6/04/2017

NOSTALGIA DE UN TERNO VERDE MANZANA Y ORO

Es hora de que la Córdoba torera, sabia y senequista como la califican, se meta la mano en el pecho y piense si está obrando en justicia con este torero que tanto le ofreció muchos años.

Córdoba, taurinamente hablando, vivía un triste momento a fines de la década de los años ochenta del siglo pasado. Sin ningún torero referente, para hacerle despertar ilusiones, y con una escuela taurina, fundada diez años antes, que solo había dado un matador de toros, Fermín Vioque, hacía que el panorama fuese desolador. 

En aquel año el coso de Los Califas era regentado por los hermanos Cámara, quienes junto a su cuñado, el recordado Antonio Pérez-Barquero, ceñían la programación de la temporada a la feria de mayo. Es verdad que en alguna ocasión fuera de esta fecha, la plaza abría sus puertas, sobre todo para la celebración de alguna que otra novillada con picadores, que servían para placear a los toreros que apoderaban y de paso incluir a algún espada local para justificar la inclusión de espadas foráneas. 

La temporada de 1988 se inició como de costumbre. Algún festejo picado, aprovechando el tirón local que tuvo el desaparecido Palitos, y poco más. La feria de ese año constó de cuatro corridas de toros, con algún escándalo incluido, dos novilladas picadas, el clásico festejo de rejones y la tradicional novillada picada. La corrida estrella, sobre el papel, era la de Victorino Martín, pero el de Galapagar retiró sus toros al rechazar los facultativos algún ejemplar en el reconocimiento previo. También otra de las corridas sufrió una alteración en el horario de inicio, debido a su retransmisión por TVE. Mucha gente no se enteró, debido a la falta de comunicación de la empresa, y cuando apareció por la plaza, el festejo se hallaba bastante avanzado, con el consiguiente enfado del respetable. 

Todo parecía ir como de costumbre, o lo que es lo mismo, seguir navegando por el desierto. El día 10 de septiembre, en festejo organizado por personas ajenas a la empresa, se presentó en Córdoba un chaval que vestido de manzana y oro con remates negros, hizo las delicias de los asistentes con sus formas toreras. Tanto fue así que tres semanas después el joven novel, de nuevo con el mismo terno verde manzana y oro con remates negros, volvió a partir plaza en el albero califal para volver a asombrar a los congregados en los tendidos con su toreo personal, ortodoxo y estético. Las tres orejas que cortó a los erales de Ramón Sánchez fueron lo de menos. Lo más importante es que la afición cordobesa vislumbró un rayo de luz ante unas sombras que ya duraban tantos años. Córdoba taurina despertó y aquel año de 1988 fue el inició de un resurgir del nombre de la ciudad en el planeta toro.

Aquel joven obró con su toreo el milagro, y Córdoba comenzó a seguirlo como hacía años que no se veía tanta entrega de Córdoba con su torero. Muchos vieron en aquello nuevos laureles que volvían a reverdecer. Los Califas se recuperaron de aquel largo encefalograma plano y sus puertas se abrían de manera frecuente. La feria de mayo llegó a ofrecer una decena de festejos. Fuera de esas fechas era normal la celebración de espectáculos taurinos. El cartel de no hay billetes se colgó en más de una ocasión, de nuevo los chavales querían ser toreros y muchos de ellos vieron cumplido su sueño de tomar la alternativa, otros se quedaron en el camino, si bien algunos, cambiaron el oro por la plata y se convirtieron en autenticas figuras entre los hombres de cuadrilla. 

Luego aquel romance con el paso de los años se fue marchitando. Todo volvió a ser como antes. La gente dejo de ir a los toros. El abono en Los Califas, poco años atrás plaza de temporada, se ciñó de nuevo a los días feriados de mayo. En la escuela taurina la actividad es cada vez menor, los chicos ya no tienen un espejo cercano donde mirarse. La tristeza regresó a la Córdoba taurina que languidece y vuelve a entrar en una profunda sima. Las ilusiones se han apagado y las luces son cada vez más tenues. 

Por eso la entrada de público en la corrida de feria del sábado fue sorprendente. En ella se acartelaba aquel joven muchos años después. Un joven que los años le han dado poso y solera. Un joven al que hoy sus seguidores le han dado la espalda, y eso es triste. Córdoba no ha reconocido lo que supuso la aparición de aquel chaval aquella tarde de septiembre en Los Califas. No le reconoce lo que aportó, no sólo a su Córdoba sino al toreo en general. Un torero que prefirió ganar batallas en lugar de la guerra, pero que brindó tardes memorables en las plazas más importante del planeta toro. 

Es hora de que la Córdoba torera, sabia y senequista como la califican, se meta la mano en el pecho y piense si está obrando en justicia con este torero que tanto le ofreció durante muchos años. Es hora de que sepan reconocer que aquel movimiento, que muchos llamaron “finitomania”, supuso para el toreo mucho más de lo que parece. Los tendidos el sábado de feria estaban teñidos de carmesí. Los toros no se prestaron al lucimiento y lo que todos deseábamos quedó inconcluso. Sólo alguna mirada perdida buscando en la memoria aquel terno verde manzana y oro con remates negros, aquel que llevo una lejana tarde de septiembre un muchacho de nombre Juan Serrano, Finito de Córdoba en los carteles, y a quien es hora que esta Córdoba tenga el reconocimiento que merece.

El Día de Córdoba (04/06/2017)

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