Iván Fandiño toreó tres veces en la provincia -Villanueva, Almedinilla y Pozoblanco- y nunca en la capital
Fue un torero
esencial, alejado del arquetipo actual y fiel a sus principios y tauromaquia
La fiesta de toros no pasa
por buen momento para la sociedad de nuestro tiempo. Tachada de cruenta y
arcaica por un sector animalista hueco y vacío, que incluso trata de cercenar
las libertades individuales de aquellos a los que gusta, y que antepone la
defensa de los derechos de los animales, tratando por todos los medios, y a
cualquier precio, colocarlos a igual nivel, o incluso superior, que a de los
seres humanos.
Por otro lado, otros, que
dicen defender la tauromaquia, buscan un ceremonial en el que prime la estética
y la belleza sobre todos los demás valores del toreo. Solo importa lo artístico
buscando dejar de lado la épica y la tragedia. Venden y buscan la imposición de
una fiesta incompleta, huérfana de gran parte de sus valores y con ello, sin
desearlo, también colocan a la fiesta en un lugar complejo, pues los que llegan
nuevos a una plaza de toros sólo están viendo una parte de lo que debe de ser
la última liturgia viva de la cultura mediterránea.
La fiesta de toros
necesita una defensa veraz y auténtica de todo su valor cultural y
antropológico. El fundamento del toreo no es otro que la lucha primigenia de la
razón del hombre contra la fuerza bruta de un animal enigmático y milenario.
Una lucha a muerte, pues la tauromaquia es una representación de la vida que
concluye con la muerte, siempre presente aunque no lo parezca. Por eso, se debe
de mirar hacia dentro y comprobar que quedándonos con lo estético y
superficial, erradicamos la tragedia y el drama de la muerte, que no es otra
cosa que el fin de la vida.
Puede parecer complejo,
tal vez anacrónico. Pero el drama puede hacerse presente en cualquier momento y
lugar, de modo y forma que la realidad del toreo se hace notoria. El drama
forma parte de la liturgia, aunque muchos traten de ignorarlo o maquillarlo con
un exceso de brillo artificioso. El drama, o la muerte, van de la mano a la
gloria efímera de lo que dura un triunfo.
La muerte siempre está
presente. No hace más de una semana, la parca volvió a manifestarse mostrando
la verdad del toreo. Un torero honesto, fiel representante de la ortodoxia más
pura, caía herido mortalmente en la arena. Un torero que estaba alejado del
arquetipo actual. Un torero forjado a sí mismo, fiel a un concepto y a un
ideario que ha defendido hasta el final. Un torero independiente, que no atendió
jamás a los cantos de sirena del sistema que adultera la fiesta a la que amaba
y por la que ha entregado su vida. Un sistema que no le perdonó jamás un fallo
y que no le agradeció jamás la defensa de los valores más veraces del toreo.
La muerte de Iván Fandiño
en Air-Sur-L'Adour no ha venido nada más que a mostrar la cruda realidad del rito.
No han importado sus esfuerzos, sus sacrificios, sus gestas, sus triunfos, sus
cimas, y también sus simas, a las que pudo superar, en unos segundos un buido
pitón acabo con su vida, repitiéndose así el drama que convierte al hombre en
un héroe mitológico. También esta muerte ha traído la miseria del ser humano.
Una vez más los que se dicen detractores del toreo y defensores de los animales
han vuelto a mostrar su crudeza, bajeza y una amoralidad infinita. Alegrarse de
la muerte de un ser humano no hace nada más que poner de manifiesto su
podredumbre de ideas y la escoria de unos sentimientos nulos y obtusos.
Aquel que llamaron León de
Orduña entregó su vida por una fiesta que es difícil de comprender, pero que
está ahí, anclada al ADN de cada español desde hace muchos años. Una fiesta que
no debe de perder ni un ápice de su verdad. Es triste, pero es así, el rito
sacrificial del toreo puede tener estos tintes trágicos, pero es cuando la
verdad prevalece sobre lo que nos quieren hacer ver desde cierto sector que
dice defenderlo.
Fandiño estuvo fuera del
sistema, fue torero más de aficionados que de público ocasional, pero aún así
demostró su grandeza. Paradójicamente nunca abrió plaza en el albero califal,
aunque sí actuó en la provincia. Tres fueron sus apariciones en cosos
cordobeses. El 5 de agosto de 2011 se presentó en la plaza de Villanueva de
Córdoba. Le acompañaron Juan Manuel Benítez y Cesar Jiménez, estoqueando una
corrida de Las Monjas. Ya dejó patente su estilo clásico y ortodoxo. Más tarde,
en 2014, formó parte del cartel inaugural del coso de Almedinilla, donde cortó
cuatro orejas y un rabo. Le acompañaron el veterano Francisco Ruiz Miguel y
Manuel Díaz El Cordobés. Su última actuación en ruedos cordobeses tuvo
lugar en Pozoblanco el 27 de septiembre de 2015, alternando con Manuel
Escribano y el rejoneador Leonardo Hernández.