El torero puede que sea el último
héroe con ribete mitológico. En nuestra sociedad, tremendamente globalizada y aséptica,
la figura del torero ha perdido ese halo heroico, pero aún así, la imagen del
matador de toros continua siendo icónica para muchos. Tanto es así, que después
de mucho tiempo, hoy hablamos de cien años de su muerte, aún se les recuerda,
se les admira y se les rinde pleitesía. Hoy se cumple un siglo desde que José
Gómez Ortega, Gallito-chico o Joselito en los carteles, perdiera trágicamente
la vida en la plaza de toros de Talavera de la Reina, después de haber aportado
a la fiesta de los toros, una revolución que fijó los pilares de cómo la
conocemos un siglo después.
La tauromaquia está unida a nuestro
pueblo. Si hoy por hoy, es el segundo espectáculo de masas, en la España de
Joselito el toreo era una celebración exacerbada y pilar de la diversión de los
españoles. El torero era un referente. El halo heroico del torero era máximo,
tanto que muchos trataron de salir de su miseria y hambre, probando fortuna en
la difícil, por no decir imposible, de ser figura máxima del toreo. Pocos la
consiguieron, muchos fracasaron en la empresa. La gloria está llamada para
pocos elegidos.
Uno de esos fue Joselito. Un
chiquillo que nació por y para ser torero. Pero no un torero más, lo hizo para
ser un visionario para la consolidación de una fiesta que a pesar de muchos, es
algo que forma parte de todos y cada uno de los españoles. La fiesta de
principio estaba llena de arcaicismos. Un espectáculo trágico, en exceso
sangriento y cruel en ocasiones. El llamado primer tercio de la lidia, era el
fundamental. Los públicos solo pedían caballos, caballos y más caballos. La
bravura se media por entradas a famélicos rocinantes y bajas en las cuadras. El
espada se lucía en quites y poco más. Tras la llamada suerte de varas,
banderillas y poco más. El tercio de muerte era breve. Solo se preparaba al
toro para la muerte y morir.
En la visión precursora de
Joselito, la lidia tenía otra visión distinta. Tan distinta que trato de
cambiarla, y por ello sentó las bases del toreo moderno, el cual no pudo
culminar por encontrar la muerte de forma prematura, hoy hace cien años. ¿Qué
hubiera pasado si “Bailaor” no se hubiera cruzado con Gallito en Talavera?
Posiblemente, todo habría avanzado más rápidamente, pero para fortuna de la
fiesta de toros, Chicuelo y sobre todo Manolete culminaron lo apuntado y
esbozado por el llamado Rey de los Toreros.
Joselito aportó a la fiesta la
lidia total. Todo formaba parte de un todo. Cada tercio tenía su importancia. El
tercio de varas continuó su cometido de ahormar a aquellos toros de carácter
rústico, que José también trató de amoldar a los nuevos tiempos. El de
banderillas lo hizo vistoso, florido y alegre. Y el tercio de muerte inició el
camino que lo llevo a denominarse tercio de muleta, ya que José intentó que no
fuera un trámite para el final, sino que también sirviera para lucimiento del
torero.
Joselito supone la transición
entre el llamado toreo antiguo hacía el toreo moderno. Es a la vez el último
estandarte del pasado, pero también abandera el futuro. También atisba que el
peso de la purpura puede ser excesivo para una sola persona y forma una pareja
de época, con Juan Belmonte, que es otra figura vital para el desarrollo del
nuevo toreo, eso sí, bajo la vigilancia y supervisión del autentico renovador
que no es otro que Joselito. Gallito trae el toreo ligado en redondo, Belmonte
la cercanía y el pisar terrenos prohibidos hasta entonces con oponentes broncos
y a la defensiva en la mayoría de los casos. Es por ello por lo que Joselito,
respetado por los criadores de su época, va imponiendo una selección en el toro
a lidiar. Aunque como máxima figura, se enfrenta a toros de cualquier vacada,
sugiere y a la larga pone un toro no solo apto para el lucimiento del tercio de
varas. Los ganaderos se hacen eco de la propuesta “gallista” y comienzan a
moldear su ideal de toro al que mejor se amolde al toreo del revolucionario
pensar del torero. Es cuando el encaste procedente de Vistahermosa se va a
imponer a todos los demás. La sangre navarra entra en declive, al igual que la
vazqueña, en la cima durante muchos lustros. El toro de hoy es la culminación
del sueño de Joselito.
Fuera de la plaza Gallito también
tuvo una visión fuera de lo normal. El toreo es la fiesta del pueblo, un
espectáculo de masas. A mayor espectadores más ganancia para todos y más
proyección de una liturgia única y viva. Es cuando surge su idea de las plazas
monumentales. Tanto es así que se construye una en su natal Sevilla, y después
de su muerte, aunque a su propuesta, es inaugurada la de Madrid.
Joselito traía la revolución del
toreo en la cabeza. Su toreo sobrado y dominador hacía que la admiración hacia
su persona fuese más que notable en la España de su época. Tanto es así que en
todos los rincones de España era solicitada su presencia. Así llego a Talavera
de la Reina. Y allí su destino estaba marcado en los pitones de un toro llamado
“Bailaor”. En la coqueta plaza talaverana se truncó todo. Pero la base estaba
puesta y después de un siglo de aquella nefasta tarde, José Gómez Ortega,
Joselito, es recordado por su aportación a la última liturgia viva de la
cultura mediterránea, que conocemos como tauromaquia. ¡¡Gloria a Joselito!!
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