1/29/2013

LOS RELATOS DE RAFAEL EL VAQUERO. ¡Aquí no se afeita ni el dueño!




El domingo ha empezado en Córdoba con frío. Naturalmente como invierno que es. Córdoba es la ciudad que no tiene término medio en cuanto a temperaturas. En invierno mucho frío. En verano calores insoportables. No existe primavera ni otoño. Solo invierno y verano. La mañana dominical es fría. Pocas gentes hay en las calles. Madrugadores en busca de la prensa escrita con sus correspondientes suplementos dominicales, algunas personas que acuden a misa, algún deportista despistado que trota cansinamente por las calles, otros que aún no se han acostado tras la fiebre del sábado noche y poco más.

La soledad de las calles invita al paseo. Ya ha quedado dicho una fría mañana de domingo solo nos encontraremos con algún espécimen de los anteriormente descritos. Para colmo los nuevos pavimentos graníticos, a los que tanta afición tienen en la corporación municipal, inciden aún más en la frialdad de la mañana. Córdoba es una ciudad que de por sí es recoleta. No gusta de los bullicios ni del trasiego mecánico de las gentes. Córdoba se disfruta en soledad. El paseo matinal es relajante, lo malo es el frío que invita poco al gozo de los sentidos de apreciar las bellezas de esta ciudad milenaria. Apetece tomar algo caliente. Me pilla muy cerca la céntrica cafetería La Gloria, que regenta el buen aficionado Rafael Zafra, en la calle que lleva el nombre del fundador de la Colonia Patricia, Claudio Marcelo, y a ella me dirijo con el proposito de desayunar.

La cafetería tiene un marcado acento taurino por su profusa decoración. Es un lugar recoleto e intimo. Paso a su interior y cuando me dispongo a tomar asiento en un taburete en la barra, alguien desde una mesa me llama. Miro con sorpresa, pues apenas hay clientes, y veo sentado en una mesa, con el diario delante, a mi buen amigo Rafael. Vestido de domingo impecablemente. Luce pantalón de mil rayas, camisa blanca, pañuelo de seda al cuello y una espectacular chaqueta de pana de un indefinible tono azulón. Sobre la silla que hay a su derecha un abrigo de paño azul marino y su gorrita campera. Ante él un café y media tostada con aceite de oliva de Baena.

-         Mi amigo ¿que hace osté tan temprano en planta?
-        Poca cosa Rafael. Que me acosté anoche muy temprano y como le tiene uno ya cogida la hora de levantarse, pues he salido a dar una vuelta.
-    Ahora se puede dar un paseo con tan poco bullisio. Yo ha salido ha misa al convento de las Capuchinas, he comprao el diario y me he refugiao aquí a desayunar, así que si osté gusta le convido a un cafelito calientito, o la que osté guste.
-         Pues voy a tomar un cortado aquí con usted, que desde antes de las fiestas no tenemos un ratito de charla.

Me traen el cortado y medio bollo de pan tostado que rocío con aceite de oliva. Desayuno sano a más no poder y con productos típicos de la tierra. Tras preguntarnos por la salud y por como se han pasado las fiestas navideñas, Rafael muy serio me espeta de repente.

-  El otro día me estuvo enseñando el hijo de mi sobrina Lola cosas de esas que oste escribe en el “anterner” y vi unas fotos de un toro de los que matan en América que daba vergüenza ajena como le habían dejao los pitones.
- Creo que se refiere usted al toro que indultó El Juli en Manizales. Un animal de una pobrísima presentación en cualquier plaza.
-   ¡Efectivamente! Ese toro era, que me lo estuvo leyendo el nene y además me puso el retrato del toro en grande para que le viera bien como le habían dejao la cabesa con menos pitones que un beserro mamón.
-   Esto no tiene arreglo Rafael. Aquí todo el mundo traga y se pliega a los intereses de los que mandan. Si no, ya sabe usted, se come sus toros con patatas.
-     Estoy de acuerdo, y no lo estoy. Me explico. Si un ganadero no quiere que a sus toros los rasuren tenga osté claro que no se arregla ni un pitón. Ahora luego vienen las consecuencias, pero ahí está el ganadero en ponerlo en conosimiento público y evitar las barbaridades que se hasen.
-         Ya, pero antes quizás tuviera sentido, pero hoy al que levanta la voz le cortan la cabeza y se le acabo figurar en los carteles de postín.
-         Le voy a contar una historia que se contaba mucho cuando siendo un chaval empecé a trabajar en el campo bravo. Una historia que ocurrió de verdad, aunque no voy a mencionarle ningún nombre.
-         Pues empiece Rafael que pido dos copitas de anís de Rute para que se nos haga mas entretenida la charla.

Solicito al camarero que nos traigan dos copas de anís. Nos las sirven. Rafael bebe un sorbito, lo paladea y comienza su relato con su habitual misterio.

