Es el propio mundo del toro,
desde su interior, quien tiene que marcar las pautas a seguir para obtener la
vuelta del gran público a las plazas y el respeto de la sociedad
Nos está tocando vivir
un tiempo convulso. Si ya todo estaba enredado, este virus que nos asola ha
venido a complicarlo todo aún más. Nuestra sociedad se tambalea. No estaba
preparada para encajar toda esta pesadilla, en forma de pandemia, y que ha
dejado al aire muchas vergüenzas de esta sociedad cada vez más globalizada y
carente de valores. Tras unos duros meses de confinamiento, parálisis
económica, colapso sanitario y muchas muertes, veladas u ocultadas, por esta
sociedad espuria y aséptica, nos hemos encontrado con un periodo pomposamente nombrado como "nueva
normalidad", en el que se nos dijo que íbamos a salir más
fuertes, cuando en realidad estamos igual que antes de que la pesadilla
comenzase a marcar nuestro mundo de vida.
Y es que
esta denominada nueva normalidad está sirviendo para demostrar que poco ha
cambiado. Seguimos siendo igual de vulnerables y nuestro instinto de
supervivencia hace que nos miremos en exceso el ombligo en lugar de afrontar la
situación de una manera responsable y solvente. Nada va a ser igual que antes,
no cabe duda. De nosotros depende de buscar unos parámetros de vida para hacer
más viables, los nuevos tiempos
que nos va a tocar vivir.
Antonio
Díaz-Cañabate, crítico taurino de referencia, escribió que los toros son fiel reflejo de la sociedad en
la que vivimos. La verdad es que no le faltaba razón a tan reputado escritor y
abogado madrileño. Antes de toda esta pesadilla, la fiesta mostraba infinidad
de pecados, así como hacerse cada vez más vulnerable a los ataques recibidos.
La endogamia del sistema que la maneja ha hecho que, poco a poco, el gran
público, el que verdaderamente la sustenta, se vaya alejando de ella por
infinidad de causas.
Ese
alejamiento del gran público –la diversidad de actividades de ocio ha hecho que
muchos se inclinen por otros espectáculos más novedosos– hace que la fiesta de
toros haya entrado en una profunda sima, de la que se saldrá únicamente si
todos los que forman parte del entramado taurino reman en la misma dirección.El verdadero sostén de la fiesta son los aficionados.
Sin ellos, el espectáculo está muerto. El rito pervivirá, pero la fiesta
popular, la que es del pueblo, desaparecerá si ese aficionado no vuelve a las
plazas de toros. ¿Qué ha motivado al gran público a desertar? Las respuestas
pueden ser varias, pero fundamentalmente se podrían resumir en cuatro o cinco
ideas que son muy básicas.
La primera de ellas
puede ser la falta de promoción. La fiesta hoy no se impulsa como debiera. La
promoción de los festejos peca de falta de adaptación a nuestros tiempos. Se
sigue publicitando como hace cincuenta años. La novedad no está en marquesinas,
ni paneleando autobuses. La promoción tiene que ser actual. Adaptarse a los medios audiovisuales y
contad con la televisión, ya sea pública o privada, mostrando una fiesta
cercana a la sociedad.
La falta de
renovación es otro de los pecados de la fiesta en la actualidad. Los carteles,
montados por el trust empresarial sin pensar en el público, han hecho que el
espectáculo a ofrecer peca en demasía de añejo y acartonado. Hay que abrir las
combinaciones de nombres, así como potenciar los festejos menores, con el
objeto de buscar un relevo
natural al actual escalafón de matadores que cada vez está
más cerrado y envejecido. La falta de integridad también hace daño a la fiesta
y con ello al espectáculo. La corrida debe de tener vida y eso se incrementaría
con un toro íntegro y variado en su selección. La endogamia ganadera ha hecho que
las corridas sean tan previsibles que se ha perdido el factor sorpresa. El espectáculo
taurino es caro, y si esa falta de versatilidad e integridad sigue latente,
hace que muchos espectadores, ante la monotonía, no vuelvan a acudir a una
plaza de toros.
Expuestos
estos puntos, cabe hacerse una pregunta ¿Quién puede dar solución a todo para
renovar la fiesta? La respuesta está clara. Es el propio mundo del toro, desde
su interior, quien tiene que marcar las pautas a seguir para obtener dos
premisas fundamentales. Una, la vuelta del gran público a las plazas. Y la
otra, el respeto de una sociedad
y de una clase política que atacan a la fiesta, ya que
palpan la crisis de la tauromaquia en estos tiempos. Son los taurinos quienes
deben de trabajar. Renovando desde dentro se conseguirían muchas cosas. Están
bien los paseos para defender la fiesta, pero está mal no organizar festejos,
como tampoco presionar a los estamentos gubernamentales para hacer ver que la
tauromaquia sigue siendo el segundo espectáculo de masas del país.
Es el mundo
del toro quien tiene que hacerse respetar. Es la única manera de ser
escuchados. Es triste lo que estamos viviendo estos días. La marginación de los derechos de unos trabajadores por
el mero hecho de ser profesionales del mundo del toro. El Gobierno está negando
unas ayudas a unos trabajadores que aportan a las arcas del Estado más de lo
que de ellas reciben. Precisamente ahora. Un Gobierno que dice defender los
derechos de la clase obrera y los trabajadores está marginando por ideología a
todo un sector, como el taurino. Se le está negando una prestación que le
corresponde por justicia. El sectarismo está dejando al aire el cinismo e
hipocresía de nuestros gobernantes.
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