Estamos en vísperas de unos días entrañables. Como cada año la Navidad nos
hace descubrir el lado mas solidario de cada uno de nosotros. Luego todo pasa y
poco queda. Poco o nada. La vuelta a la rutina hace que pronto todos los
propósitos de ser un poco más humanos, queda en el olvido. Es el modus
vivendi de nuestra sociedad.
En el mundo de toro ocurre tres cuartos de lo mismo. Durante cada campaña, y
sobre todo al finalizar la misma, todo son buenos propósitos. Se dice, por
activa y por pasiva, que el año próximo todo será mejor y se luchara por
revitalizar una fiesta que solo le falta recuperar su esencia. La de la verdad.
La fiesta de hoy está corrompida por dentro. Solo unos pocos, que por cierto
defienden sus intereses y no los de la fiesta en si, manejan los hilos
repartiéndose los beneficios de un pastel cada vez más exiguo a consecuencia de
la crisis económica que nos azota.
Todo está manejado por los de siempre. Hoy vivimos la hegemonía de las
grandes empresas y las de sus toreros y ganaderías satélites. Ese trust empresarial, que aglutina tantas
cosas, no es bueno para engrandecer la fiesta en estos tiempos.
Los toreros, los figuras, los del llamado G10, los que están en las ferias
sin hacer méritos para ello en muchas, demasiadas, ocasiones, se encuentran
cómodos en esta situación. Torean fácil, a diario, estén como estén. Poco
importa si están bien o si pegan un petardo. Mañana volverán a torear en una
feria importante alejados de gachés y
polvareas. Si están bien son cantadas sus excelencias por la prensa oficial
y si están mal no pasa nada. Todo tiene excusa. Principalmente el toro. El
culpable de que cuando no ruedan bien las cosas se carguen sobre él las tintas.
Un toro creado ex-profeso para la fiesta de hoy. Para esta fiesta hueca pensada
para el beneficio de unos pocos. Los que tienen la sartén por el mango.
Por eso en el campo los criadores se pliegan a los intereses de los “mandamases”.
Llevarles o torcerles el gusto equivale a verse fuera de los circuitos
importantes. Muchos encastes importantes han sido marginados hasta hacerlos desaparecer.
Otros se mantienen gracias a Francia donde los tentáculos del trust aún no aprietan con fuerza, pero
demos tiempo al tiempo, aunque allí quien de verdad impone sus criterios es el
aficionado.
Es España las cosas no pintan igual. Y en todo esto, el aficionado y
espectador ¿que cuenta? Poco o nada. Y eso es triste. Quien mantiene la fiesta
es el consumidor y si no se cuida los efectos pueden ser graves. De hecho ya he apuntado algo. La desaparición
y limpieza étnica de encastes patrimonio de todos los que aman la fiesta de los
toros. Otros se mantienen, que no es poco, arrinconados por las exigencias de
los que manejan los hilos de todo.
Por eso en estos días de fríos mitigados al calor de la lumbre debemos
meditar que fiesta queremos. Sin lugar a dudas una fiesta integra, al igual que
el toro, que a la postre es quien debe de poner a cada uno en su sitio. Los
aficionados tenemos la última palabra. Es hora de demandar el espectáculo que
queremos, no que nos sigan imponiendo el que ellos quieren, que en realidad es
el que le interesa para su propio beneficio.
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