El 6 de julio de 1944, en la tradicional corrida de la Asociación de la Prensa en la madrileña plaza de Las Ventas, Manolete firmó una de sus más memorables actuaciones
Se muestra julio como siempre lo hizo.
Un mes donde el verano se manifiesta de manera cruda y donde los días, al refugio
del calor, son propicios para despertar en la memoria sucesos y hechos que ya forman
parte de nuestra historia. En este año en el que Córdoba celebra el centenario
del nacimiento de Manolete, uno de sus hijos más célebres del pasado siglo, los
que no tuvieron la ocasión de conocerlo buscan su evocación en la amplia bibliografía
editada sobre el Monstruo de Córdoba, tratando de estar al tanto de lo que aquel
espigado y magnético torero supuso en una España rota, y que poco a poco
intentaba salir de una tragedia que había hecho tocar fondo a un país y a un pueblo.
Julio siempre fue el mes
manoletista por excelencia. Linares es otra cosa, tragedia y llanto, que ha
nublado la obra de Manuel Rodríguez como torero. En julio nació como hombre en
la calle Torres Cabrera y como torero sobre el dorado albero maestrante
sevillano. También en julio Manolete alcanza la cumbre, la cima, la cúspide del
toreo, y muestra que su tauromaquia trasciende más allá de lo aportado por
quienes le precedieron en el arte de lidiar y dar muerte a estoque a los toros.
Corría la temporada de 1944.
Manolete ya ha mostrado sus credenciales. Su faena a un toro de Villamarta en Sevilla
durante la campaña de 1941, dos orejas y rabo aunque los despojos fueron lo de menos,
le ha puesto a la vanguardia del escalafón. Los compañeros que buscan competencia
con el coloso cordobés son pronto dejados en evidencia pues no pueden seguir la
estela que marca Manolete. Tal vez por ello, y ante la suprema tauromaquia de
Manuel Rodríguez, el publico comienza a mostrar cierta hostilidad hacia el nuevo
ídolo.
El día 6 de julio la Asociación
de la Prensa celebra en Las Ventas su tradicional corrida. Se anuncian seis toros
de la ganadería charra de Alipio Pérez-Tabernero para El Estudiante, Juanito
Belmonte y Manolete. La expectación es máxima. Se cuelga el cartel de no hay billetes
y a plaza llena las cuadrillas rompen plaza. Juanito Belmonte no tiene suerte
en su lote. Ello hace que no se sienta cómodo durante la tarde y esta discurra
para él en tonos grises y poco claros. El Estudiante se muestra valeroso con
sus dos oponentes. A su primero le corta una oreja. Nos dice Manuel López del
Arco, quien firmaba sus crónicas como Giraldillo, en ABC: “Toda la extensión
valerosa de su toreo, que tantas apasionadas simpatías promueve, quedó
contraída a la faena del primero. Cortó una oreja. Con esto no lo hemos dicho todo,
porque él fue uno de los pilares de la corrida de toros, sosteniendo con el cordobés
el fuego de la emulación, no ya de torero a torero, sino de espectador a espectador”.
Lo que pudo ser una tarde triunfal para el torero alcalaíno quedo en la nada
porque se encontró con un Manolete amplio y rotundo en una tarde que marcó un antes
y un después en la historia del toreo.
Manolete puso en liza su personal
tauromaquia en su primero, al que cortó una oreja tras una faena y estocada que
rozaron la perfección. Aun así, parte del público se mostró discrepante con el torero
de Córdoba, si bien fueron pronto acallados y obligaron a saludar a Manolete tras
la vuelta al ruedo. Pero la historia se escribió en el sexto de la tarde. Saltó
a la arena un toro del que dice Giraldillo: “Flaco y feo. Acusa mansedumbre. Las
protestas pidiendo otro toro son unánimes. El presidente hace ondear el pañuelo
verde, y sale un toro de Pinto Barreiro, bien presentado”. Era el célebre Ratón,
llamado así por su astucia a la hora del pienso en los corrales de la plaza de
Madrid, adonde había llegado con el nombre de Centelha desde el campo portugués,
y donde se había hecho inquilino permanente hasta esa tarde. Con él Manolete mostró
porqué era un predestinado a mover los cimientos del arte de torear. Eltoro, corraleado
y avisado, no dio facilidades de salida, lo que no es obstáculo para que el torero
lo lancee con prestancia y emoción con unas verónicas ceñidas y ajustadas que le
hacen saludar montera en mano en un ruedo plagado de sombreros arrojados desde el
tendido. Tras dos varas Manolete brinda al público la faena. Lo que ocurrió después
se antoja incalificable. Colosal faena, basada en el toreo al natural, donde Manolete
muestra su personal y rotunda forma de concebir la tauromaquia. Dominio, ligazón
entre las tandas, quietud y personalidad. Tras el toreo fundamental vienen mayestáticas
manoletinas y adornos diversos que preceden a una estocada que hace que el toro
doble y Manolete obtenga dos orejas, así como pasar a la posteridad en un Madrid
que lo descubre plenamente aquella tarde de julio. Manolete ha tocado la cima.
Antonio Valencia, quien firma como ElCachetero, lo expuso de manera clara en El
Ruedo. Con su opinión, válida en este julio del centenario, ponemos epílogo a
este escrito sobre el penúltimo califa del toreo cordobés: “El otro día se dijo
que Manolete ya figura por derecho propio entre los seis medallones máximos que
podrían resumir en cualquier pared la historia del toreo. Esta es otra de las grandes
verdades de Manolete, es decir, que se ha situado en una cumbre en que, a la
vez que al toro, domina al toreo considerado como arte total. El uno y el otro irán
a donde los guíe su genio, su maestría y su muñeca. Manolete va a dejar el toreo
constituido hacia la posteridad, quizá para siempre, como un canon exacto e
inalcanzable por generaciones."
El Día de Córdoba (23/07/2017)