El tiempo pasa inexorablemente. Sin darnos cuenta, rápido y de forma veloz. Veo la fecha de la última entrada en esta bitácora taurina, y me doy cuenta que está sumida en el abandono. También reconozco que últimamente me da pereza escribir de toros. Circunstancias personales y profesionales pueden ser achacables, pero la realidad es que el mundo del toro está que da asco. Por esto último he dejado de ser prolífico en literatura taurina. Unos artículos sobre ganaderías para una revista que edita anualmente una cadena de radio y una entrevista a un ganadero cordobés en alza para otra y poco más. También he actualizado las charlas o conferencias que tenía preparadas desde hace tiempo. Todas tituladas de forma pomposa para que luzcan en los carteles. "Córdoba, tierra de toros"; "La casta vazqueña. Presente, pasado y ¿futuro?" y "Miura y su leyenda trágica". A estas tres se unen "La evolución del toro en la historia del toreo" y "Braganza, un encaste propio forjado en Portugal". Ahí se resume mi actividad como escritor taurino de las últimas fechas.
Lo demás comienza a darme igual. Esto no tiene solución. Ver el escalafón al final de esta temporada da una sensación tragicómica. Dos toreros como Juan José Padilla y El Fandi lo lideran. Sin palabras ni comentarios. Si no rigiera sus destinos quien todos sabemos estarían en su casa o toreando en gaches perdidos entre polvaredas y barbechos. Otros como Urdiales, Juan Mora o la revelación de Pepe Moral son ignorados, para mayor dolor de la tauromaquia, y sus contratos se cuentan con los dedos de la mano. La fiesta está así. No torean más los mejores, ni los que interesan a la afición, ni los que hacen vibrar al público. Torean más los que sus mentores tienen más fuerza en los despachos y medran por aquí y por allá. Sin escrúpulos, arañando lo que pueden a una fiesta que tristemente esta en una situación lamentable. Aquí mandan las exclusivas, el mangoneo de los intercambios, el tuneleo, la puñalada trapera y lo que es peor la indiferencia y la falta de unidad ante el enemigo exterior que está cada vez más cerca y al acecho.
También estos días han sido triste. Se nos ha ido un torero modelo. Nos dejó José María Manzanares. El último torero con mayúsculas. Un torero que reunía casi todo para haber marcado una época, pero que la desidia y la abulia lo impidieron. Un torero cumbre. Un maestro de maestros. Un espejo para toda una generación. Un torero de cabeza privilegiada, con una técnica envidiable y una estética personal e intransferible. Lástima que faltara un poquito de más ambición para haber sido más de lo que fue. Recuerdo muchas de sus actuaciones en Los Califas. Daba gusto verlo. Haciendo el paseo era como un patricio romano. Luego delante del toro todo era naturalidad, suavidad, conocimiento, buen gusto. Cuando quise ser torero trataba de beber de las fuentes del otro maestro de Alicante. Idolatraba a Esplá. Me gustaba su barroquismo, su toreo añejo y el dinamismo que dotaba a la lidia. Recuerdo que caminaba con un ejemplar de la revista "Aplausos" y me encontré con el desparecido novillero cordobés "Palitos" y un matador de alternativa. Comenzamos a charlar de toros y del barroquismo de Esplá en sazón de un gran momento profesional. El matador que nos acompañaba dijo: "Déjame la revista". La abrió y volvió a decir: "Mirad la fotografía que queráis y tapad al toro. Si el torero está forzado no está toreando bien, es un toreo sin personalidad y con poco profundidad." Miramos muchas fotografías, muchas, todas las de la revista. Tapábamos al toro y en las únicas en que aparecía una figura natural, estética y personal, eran las de José María Manzanares. Desde entonces me convertí al "manzanarismo". En una de sus últimas actuaciones, creo que la última, en Los Califas, mostró que pasaría a la historia a pesar de todos sus pecados. Justo y cabal. Finito salió por la Puerta de los Califas; Joselito por la de la enfermería. El maestro salió a pie entre una ovación unánime que recogió toreramente antes de salir por la puerta de cuadrillas. Como todos los grandes único. Quién sabe si sus defectos en el eran virtudes. Que grande, que gran torero se nos ha ido. ¡Adiós maestro!
Parece que fue ayer. El tiempo pasa, rápido y fugaz. La fiesta sigue. Con su grandeza, hoy enmascarada y politizada, con su liturgia y su historia. Ahí está, espera su renovación para su resurgimiento. Esperemos que sea pronto porque el tiempo pasa de forma inexorable.
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