Los que siguen este blog, ya saben que
no me gusta escribir en caliente. Puedo llevarme por el corazón y puedo ser
como un paquidermo dentro de una tienda de porcelana. Por eso es norma en mí,
madurar un poco las cosas antes de sentarme ante el teclado del ordenador.
Cuando me disponía a escribir sobre los tristes resultados de la feria de
Córdoba, motivados sobre todo por la falta de muchos, pero que muchos,
criterios, saltó la noticia de que la casa Chopera abandona la gestión del Coso
de Los Califas.
La feria en sí ha sido un desastre. El
toro ha fallado estrepitosamente. La corrida de El Pilar no debió de embarcarse
nunca, y las de Juan Pedro Domecq y Núñez del Cuvillo, mostraron a la luz los
pecados de los criadores de toros modernos. Justos de presentación, y ayunos de
raza y bravura. Con este material los espadas ni fú, ni fá. La “finitomanía”
pasó a la historia. El torero de El Arrecife también. Padilla contó con el
calor de un público mediatizado por el percance de Zaragoza; y el Fandi, a lo
suyo. Poco que contar de la primera tarde. El cartel estrella de la feria no
fue capaz de congregar ni tres cuartos de aforo. José Luis Moreno, cuajó dos
faenas interesantes mal rematadas con una espada que parecía la de D´Artagnan;
Morante armó un revuelo con el percal, y poco más, y Manzanares no contó con
material ni con el factor sorpresa o revelación, que tenía el año pasado. El
sábado más de lo mismo. Ni público, ni toros, ni nada destacable. Solo Saúl
Jiménez Fortes mostró algo de frescura en una tarde en la que El Juli y el
palco tuvieron todo el protagonismo. El primero por una faena técnica, sin alma
y que le sirvió para cortar dos “orejitas” de saldo, y la segunda por no tener
el mismo criterio para todos.
El público otro desastre. Los
aficionados han abandonado la plaza. La gente que va, no tiene ni idea de
toros. Aplauden por aplaudir, no censuran lo censurable y sobre todo tratan de
amortizar por todos los medios los “cuartos” que les cuesta un boleto. La
presidencia, equipos gubernativos y veterinarios, están viciados. Hastiados de
imposiciones por parte de los taurinos de turno, no quieren problemas. Pasan la
mano y punto.
La plaza está bajo mínimos. La huída de
los Chopera no viene nada más que a ratificarlo. Han solicitado un cambio de
modelo a los propietarios, que estos les han negado. El algunos círculos se
habla de rebajar la plaza de categoría. Tampoco sería el bálsamo. Si siendo
plaza de primera, los taurinos campan a sus anchas imponiendo un toro de
segunda; siendo de segunda nos colarán el de tercera. La solución pasa por
cambiar el modelo, pero no como ha propuesto Chopera reduciendo festejos, sino
en gestión y explotación.
Sabido es que Los Califas siempre que ha
vivido épocas doradas, ha sido en torno a grandes toreros. La primera en torno
a la figura de Manuel Benítez “El Cordobés” y la segunda y más reciente, cimentada
en la figura de Juan Serrano “Finito de Córdoba”. En la época del
postcordobesismo la plaza tuvo que atravesar un largo camino por el desierto.
La feria de mayo se componía de un par de corridas, a lo sumo tres, los rejones
y el tradicional cómico-taurino. Luego a lo largo del año se daba lo que el
público requería, novilladas con y sin picadores y alguna corrida en la
desaparecida feria de septiembre. El caso es que aquello funcionaba, sobre
todo, porque los empresarios, tanto los Valencia, como los Camara, conocían y convivían
a diario con los cordobeses. Pepe Cuevas y Antonio Pérez-Barquero, eran los
hombres que pulseaban a la caprichosa y senequista afición local, luego si
venía al caso y era factible, llevaban a los carteles las demandas de ésta.
El modelo actual viene motivado por la “burbuja”
motivada por la “finitomanía”. La llegada de la empresa Martín Gálvez nos trajo
a empresas que venían y pagaban un alto canón a la propiedad, a sabiendas que
el nombre del torero de Sabadell, con raíces en El Arrecife, era la piedra
filosofal que les permitía llenar una y otra vez el moderno coso de Ciudad Jardín.
Los malagueños también contaban con un cordobés en la infantería, el recordado
Paco de la Haba, encargado de tocar las teclas de la maniosa afición de
Córdoba. Luego llegó Emilio Miranda, junto a Camara de nuevo, Canorea en tándem
con Santiago Muñoz, Paco Dorado y González de Caldas. Ese modelo le funcionó a
la Sociedad Propietaria mientras Finito de Córdoba mantuvo el tipo. Hoy con la “burbuja”
de la finitomanía más que reventada es la hora de cambiar. Ya no va a venir
ningún empresario de renombre a pagar un alto canon, a sabiendas de que no va a
obtener nada más que perdidas. La situación económica del país, tampoco va ha
hacer que aparezca un “mirlo blanco” que satisfaga los propósitos de la
propiedad en cuanto a lo económico se refiere. Es la hora del cambio. La
autogestión podría ser la forma ideal. La plaza regentada por sus propietarios,
perfectos conocedores de lo que la afición requiere, con un profesional para
gestionar, con sueldo convenido según objetivos cubiertos, sería la solución a
muchos de los problemas endémicos que padece la plaza. En lo taurino buscar
nuestras propias señas de identidad. Una feria más corta, trasladando el resto
del abono a fechas puntuales contando, eso sí, con peñas, afición e
instituciones. También potenciar los festejos menores para buscar y sentar los
cimientos de una nueva etapa dorada. El modelo que ha servido hasta ahora, hoy
por hoy, es inviable. Un mito. Ha llegado la hora. O cambiamos entre todos o
más temprano que tarde, lo lamentaremos. Entonces ya no habrá remedio.
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