Entre las gratas notas de estas fiestas navideñas encuentro una
mancha negra y fea, un olor a podrido que hiere nuestra sensibilidad
olfadoria y gustativa, que van muy unidas. Esa mancha negra procede de
Galicia, tierra para mí muy querida, muy respetada y casi venerada como
para todos los españoles, los que hemos ido a rezar al Señor Santiago y a
recorrer las bellezas naturales de la costa y del interior de tan
amadas provincias. Pero de pronto, sale de allí mismo, de esa tan
querida zona de España, una mancha negra, que no es tinta de calamar o
de pulpo local, lo cual tendría pase, ni siquiera accidente de un
petrolero contaminante, sino necedad, de algunos políticos cuyos nombres
no quiero recordar. A estas alturas, los tales políticos- cuya
inteligencia deseo que Dios ilumine algún día- no se han enterado de que
hace pocos años una comisión de expertos presidida por el Defensor del
Menor, hizo saber con toda claridad que las corridas de toros no
envilecen ni pervierten el alma infantil ni hace brotar la crueldad,
el sadismo, ni la violencia, solitaria o n bandas, ni nada parecido.
Sobre el cielo de Galicia y allá en su gloria, imagino el alma de doña
Emilia Pardo Bazán, tan partidaria de “Guerrita” y tan noble defensora
de las corridas frente a una ignorante Mrs. Lowell, así como el alma
de la más exquisita de nuestras damas académicas. La excelentísima
señora doña Elena Quiroga de Abarca, hija de los Condes de san Martin de
Abarca, cuya infancia y gran parte de su vida estuvo unida a las dulces
tierras gallegas, en cuyo seno falleció el 3 de octubre de 1996. Había
nacido en 1921 en Santander, pero su espíritu estaba transido de
sensibilidades gallegas cien por cien. Tuve el honor de asistir a su
ingreso en la Real Academia de la Lengua y más tarde disfruté de su
hospitalidad y la de su esposo, el académico e historiador Don Dalmiro
dela Válgona.
Doña Elena Quiroga, destacada novelista en
los años de la posguerra, escribió una excelente novela, “La última
corrida”, plena de respeto y afecto por la figura del torero
protagonista y del entorno de la Fiesta Nacional. Un hermano de esta
escritora es autor de una muy notable biografía de Manuel Rodríguez
“Manolete”.
Me informa un amigo gallego, soberbio pintor
taurino, me lo dice esta misma tarde, por teléfono desde La Coruña, que
hay brotes antitaurinos – antiespañoles, como si se tratase de seguir
la corriente a otras aberraciones similares en alguna otra provincia de
España.
Invoco al glorioso espíritu de don Ramón Valle
Inclán para que se les aparezca envuelto en una capa oscura a esos
visionarios antiespañoles y les
hable de su amistad con Juan
Belmonte, de la cual también participó en menor medida don Wenceslao
Fernández Flórez. ¡Ah don Wenceslao! Lo invoco aunque su grado de
taurófilia era menos evidente. No se le pasó por la cabeza pedir que
prohibieran ver toros a los niños gallegos. En cambio, llevado por su
talante aristocrático sugirió que en las corridas se lidiaran gatos, que
son animales de movimientos más elegantes y de pelaje más suave y
distinguido, en su opinión.
Por otro lado, reproduje en
uno de mis libros la carta que el 13 de octubre de 1955 el académico W.
Fernández Flórez escribió al profesor D. Antonio Vallejo Nágera,
catedrático de Psiquiatría en la Universidad Central de Madrid,
consultándole acerca de la influencia sobre el carácter de los gallegos
al ser picados por las moscas de Pontevedra. ¡Ah caramba! Bien podría
ser una intuición de gran valor profético por parte de don Wenceslao. Sí
una de esas moscas ha picado al promotor de la prohibición antitaurina,
podríamos hallar atenuantes a la retrógrada necedad de la mentada
prohibición.
Puestos a mentar a los espíritus más
esclarecidos, hagamos venir a don Camilo José Cela, de quien escuché,
con motivo de la reinauguración de la plaza de toros, la cubierta, de
La Coruña, que haber tenido veinticuatro años sin toros a tan noble
ciudad había sido una salvajada. Fueron sus palabras textuales. Esa
sería la opinión, no lo dudo, del matador Alfonso Cela “Celita” y del
picador Dositeo Fernández “Gallego”, amigo de Rafael “El Divino
Calvo”, de Joselito “El Gallo” y de Ignacio Sánchez Mejías , que por
cierto llevó en su cuadrilla al poeta Rafael Alberti vestido de salmón y
azabache en la plaza de Pontevedra.
¿Irán lo niños
gallegos a ver corridas de toros si lo desean? Espero que sí, por su
propio bien , por el de sus familias esclarecidas y verdaderamente
democráticas, alejadas de la influencia de las moscas morbosas, de los
políticos ignorantes, y por ende intolerantes, así como por el bien de
mi amada Galicia y por el bien de mi amada España.
Fernando Claramunt
Presidente
del Círculo de Amigos de la Dinastía Bienvenida. Medico ex director,
por oposición de Dispensarios de Psiquiatría e Higiene Mental.
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