Vuelvo del campo. El sol cae con justicia, la garganta seca y la buena hora, son las dos y diez de la tarde, hacen que decida a pararme a tomar una cerveza antes de subir a casa. La bolsa de las cámaras, el chaleco y los botos llenos de polvo me delatan. Los parroquianos me saludan e incluso hacen las típicas bromas. Un vaso helado lleno de cerveza mitiga la sed del sediento. En el salón de la taberna, apartado de jaleo del recibidor y del mostrador, está sentado Rafael. Hojeando el diario con su particular parsimonia, advierte mi presencia y me dice:
¿Ya viene usted de ‘arretratar’ los toros?
Le pido permiso para sentarme junto a él. La idea no es otra de que sacarle algún chascarrillo de los suyos sobre el campo bravo.
Rafael, ahí vengo de hacer fotos de las parideras. Me hacen falta algunas de las vacas con sus rastras y me escape esta mañana para hacer algunas.
Ten cuidado con las vacas ‘parias’ que a veces son como las armas, que las carga el diablo.
Ya lo sé Rafael, de vez en cuando hemos tenido que poner los pies en polvorosa.
Mira niño, en mi vida he pasado muchos apuros con el ganao de casta, pero sin lugar a dudas los peores me los hizo pasar una vaca vieja de la ganadería de Espinosa de los Monteros, que me dio lo que nunca me dieron.
Cuente Rafael, ¿Qué le paso?
Pos mu sencillo, que le perdí respeto a una vaca que se las sabía todas para ocultarnos sus crías. Se llamaba ‘Biznaga’, era negra como una pena. Ya de primeriza nos dimos cuenta de que era muy celosa de esconder mu requetebién a choto y en cada parisión nos daba más trabajo de la cuenta para reseñar a la cría, ver si era macho o hembra así como hacerle la señal en las orejas. Un año, debería ya la vaca tener una edad respetable, se perdió. Pensamos el personal de la finca que la vaca tenía que estar de parto. Salimos a buscarla con los caballos y no había manera de encontrarla. A última hora de la tarde, mientras reseñaba unos nacimientos, la ví de lejos beber agua en el arroyo. Tenía las ‘pares’ colgando, señal de que ya había pario. Me acerque con el caballo y al verme la mu mardita arma se me encampanó. Viendo su actitú me pare y dije, el choto tiene que estar entre las jaras del arroyo.
Rafael, para su relato en seco. Coge con solemnidad el vaso, curiosamente es el único cliente de la taberna que no bebe en catavinos, toma un sorbo, carraspea y prosigue.
Como suponía que el becerro debería de estar entre las jaras, cruce muy despacio el arroyo a bastante distancia de donde estaba la vaca. Ésta no me perdía de vista. Fui bajando hacía donde ésta estaba y en vez de arrancarse o mostrar alguna intención atravesada, salió de naja, justo hacia el lugar exacto por donde había yo cruzado el arroyo. Conociendo como se las gastaba la ‘Biznaga’ me confié, la lógica era que el becerro estaba encamao cerca del lugar por donde había cruzao el arroyo y que la vaca había tratado de engañarme. Lo que en esta vida es lo normal, obedecer a la lógica, fue mi perdisión. Baje del caballo y me dispuse a hacer algo que mi cuerpo me pedía. Entre la tensión de la vejiga y el ruido del agua que las aceleraba, me dispuse entre las jaras a verter liquidos. De repente siento un chapotear intenso y de buenas aparece la ‘Biznaga’ con ganas de guerra. El porrazo fue monumental y la voltereta de las que hacen historia. La suerte fue que caí en la mitad del cauce y la corriente del arroyo me tiró hacía abajo.
Rafael, entonces el becerro ¿Dónde estaba?
Pues entre las jaras. La vaca quiso engañarme de una manera que ni el mago Merlin, menos mal que Curro, mi compañero, vio el desaguisado y acudió al galope al quite. Con la pelliza se llevó la vaca que se quería comer la cabalgadura. A estas salgo del agua con la calzona rota allí donde la espalda pierde su nombre y me meto entre las jaras para refugiarme que la vaca no me viera y allí justo me encontré un becerrito negro como el carbón. Lo agarre me lo eche al hombro y al verme la ‘Biznaga’ se vino detrás mía como un perrillo. La procesión era digna de ver. Yo con un becerro al hombro, la vaca detrás lamiéndolo y detrás de los dos Curro a caballo sujetando con la mano las riendas del mío. Así hasta el caserío. Allí me libere. En un corral quedaron la vaca con su rastra. Don Félix, el médico, me atendió de un varetazo y contusiones por todo el cuerpo. Estuve lisiado dos semanas por lo menos. Mardita vaca.
¿Entonces era una especialista en el arte de esconder a las crías?.
Como se dice hoy, ‘cur laude’. Al final el becerro se lidió de utrero en Cabra, el día 18 de abril de 1965, siendo premiado con la vuelta al ruedo de lo bravo que salió. La madre siguió haciendo de las suyas. Ya te contaré la que lió un día en un desahijado.
Terminó la cerveza, me despido de él y salgo para casa con el regusto de poder escuchar a Rafael, uno de los últimos hidalgos que quedan del campo bravo.
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