Una casa de subastas británica
publicita un traje que adornan con la historia de que perteneció a Joselito y
que Rodolfo Valentino no pudo devolver por su inesperada muerte
El tiempo
siempre pasa de forma inexorable. En muchas ocasiones se encarga de borrar de
nuestra memoria cosas intrascendentes. En otras, su paso
reviste nuestros recuerdos de una pátina, que lustra los mismos y los hace imborrables,
perpetuándolos así para siempre en nuestra mente. Hay cosas que rememoramos con
nostalgia, también con añoranza, aunque los años y ese tiempo marcado les
den tintes de leyenda, sin saber a ciencia cierta qué parte de ellas son
realidad y cuáles carecen de verosimilitud alguna. Por ello, hay historias que
son recordadas sin saber si fueron ciertas o no, aunque en numerosas ocasiones
dudemos de ellas, a pesar de su belleza y singularidad.
El toreo está rodeado
de muchas historias con tintes novelescos, que en ocasiones son
difíciles de creer. Una de ellas es la de un vestido de torear que está rodeado
de un aura de misterio y leyenda. En esta leyenda, que como todas, tendrá algún
tinte de realidad y otros, los más, de fantasía, se entremezclan nombres y
disciplinas artísticas que nos enseñan la universalidad de un arte ancestral
como es el toreo.
La segunda
década del pasado siglo supuso una
autentica revolución en planeta toro. Atrás quedó el toreo
decimonónico y cruel. La llamada Edad de Oro trajo de las manos de Joselito y
Belmonte las bases del toreo tal y como hoy es conocido. Como siempre, España
se partió en dos. Unos admiraban a Joselito. Otros a Belmonte. La sapiencia e
intuición del primero era complementada por el dramatismo del segundo. La
tauromaquia era el mayor espectáculo de masas en España y los dos bandos, gallistas y belmontistas, eran irreconciliables.
Al ropero de
Joselito llegó un recargado y barroco
terno grosella y oro. Cuentan que regalo de la casa real, como
también se afirma que la prenda fue prestada por el torero sevillano al actor
Rodolfo Valentino, quien se disponía a rodar la primera versión cinematográfica
de la novela Sangre y Arena de Vicente Blasco Ibáñez, película que se llevaría
a cabo bajo la dirección de uno de los mejores directores de la historia del
cine, como fue Fred Niblo.
Joselito
murió trágicamente en Talavera de
la Reina en 1920. La película se estrenó con éxito dos
años más tarde, apareciendo en la misma pasajes de corridas donde aparecen
Joselito, Juan Belmonte, Silveti e Ignacio Sánchez Mejias. Rodolfo Valentino,
italiano de nacimiento y nacionalizado norteamericano, considerado el primer
sex-symbol de la historia del cine, falleció prematuramente en 1926 a
consecuencia de una peritonitis. Esa temprana muerte acrecentó su mito y fama,
siendo recordado como una de las grandes estrellas del incipiente séptimo arte.
El terno
grosella y oro, el que cuentan que perteneció a Joselito y que Valentino no
pudo devolver a su propietario por su inesperada muerte, fue vendido por sus familiares al bailarín
norteamericano Jacques Cartier, quien triunfaba en Broadway con
su estilo personal e innovador. El traje fue adaptado para ser usado por Cartier
sobre los escenarios, siendo lucido en varías coreografías ideadas por el
norteamericano.
La
historia es hermosa. Un vestido de torear que aúna la tauromaquia con la
literatura, el cine y la danza. Es la historia que nos han contando y que hoy
se encarga de publicitar una casa de subastas británica, quién sabe si para
acrecentar y poner más en valor una prenda tan agraciada en sí, buscando con
ella una puja importante y alcanzar mayor beneficio en su venta.
Repasando
detenidamente la ficha con la que se publicita el terno, existen algunas fechas
y datos que hacen dudar de la
realidad de la historia. Choca en primer lugar que se afirme
que el vestido en cuestión es obra del prestigioso sastre de toreros Fermín,
que se inició en el negocio cuarenta y tres años después de la muerte de
Joselito. Este dato muestra la imposibilidad de la autoría de la prenda, así
como de ser quien vendió la misma a la casa real española para ser regalada al
torero sevillano.
Otra cosa
que pone más que en duda esta bonita leyenda es la supuesta amistad de Joselito
con el actor Rodolfo Valentino. Joselito solo hizo campaña americana en el invierno de 1919 y 1920,
circunscribiéndose sus actuaciones a Perú, lo que hace inverosímil que trabase
algún tipo de conocimiento con el actor, que residía en Estados Unidos.
Igualmente, la película se filma en 1922, cuando Joselito había muerto dos años
antes, lo que también hace inviable que el torero español le prestase el terno
para el rodaje.
Por último,
si visionamos la película, se aprecia que el traje que luce Rodolfo
Valentino es más un atrezzo que
un traje real, ya que las diferencias entre ambas prendas son
notorias, comprobándose que no se trata del mismo vestido.
La leyenda
en este caso, a pesar de su tinte
novelesco, no es más que una historia sin la menor
credibilidad, aunque no hay que obviar que el toreo es una disciplina artística
que ha servido de inspiración para el desarrollo de otras tan dispares como la
literatura, el cine o la danza.
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