-  Era un ganadero duro de oído. Sordo a más no poder. Poseía una ganadería muy particular, pues ensayó unas cruzas con sementales de Pablo Romero y después del Conde de la Corte, que le dieron un ganado bravo y del gusto de los toreros de su época. Este hombre gustaba de pasar largas temporadas en la finca donde era poco amigo de afeitarse.

Interrumpe su introducción para tomar un nuevo sorbito de anís y cantar las excelencias de los destilados ruteños, afirmando que no existen otros mejores en todo el territorio nacional.

-         Pues bien, llevaría nuestro ganadero quince o veinte días recluido en el campo, con unas barbas desaliñás y dejás, cuando un veedor acudió a la finca a ver una novillada reseñada. Los utreros estaban bien comidos y con mucho lustre. Entre ellos destacaba uno muy hermoso de capa “burraca” con una  cabeza con unos pitones muy “condesos”, o sea, aparatosos.
-         Por donde pasaba un toro del Conde de la Corte se solían acabar los problemas de pitones ¿verdad?
-         La verdad es que si. Lo del Conde de la Corte da mucha cara, ya ve osté que algunas veces no salen bien ni en los retratos porque no cogen ni en la maquina de arretratar.

Se ríe con ganas. Sabido es su pasión por la ganadería condesa que  pasta en Los Bolsicos, en el término de Jerez de los Caballeros.

-         Pos sigo. El veedor comentó al mayoral la posibilidad de “arreglar” los pitones al burraquito para aparejarlo con sus hermanos, para así haser que el sorteo discurriera con una balsa de aceite. Lógicamente el mayoral dijo que el ni entraba ni salía en esas cosas, que eso era potestad del ganadero, pero que de antemano le afirmaba que no consentiría a sus pretensiones.
-         Hombre, el mayoral cumplió con su trabajo. Enseñó los toros y ante la petición del “taurino” pues dijo que no era cosa de su competencia, trasladando al escrupuloso criador.
-         El caso es que de regreso al caserón del cortijo y ya ante el ganadero, el hombre se esfarataba en decir, dando muchas voces eso si, lo bonitos que eran los novillos y lo bravos que deberían de ser, pero sin insinuar si quiera lo que pretendía, pues conocía el celo y a la vez mal genio del ganadero.
-         Es que un ganadero de los antiguos imponían tela, ¿eh Rafael?
-       Mucho. Es lo mismo que si se le habla de tú a un jefe. Siempre hay que tener un respeto. Hay valores que hoy por hoy se están perdiendo.
-         Pues es verdad Rafael, nuestra sociedad está omitiendo muchos valores que son fundamentales en la convivencia y en muchas ocasiones se está faltando a normas muy básicas de educación.
-         Bueno, pos sigo. Aquel hombre a base de voces, mohines, señas y morisquetas comenzó a insinuar que si se “arreglaban” los pitones del burraco todo sería más fácil a la hora del sorteo y la novillada quedaba mucho más pareja. El ganadero aunque no abría la boca, ya se había dado cuenta de lo que tramaba aquel hombre y poco a poco su pasiensia comensaba a agotarse.
-         Me imagino la estampa. Un ganadero con barba de quince días, sordo y en una mesa camilla. Un veedor que acude a ver una novillada gesticulando e indicando que hay que “arreglar” los pitones de un novillo. El ambiente cargado y al borde del caos.

Río, la escena debía de ser un cuadro de una obra de teatro escrita por los Álvarez Quintero.

- Pues cuando el ganadero se jartó de oír gritos y ver gestos indecentes de cortar y escofinar, dio un gran grito diciendo: ¡En esta casa no se afeita ni el dueño!, hasiendose a continuación un silensio sepulcral. Ni decir tiene que la novillada, burraco incluido, se lidió con sus puntas y a nadie mas, ni veedores, ni apoderados, ni toreros, se le ocurrió pedir más aquella manipulasión de las astas del animal en cuestión.
- Igual que ahora Rafael. No hay nada más que ver la foto del toro de Manizales.
- Lo dicho hay ganaderos y ganaduros, o mejor dicho, antes había ganaderos. Hoy los habrá, y muy buenos,  pero o entran por el aro, o se tienen que ir a Francia de emigrantes, pos aqui no les dejan sacar la cabesa.

Terminamos las copas de anís y nos despedimos hasta otra ocasión. Al salir de La Gloria el frío parece que ha remitido. El sol y el azul del cielo invitan a seguir paseando y disfrutar de esta ciudad que tanto luce en soledad, o más bien callada y sola, como dijo el poeta de Granada.

2 comentarios:

FERNANDO RIVERA RUBIO dijo...

¡¡QUÉ ARTE TIENES SALVADOR¡¡. Al final nos vemos en Francia, ya verás...Un abrazo amigo¡¡

Córdoba Taurina dijo...

Y que hacemos nosotros en Francia?,jajajajajajaja