En los predios que
durante la Pax Romana se ubicase la
vieja Sacili Martiali, como así lo
atestiguan sus importantes hallazgos arqueológicos, hoy pasta parte de una de
ganaderías de reses bravas más acreditadas de nuestro tiempo. Situada al noroeste de la localidad cordobesa
de Pedro Abad, enclavada a la izquierda del viejo Betis o Guadalquivir, se
enclava la finca Alcurrucén, propiedad de los hermanos Lozano.
Sobrinos nietos de
Manuel Martín Alonso, quien comprara a fines de los años veinte del siglo
pasado la aristócrata vacada del Duque de Veragua, los hermanos Lozano, Manuel,
Pablo, Eduardo y José Luis, pronto comenzaron a tomar relevancia en el planeta
de los toros. Su actividad empresarial resultó innovadora en una época en la
que Manuel Benítez reinaba en solitario. Su idea de brindar una oportunidad a
todos los “maletas” en Vistalegre, resultó un trampolín para Palomo Linares, al
que descubrieron, pulieron, apoderaron y lo convirtieron en figura del toreo. No quedo ahí su trabajo, a su labor
empresarial, hay que unir su faceta como apoderados de toreros y también como
criadores de reses de lidia.
A finales de los años
sesenta los hermanos Lozano y su joven poderdante, Palomo Linares, aterrizaron en los antiguos predios de Sacili Martiali. Hasta allí llegó una
tropa de vacas variopintas que compraron a Eusebia Galache y que anunciaron en
la cartelería como “La Jarilla”. La sangre Galache era codiciada en la época.
Su humillación y vibración a la hora de embestir la hacía de las predilectas
por los figuras del aquél período. Luego, algunos años después, al implantarse
el guarismo y el peso mínimo esta sangre egregia fue diluyéndose poco a poco,
hasta quedar finalmente en el ostracismo. Su conformación ósea pequeña y sus
cómodas cabezas fueron la excusa perfecta.
Es estonces cuando los
hermanos Lozano están interesados en renovar la sangre urcola y vegavillar de
sus “galaches”, por otra que este más acorde con los tiempos y gustos impuestos
por los toreros, cierto sector de la afición y prensa adepta. Por ello a
principio de los años ochenta adquieren un importante lote de vacas de la
ganadería de Blanca Belmonte, procedente de una importante compra que hizo Juan
Carlos Beca Belmonte a Carlos Nuñez. Los Lozano se quedaron con todas las de
sangre de Rincón. Los restos de la liquidación de la ganadería de Blanca
Belmonte fue a parar a manos de Paquirri, Alejandro y Lorenzo García, así como
a Palomo Linares que las unió a las procedentes de Graciliano Pérez Tabernero
que ya poseía con anterioridad. Una nueva aventura ganadera comenzaba en
Alcurrucen sobre las ruinas del viejo municipio romano.
Clave en la formación
de la ganadería resultó el semental “Cigarrón”. Tentado el 7 de junio de 1983,
fue picado por Francisco Atienza y toreado por Palomo Linares y Luis Manuel
Lozano resultó bravísimo y sentó las bases en la eclosión de la torada, dejando
tres sementales y más de un centenar de vacas madres. “Cigarrón” y luego
“Manchoso” hicieron que la ganadería creciese en número y se sucedieran los
éxitos. La ganadería de “Alcurrucén” comenzó a ser codiciada y requerida por
las figuras del toreo, convirtiéndose igualmente en la reserva más hegemónica
del encaste “nuñez”, ante la crisis y bajón de la ganadería matriz cuyo solar
estaba en la legendaría finca “Los Derramaderos”, allá por la provincia de
Cádiz.
Los hermanos Lozano amplían
su ganadería quedando “Alcurrucén” como un predio menor. El grueso de la vacada
se establece en otras fincas. “La Cristina”, “La Mudiona”, “Egido Grande” y “El
Cortijillo” albergan distintos lotes. Sobre las ruinas de la legendaria Sacili Martiali queda un lote de
animales que son herrados con el añejo hierro que fuera propiedad, primero de
Calderón y luego de José Flores “Camará”, y se anuncian en los carteles como
Lozano Hermanos siendo su sangre y origen la misma que se gestara sobre sus
cercados allá por los años ochenta.
El toro que crían los
hermanos Lozano guarda semejanzas, en cuanto hechuras y comportamiento, con el
prototipo del encaste creado por Carlos Nuñez, aunque también hay lugar a
algunas diferencias, sobre todo en su morfología. El “nuñez” de Alcurrucén es
de mayor tamaño que el original. Hondo y ancho de pechos así como una variedad
de capas importante, hace pensar que en su formación se hayan experimentado con
cruces puntuales para adaptar la ganadería a los nuevos tiempos. Mucho se habla
de un cruce con sementales de sangre murubeña de lo adquirido por los Lozano a
Felix Cameno, e incluso que algunas vacas viejas de Galache jamás fueron
eliminadas, lo que da lugar al típico berrendo de Alcurrucén, alejado de Rincón
o Villamarta, sangres que se aúnan en la de Nuñez, y cercano a Vega-Villar que
predominaba en lo originario de Eusebia Galache. ¿Verdad o leyenda urbana? Los
Lozano, como los viejos alquimistas, ni lo niegan, ni lo desmienten. Solo ellos
saben los elementos que les han llevado a ser propietarios de una ganadería
única y estandarte de un encaste que tuvo su origen en nuestra provincia.
La ganadería de
Alcurrucén lleva en su divisa los colores celeste y negro. Su señal de oreja es
hendido en ambas, obteniendo su antigüedad en Madrid el 18 de junio de 1989, en
un cartel compuesto por Rafi de la Viña, El Fundi y José Luís Bote. A pesar de
estar dentro de los límites de nuestra provincia, la torada ha tenido poca
presencia en los festejos celebrados en el Coso de Los Califas. Su última
aparición, y única por el momento, fue durante la feria de 1997, en concreto el
día 30 de mayo, con un cartel conformado por Cesar Rincón, Manuel Díaz “El
Cordobés” y Víctor Puerto.
El hierro de la “omega”
con el que se hierran las reses anunciadas como de Lozano Hermanos, tomo de
nuevo antigüedad en Madrid al cambiar los colores de la divisa que poseyera
José Enrique Calderón, el día 19 de marzo de 1999 en una novillada estoqueada
por Jesús Aguado, Jesús Millán y El Renco. A título de curiosidad hay que
aclarar que José Enrique Calderón se presentó en Madrid con divisa celeste y
blanca, colores que mantuvieron posteriormente los propietarios del hierro y
que fueron modificados por los hermanos Lozano adoptando en la nueva divisa los
colores celeste y roja, de ahí que perdieran los derechos obtenidos por su primer
propietario.
Los toros de esta
ganadería han sido puntales importantes para el triunfo de grandes espadas. De
entre ellos podemos destacar al bravo “Bocineto”, jugado en Sevilla el día 19
de abril de 1995 que propició que Ortega Cano cortara una oreja de mucho peso
en el serial sevillano de aquel año. A este toro se le galardonó con el trofeo
“Real Maestranza de Caballeria de Sevilla” al mejor toro de la feria abrileña.
Otro toro relevante fue “Corchito” jugado el día 27 de mayo de 1997 en Madrid y
al que José Tomás cortó dos orejas en una de sus personales faenas.