Cuando dicen que se torea mejor
que nunca, volvió a aparecer de forma fugaz, una tauromaquia con reminiscencia
del pasado. Unas formas ante el toro con aroma clásico, de sabor añejo y con
regusto a otros tiempos de la historia del toreo. Lo clásico nunca pasa de
moda, siempre está vigente. Es una concepción distinta de la tauromaquia, que
se nutre de modelos tomados de un glorioso pasado. Después de siete años de
ausencia, tras la triunfal despedida en Las Ventas ante el toro
"Beato" de Victoriano del Río, el alicantino Luis Francisco Esplá
volvía a los ruedos, ésta vez de forma puntual en la corrida goyesca de Arles.
Vestido impecablemente, con un
traje goyesco color tabaco con pasamanería celeste y toques naranjas, tocado
con un tricornio y redecilla, con medias color perlino y zapatillas a juego con
el vestido, el torero de Alicante partió plaza de forma extraordinaria, para
mostrar que su tauromaquia, preñada de ortodoxia y concebida para dotar de
dinamismo al espectáculo, no ha perdido vigencia.
Desplegó su capote, de vueltas
azules, como lo hubiera hecho en los primeros años ochenta el siglo pasado.
Lances personalísimos a la verónica, rematados con dos medias a la cadera,
trajeron la luminosidad del Mediterráneo de su Alicante natal y un añejo quite
a la Navarra mostró la variedad capotera sin necesidad de importar nada del
otro lado del Atlántico. Esplá no banderilleó en esta fugaz reaparición. Una
lesión en un píe impidió poder vibrar con sus pares de poder a poder, sus
vistosos jugueteos con los toros y sobre todo, admirar el compendio pleno del
arte de banderillear en temerarios pares por los adentros. Con la muleta Esplá
ofreció dos versiones. Una, en su primero, donde se mostró poderoso, con oficio
y capaz de estructurar un trasteo con lucimiento ante un toro que poco se
prestó al mismo. Otra, donde puso en escena la variedad, el clasicismo y
el dinamismo que siempre fue aval en su toreo. Incluso se llevó una paliza
brutal, con su peculiar sentido del humor declaró que también las cogidas
entran en el contrato, de la que se levantó maltrecho y sin mirarse dispuesto a
concluir con brillantez lo que había iniciado minutos antes. Al final salió del
coliseo romano de Arles a hombros, parece que por última vez, dejando antes
patente que su toreo continua vivo.
Muchos solo toman de Esplá la
cascara. Sus decimonónicos ternos, el muletear su segundo toro tocado con la
montera si no lo ha brindado, o sus trastos toreros de vueltas y forros azules.
Pero Luis Francisco Esplá es mucho más que eso. El toreo de Alicante ha sido, y
es, un torero importante. Un torero que concibe el toreo como un espectáculo
total en los tres tercios. Un espada que se ha preocupado de rescatar detalles
que permanecían vetustos y olvidados. Quites y galleos perdidos, pares
inverosímiles de banderillas, y faenas de muleta donde siempre intentó dominar
a sus oponentes con un toreo donde predominaba la curva y el cargar la suerte,
ante las líneas rectas y el alivio. Desplantes deslumbrantes, como el de
aquella mítica tarde de junio de 1982 al toro de Victorino, y sobre todo sacar
el ostracismo la gallarda suerte de recibir.
Un torero al que la historia aún
debe de colocar en mejor sitio, porque ha cubierto un hueco más que necesario
en la fiesta. Lástima que, de su figura y persona, no hayan bebido las nuevas
generaciones que pretenden abrirse paso en la fiesta. El torero alicantino, que
siempre gustó de buscar en los que le precedieron, no ha sido, por desgracia,
modelo a seguir. Puede que Esplá solo haya uno, ni antes su hermano, ni ahora
su hijo, se han aproximado a él, pero hay que reconocer que su aportación desde
fines de los setenta del pasado siglo, hasta el pasado fin de semana en Arles,
ha servido para cubrir un hueco necesario en la fiesta de los toros. Con él
estaba asegurado el toreo total, el lucir a los toros en el tercio de varas, el
gusto por lo añejo, que no viejo, y el mostrar con orgullo el legado de todos
aquellos que le precedieron en el arte del toreo. Luis Francisco Esplá mostró
en Arles lo que siempre fue, un modus vivendi que formó parte de su vida y que
nos trasladó para demostrar que el toreo clásico siempre está vivo.
Desgraciadamente muchos no lo comprendieron y no descubrieron la profundidad de
una tauromaquia, que a simple vista parecía superficial y liviana. Pocos o
ninguno han bebido de quien bebió en numerosas fuentes. La tauromaquia
desarrollada por Esplá es necesaria en la fiesta del mañana, porque Esplá y sus
formas, son algo más que un torero y una puesta en escena vintage.
Me ha dejado "los pelos como escarpias" leyendo el artículo. Una lástima que el maestro no haya podido lucirse con el tercio por el que mas se le conoce. Y desde luego que no se valore como debería su tauromaquía tan especial y clásica.
ResponderEliminarEspero que lo de las "escarpias" haya sido para bien. Lo de las banderillas es parte de la tauromaquia, pero no eje. En Arles, Esplá demostró que sin ellas, también pudo ser el mismo. Saludos.
ResponderEliminar