Reconozco que me
apasiona el llamado modelo francés. Un modelo donde se busca, ante todo, la profesionalidad e integridad de los
participantes en la fiesta. De ahí que el toro sea el principal pilar en la
organización del espectáculo. El toro ante todo. Luego, una vez puesta la base,
se busca quien se enfrente a él. Que no puede ser la figura de turno, no pasa
nada, nadie se rasga las vestiduras, nadie se lamenta. Se busca un torero
capaz, profesional y capaz que si está dispuesto a enfrentarse a un toro
integro y encastado,. El toro sobre el que gira la lidia que emociona al espectador acrecentando la afición y haciendo nuevos espectadores.
Luego, con este modelo francés, se premia al triunfador, como fue y debe ser, y
se sanciona y castiga a todo aquél que defrauda al público, ya sea torero o
ganadero. No hay medias tintas. Me engañas: no vuelves. Lógico y justo ¿no
creen?
El otro día vi con gozo
como Ceret, uno de estos baluartes en Francia, ya tenía reseñadas, o vistas,
las ganaderías de su feria de julio. Dolores Aguirre, Juan Luis Fraile y Adolfo
Martín. Tres ganaderías, tres encastes. Parladé-Conde de la Corte- Atanasio en
los de Aguirre; Santa Coloma-Graciliano los púpilos de Fraile y Saltillo-Santa
Coloma –Albaserrada en lo que cría Adolfo. Diversidad en una feria corta.
Diversidad y variabilidad que no se ve en ciclos compuestos por más festejos,
que sumisos al sistema, solo programan toradas provenientes del fecundo tronco
dominante para mayor gozo y disfrute de la torería andante.
Mientras Ceret, donde
posiblemente tengamos que ir algún día exiliados a ver toros, cerraba sus ganaderías,
mi Córdoba natal y querida, sigue en la búsqueda del mesías que la devuelva al
lugar que le corresponde. Después del
experimento “bolivariano” con Ramguertauro que ha dejado, a nuestro juicio, la
plaza bajo mínimos, toca volver a partir de cero. La empresa es ardua y
complicada. Hoy desgraciadamente Córdoba no pinta nada en el planeta de los
toros. Es de primera solo a niveles administrativos. Basta ver como triunfar en
Córdoba no vale para nada, su feria a nivel informativo nacional pasa de puntillas,
so pretexto de coincidir con San Isidro, cada se organizan menos festejos, y los
que se celebran tienen poco fundamento y atractivo de cara al aficionado. El cordobés, complicado y caprichoso de por
sí, ha dado la espalda a la fiesta de los toros. Se ha cansado de la vulgaridad
que rodea a esta fiesta moderna. Haced que vuelvan a Los Califas es una meta
complicada y difícil, por no decir imposible, si no se le pone un reclamo que
satisfaga un interés hoy perdido.
Difícil, muy difícil,
se antoja lo requerido. No hay nada más que ver las empresas que se rumorea
optan a regentar Los Califas. Empresas jóvenes, nuevas, frescas, pero que no
aportan esquemas que den lugar a la ilusión. Sus aspiraciones no son otras que
entrar en el sistema que controla la fiesta de los toros y participar del
reparto del pastel. Hacen falta empresas independientes, creativas, con ideas nuevas y sobre todo que centren su trabajo en la recuperación del toro integro así como en la diversidad que la cabaña brava ofrece.
Córdoba es hoy una
plaza difícil. Por intereses se empeñaron en hacerla imposible. Unos y otros.
Córdoba fue una plaza de temporada, donde la feria se ceñía a dos o tres
corridas y una novillada. Luego durante el año se organizaban más festejos en
otras fechas, San José, Santiago Apóstol, festejos nocturnos para noveles y la
añorada feria de septiembre. Córdoba, aunque hoy nadie lo recuerde, fue una
plaza de temporada. Plaza que pesaba en el toreo, plaza que hacía honor a su
historia y sobre todo una plaza que era respetada. Tristemente llegaron los
mercaderes, aquellos que pretendieron hacer en la época de vacas gordas caja
con ella. Aparecían por aquí un mes antes de la feria, presentaban los carteles
correspondientes, en los que se concentraba en una semana los festejos exigidos
por la propiedad, celebraban la feria y bye
bye, hasta el año que viene. Poco importaba.
Eran épocas de bonanza, de prosperidad y de vacas gordas. Los propietarios
cobraban su canon y las empresas ganaban dinero aunque dijeran lo contrario.
Luego vino la decadencia. Los que sube baja ¡y cómo bajo! De una semana
completa de toros en plena efervescencia “finitista” en los 90, hemos pasado a
dos corridas, con escándalo y suspensión incluida, y gracias. ¿Normal en una
plaza con la historia taurina de Córdoba?
La categoría de una
plaza no la marca un artículo publicado en el BOE, ni tampoco un decreto de una
Comunidad Autónoma, el prestigio se alcanza organizando espectáculos íntegros,
serios, donde se respete al toro bravo ante todo y los intereses económicos primen
solo lo que deben de primar, que no es más, que un beneficio en la justa medida
del espectáculo que se ofrece al consumidor, y que no es otro que el público.
Prefiero una plaza de segunda o tercera categoría administrativa donde se
celebren festejos durante todo el año, a una plaza de primera donde dos o tres
corridas, devaluadas, falsas y decadentes, donde la última liturgia viva de la
cultura Mediterránea sea manejada de forma artificiosa por un sistema podrido y
corrupto.
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