El frío ha llegado a
Córdoba como siempre suele hacerlo. De pronto, sin avisar y con toda su
crudeza. En la ciudad no hay término medio. Se pasa del verano directamente al
invierno sin conocer el otoño. Es frecuente pasear un día en mangas de camisa,
para al siguiente tener que buscar en armarios prendas de abrigo para
protegernos del frío. Un año más así ha sido.
La gente camina por las
calles presurosa, con prisas. El tráfico es un caos durante las horas centrales
del día. Esto hace que dar un paseo, o incluso caminar por algunas calles
céntricas de la ciudad, sea todo un suplicio. El ruido, lo que hoy se llama
contaminación acústica, es insoportable. Buscar tranquilidad donde podía ser
natural, es practicamente imposible en este invierno recién estrenado y donde
se vislumbran unas fiestas que pondrán punto final a un año que ha pasado
demasiado rápido.
La calle Alfonso XIII
es un infierno. Los autobuses urbanos tienen que reducir a marchas cortas, ya
vengan por Alfaros, o suban por San Pablo. El ruido es ensordecedor, así como
los gases que por la combustión de sus motores originan. Caso única, en un
municipio gobernado por quien hace gala de un ecologismo de salón y pandereta.
En lugar de subir por la nombrada calle, opto por caminar por Alfaros para así
tomar dirección hacía Santa Marina, donde se respirará otro ambiente más
tranquilo en estos días de puente.
Los días de ocio tienen
el problema de que en muchas ocasiones, no se sabe muy bien que se va a hacer.
El tiempo libre se agota rápido y por eso, cuando se duda en que invertirlo,
una de las mejores soluciones es dar un paseo sin prisa, con pausa, tratando de
respirar el ambiente que otros días somos incapaces de percibir.
Desde Alfaros, con la
tranquilidad como bandera, se aprecia la cuesta pina del Bailio. Al terminar la
calle, en la puerta del Rincón, la niña de bronce salida de las manos de
Belmonte, el escultor cordobés, no cesa en su faena de regar macetas. Continuo
por Condes de Priego para al llegar a la plaza admirar la fernandina fachada de
la iglesia de Santa Marina. Ante ella el monumento al Monstruo de Córdoba.
Córdoba tendrá sabios, poetas, escritores, toreros, pero Monstruo solo tuvo a
uno. Manolete. Su monumento, erigido gracias a la corrida magna que organizó su
amigo Carlos Arruza, a instancia de José Luis de Córdoba, se alza majestuoso en
el corazón de una de las plazas más castizas de esta Córdoba sin igual.
Camino en dirección a
la iglesia, para ver el grupo escultórico de cara, cuando en uno de los bancos
próximos atisbo la figura de Rafael, el vaquero, con la mirada perdida y
disfrutando de los rayos del sol en su rostro.
- Rafael, a los buenos
días.
- Hombre cuantos días
sin verlo ¿está oste bien? No le he
visto venir porque el sol en los ojos me ha dejado un poquillo reparao de la vista, pero ahora sí que
le veo.
- Que tal Rafael ¿que
cuenta usted que está muy perdido?
- Pos poca cosa. Salgo poco por culpa de los achaques y sobre todos
por las calores que hemos tenido hasta hace poco. Pero ya el con el fresco me
he atrevido a dar un paseo y hasta aquí he llegado. He visto la majestá de Manolete y me he sentado aquí
cerca de él, a tomar el sol, respirar el
aire de Córdoba y a relajarme, que ya veo cercano el fin de mis días, que son
ya muchos años amigo.
- Ande ya Rafael, si
está usted mejor que nunca. Venga levántese que le invito a una copita de vino
y de paso se anima usted un poquito.
Se levanta y a su paso,
corto y pausado, nos adentramos en el castizo barrio de los piconeros y toreros
por la calle Moriscos. Sin prisa, conversando sobre lo divino y lo humano,
mientras el olor a picón de los primeros braseros del invierno, bañan el
ambiente con su característico aroma, que permanece en las calles sin parecer
pasar los años. Es la hora del aperitivo. Nos adentramos en una taberna clásica
con el único fin de poder tomar una copa de vino de la tierra. El camarero nos
sirve dos finos y un plato de aceitunas partidas del año. Tras un brindis y un
primer sorbo, pregunto a Rafael:
- Rafael, vaya año raro
¿no?
- Pos la verdad es que si, pero a mis años he conosio otros iguales, parecidos y peores. De esos que el verano no
se quiere ir, el otoño no quiere llegar y al final llega el invierno y los espacha a los dos.
