación actual, sino que existen otros factores que han pesado para
que todo haya desembocado al momento que actualmente se vive en Córdoba.
Uno ha sido la falta de
unión. La afición cordobesa jamás ha estado unida para defender lo suyo. Cada
uno ha hecho la guerra por su cuenta. Estamentos existen para haber conformado
un bloque opositor que pudiera ser escuchado por las distintas empresas que han
estado al frente de Los Califas. Luego la falta de puesta en común, así como
cierto espíritu cainita, han impedido ese frente
común que hubiera defendido la historia, idiosincrasia y
prestigio de una plaza que hoy se ve abocada a sobrevivir a base de actividades
que poco tienen que ver para lo que fue construida.
La falta de un revulsivo en forma de torero que ilusione a la
ciudad también se echa en falta. Desde la irrupción de Finito de Córdoba, allá a finales de
la década de los ochenta, no ha habido nadie de mover masas tal y como lo hizo
el fino torero del Arrecife. Haberlos con capacidad, los hubo, lo que al final
ocurrió es que algunos no pudieron y a otros no los dejaron. Actualmente con la
falta de novilladas con picadores en ferias y fuera de ellas, salvo casos
puntuales, hace más que inviable la aparición de alguien capaz de devolver la
ilusión a una afición y ciudad como Córdoba, bastante anquilosada.
Mucho tienen que
cambiar las cosas para un hipotético resurgimiento. Ya se ha visto hasta la
fecha. Hasta ahora solo se ha permanecido en silencio. La actual empresa
concluye su vinculación con Los Califas esta temporada. La incertidumbre es
máxima. Este año, inesperadamente, ejerció su derecho a prórroga. ¿Volverá a
optar por seguir el frente de la plaza? Ya se sabrá. Muchos pensaron y vieron
el capital mexicano como una panacea. Al final, taurinamente hablando, no ha
sido así. Córdoba es una plaza
cada vez menos relevante a pesar de la magnificencia de su
construcción. Una autentica pena, pero es una realidad cada vez más palpable.
Posiblemente, aunque no
diga nunca jamás, será el último artículo en esta línea. El articulista se
cansa de esgrimir siempre los mismos argumentos, rozando la cursilería y la
reiteración. Pero no lo duden, las cosas duelen. Duele una historia maltratada y pisoteada.
Una trayectoria íntimamente ligada a la historia del toreo. Una disciplina
bárbara y dramática hasta que llego Lagartijo y la transformó en pura
elegancia; formas heredadas por Guerrita quien la aderezó con un poder sobre el
toro jamás visto hasta entonces y que el gran Gallito, o Joselito, como gusten,
llevó aún más allá; Manolete trajo la quietud y la ligazón que se unieron a la
elegancia y al poder; luego El Cordobés trajo la revolución social y la
supresión de terrenos de toro y torero, fundiendo así todo lo que aportaron sus
predecesores en el crisol de su tauromaquia.
Solo por esto Córdoba
merecer no morir, o mejor dicho, no dejarla morir abandonándola. La Córdoba
taurina se merece una última
oportunidad. Solo queda la defensa de los que la aman.
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