- Entonces Rafael ¿esto
no es del cambio climático?
- Esto siempre ha sido
igual. Es cíclico. Como el campo. Eso del cambio climático como dice osté, me parece que es una milonga.
Toma un sorbo de vino y
come una aceituna. Deposita el hueso, desde su boca, en la mano, lo pone en un
platillo puesto para dejarlos, y continua hablando.
- En este mes de
diciembre, siempre, se preparaban los lotes de vacas para ponerles los
sementales a primero de año. Hay sitios que conservan tradisiones de ponerlos el día 1 de enero. En otros se ponen por
Pascua y en otros, entre los meses de disiembre
y enero. Era bonito ver al toro entrar en la serca en busca de las hembras. Pero ese momento, que se vivía con emosión, acarreaba no poco trabajo.
¡Hasta para un simple vaquero!
- Hombre Rafael, en el
campo se trabaja y duro. Pero usted sabrá que lo vivió en primera persona.
- Pos claro que sí. Y además lo de preparar los lotes tenía su miga.
Bebe un sorbo de vino y
vuelve a tomar con sus dedos una aceituna del platillo, que por cierto están buenísimas.
Es costumbre, tras partirlas y cambiarlas de agua en varias ocasiones,
aliñarlas con una mezcla propia de alquimistas, en la que están presentes los
ajos, el tomillo, el laurel, el orégano, la sal, el comino, pimiento verde y
rojo, cascara de naranja amarga o limón, y por supuesto la sal. Tras volver a
despreciar el hueso Rafael me pregunta:
- ¿Recuerda cuando le conté
lo del toro "Treintaydos" del Conde de la Corte?
- Sí, claro. El que
llego de incognito y un chinazo de un chiquillo descubrió el pastel.
- Ese mismo. Pues
aquello costó unas pocas jornadas de trabajo.
- Pues cuente Rafael,
ya que ha empezado, acábelo.
- Eso está hecho amigo.
Verá osté, lo del toro del conde lo
sabía solo el ganadero y Diego el mayoral, hasta que por los Santos se
descubrió, como le conte, todo. Una tarde, al acabar la faena diaria, me dijo
Diego a solas en la cuadra: Rafael, me
dice el señor que le apunte usted en la libreta un lote de 95 hembras que den
sobre todo clase pero que tengan poca cara. ¿Y eso para que Diego?. Vamos a preparar un lote muy amplio para
echarle el toro que anda ahí a préstamo y que ya sabe que chitón pues nos
jugamos el sueldo.
Hace una pausa y tras
beber un trago del dorado caldo, carraspea y continua contando lo que ocurrió.
- Los días siguientes
fui por los sercados de las hembras
viendo las vacas una por una. Primero fui apuntando las que habían dado hijos e
hijas con mucha clase. Tras una primera selección y tras comprobar las notas
que tenía tomadas en mis cuadernos, empecé a quitar las más cornalonas. Procuré
equilibrar vacas de todas las edades, pero todas contrastadas, y a las que ya habíamos
visto productos. La eralas aprobadas en la tienta y las utreras paridas a las
que no habíamos visto a los hijos, quedaron descartadas desde el prinsipio.
- ¿Cuantos días le
llevo aquello Rafael?
- Yo ya no me acuerdo,
pero más de una semana seguro. Además fue trabajoso, porque a las notas que
tomaba en el campo, trataba siempre de corroborarlas con las que había en los
cuadernos. Vamos que de aquella aprendí a leer y a escribir mejor de lo que
sabía.
Ríe con ganas y
prosigue relatando.
- Una mañana el mayoral
se acercó a mí y me dijo: Rafael, mañana
a las doce en el cortijo que el señor quiere vernos a los dos para lo del lote
que tenemos que ver. Preparado esta Diego, mañana nos vemos en la casa del
cortijo.
Llegue por la noche a
casa y prepare una calzona gris con vueltas blancas, camisa limpia, chaleco y
chaquetilla corta de color marino que me solía poner cuando tenía que acompañar
alguna novillá cuando Diego tenía corrida de toros el mismo día.
- O sea ¿que se vistió
usted de corto para la ocasión?
- Las tradisiones son las tradisiones, así que a mantenerlas. A mediodía vestido de corto y
tocado con mi gorrilla campera llegue a la casa, Diego, también de corto, me
estaba esperando. Una niña del servicio, más guapa que un San Luis y con un
tipillo que invitaba al pecado, que venía con los señores desde la capital nos
abrió. Nos dijo que esperáramos en el recibidor. Al rato nos hicieron pasar al
despacho. Allí estaba el ganadero, tras una mesa enorme y con los libros de
hembras de la ganadería sobre la tapa de la mesa. Vamos a ver Diego y Rafael que me traen. Nos dio la mano a los dos
y nos pusimos a trabajar.
Bebe un nuevo sorbo de
vino y le mete a las aceitunas un serio meneo.
- Rafael, que parece
usted un zorzal, pero no se preocupe que pedimos más.
- Me pierdo si están
bien aliñas, ¡que ricas !
- Bueno continúe, que
me parece que le queda cuerda todavía.
- Que va. Yo saque la
libreta e iba diciendo nombres y números, el ganadero iba comprobando en los
libros y tomaba notas en un cuaderno con las pastas de piel. De cuando en
cuando hacía un gesto de aprobación, y en otros, lo torsía y consultaba la opinión de Diego. Yo callaba y miraba a los
dos sin meterme en lo que desían, al
fin y al cabo, tampoco me preguntaban, así que yo, ver, oír y callar.
- Es lo mejor Rafael
cuando no nos consultan. Pienso que es la postura más sabia.
- Lleva osté razón. Tras dos horas de apuntar y
apuntar, el ganadero me dijo:
Rafael ha hecho usted
un trabajo perfecto. De estas vamos a dejar las sesenta mejores, y les adelanto
que son para el toro del Conde de la Corte que está en el cerrado detrás del
cortijo y al que ya conocen de sobra.
Nos miro y dirigiéndose
a Diego dijo: ¿Qué le parece a usted si de estas noventa que ha relacionado
Rafael, quitamos treinta de las familias de las profesiones, que dan bueno pero
con poca regularidad? ¿Qué le parece a usted Rafael?
Me puse un poco
nervioso porque en dos horas fue la primera vez que se dirigió a mí
personalmente. No dude mucho, la juventud tiene esa poca verguensa y le dije:
Mire osté por mi
quitamos las Caleras, las Areneneras y las Carpinteras, quedan cincuenta y
siete quitando esas tres familias.
El ganadero tomo el
cuaderno y lo cotejo con los libros. Me miró muy serio y me dijo: Rafael, me
deja usted sorprendido. Cincuenta y siete justas y de las familias
profesionales, las relacionadas con la construcción son las más irregulares.
Tiene usted las vacas en la cabeza.
Note que me subían los
colores por el calor que me dio en el cogote.
- Hablo usted poco,
pero dejo bien claro que hacía bien su oficio.
- Me dio verguensa, sobre todo por haber dejado
tres vacas menos en el lote. Diego, me miró y metió el capote.
Mire usted, si teníamos
pensado sesenta hembras vamos a cuadrar. Se mete una de cada familia. La 523,
Calerita, la 344, Arenosa y la 401, Garlopera. Son de las mas nuevas y no
sabemos si van a parecerse a sus madres en lo de la irregularidad. ¿Qué le
parece Rafael?
El ganadero me miró, se
encogió de hombros y me dijo: Tiene usted la última palabra. Pues adelante, si
lo ha dicho el conocedor, así se hace. Pienso igual que él.
- Lote preparado al
final.
- Nos levantamos, nos dio
orden de ir pasando vacas a la cerca donde se iba a poner el toro y nos invitó
a un vino amontillao con un poquito de queso que quitaban el sentio.
- ¿Se puso el toro el
día 1 de enero como era norma habitual?
- Así fue. El día 1
paso el "Treintaydos" a la serca con todas las vacas. Se sacaron 56
crías. Tres vacas quedaron vacías y otra malparió. Pero aquel toro emprestao dejo su semilla en la casa y
se lidiaron toros muy interesantes.
- Pues la satisfacción
que se llevaría usted sería grande ¿no?
- Bueno, la
satisfacción gorda vino el día 23 cuando nos dio el ganadero la paga extra y en
mi sobre había 50 pesetas más, con una nota que decía, no se me olvidara jamás:
Rafael, permita que le regale un aguinaldo extra de diez duritos para que se
convide usted, como premio a su trabajo y celo con mi ganadería. Permita Dios
que conserve usted muchos años esa agilidad mental. Felicidades.
- Diez duritos que era
un capitalito. ¿Seguro que invitó usted a la señorita que abrió la puerta del cortijo?.
- Lo intente pero no
pudo ser. Estaba mu refiná de la
capital y no quiso, pero desde luego era guapa a reventar.
Reímos con ganas y
tomamos cada uno camino a nuestra casa. Ya de vuelta, por los barrios castizos
de esta Córdoba sin par, el aroma a picón sigue presente como siempre lo
estuvo, y más en el barrio típico de los piconeros.