7/27/2014

LA MADUREZ EN EL TOREO


Los años pasan por nuestras vidas de manera discreta. Tanto  que en ocasiones ni lo notamos. Son inexorables, rigurosos e implacables.  Los años pasan de forma silente. Al principio transcurren con despaciosidad. Luego más tarde lo hacen de forma vertiginosa. Cuando queremos darnos cuenta nos han transformado. Atrás quedo la inocencia de la niñez, la impetuosidad de la adolescencia y la locura de la juventud. Los años y el tiempo nos atemperan y nos dan poso. Nos hacen ganar en sapiencia y a concebir la vida de otra manera diferente.

Esta madurez se refleja en todo el entorno que nos rodea. La vida se vive, y sobre todo, se mira con otro punto de vista. Solo buscamos reflejar esa madurez en todo lo que hacemos. Gustamos de cualquier detalle que nos sensibilice y,  que antes pasaba desapercibido delante de nuestros ojos. Ni decir tiene, que en cualquier disciplina artística, esta madurez también tiene un poderoso influjo.  La evolución de un artista con los años es claramente notoria. No es lo mismo una obra de juventud, que otra cuajada en plena madurez. El progreso estilístico de los años es palpable en  cada pincelada, en cada gubiazo, en cada trazo. Es el arte en su más pleno desarrollo.

El toreo, como disciplina artística que es, también gana con el paso del tiempo. Hoy más de expresión, que de emoción, pero  ver a un torero cuajado, en sazón y con el oficio aprendido, es un gusto para cualquier aficionado que se precie.  Un torero maduro gana mucha prestancia. El oficio adquirido con los años, hace que todo tenga un sentido y un fondo. Con ello todo adquiere una concepción diferente a los inicios. En la historia del toreo ha habido, y habrá, espadas que la madurez adquirida con los años, les ha llevado a lo más alto, cuando muchos pensaban que sus carreras estaban en el ocaso postrero.

Casos como los de Antoñete, el maestro de Madrid, que tras unos prometedores inicios, -quien no ha oído hablar de la faena al toro “blanco” de Osborne-, se encumbró como figura del toreo en el primer lustro de la década de los ochenta. Años en los que hizo faenas repletas de poder, torería y estética. También el sevillano Manolo Vázquez, quien siempre tuvo la alargada sombra de su hermano Pepe Luis, vivió sus años dorados tras muchos años de alternativa. Curiosamente reapareció, bendita sea la hora para el toreo, para dar la alternativa a su sobrino Pepe Luis y esa tarde inició la etapa más brillante de su carrera.

Luego hay otros casos, los menos, pero no menos meritorios. Son aquellos toreros que sin alcanzar la cima soñada, la madurez, los años, o como queramos llamarlos, los han convertido en toreros de culto. Torean pocos festejos durante la campaña, pero son esperados con expectación por mucho público. Luego en el ruedo, en la mayoría de las ocasiones con ganado serio, encastado e integro, -todo lo contrario del que demandan los que “mandan” en el escalafón-, sus actuaciones parecen sacadas de tauromaquias antiguas, que no viejas. Es una torería rancia, con sabor y rodeada de un halo misterioso. Los años, los del almanaque, parecen no pesar,  y como las cosas les salgan a su gusto, otra tauromaquia, hoy desdeñada por el taurineo, se hace presente. Es todo un gozo y regocijo para el buen aficionado, así como también, grandeza y gloria para una fiesta que poco a poco nos están matando.


Nombres como Carlos Escolar “Frascuelo” y Rodolfo Rodríguez “El Pana” han mostrado, una vez más, el fondo de su madurez. Sus tauromaquias de otra época se han hecho presentes recientemente en las plazas francesas de Ceret, o Saint Vicent de Tyrosse. Curiosamente con ganaderías como las de Felipe Bartolomé, o Rehuelga, vacadas que los “figuras” no ven ni en pintura. Los dos, sexagenarios por cierto, han puesto en valor un toreo y unas formas de otra época. Otros esperan todavía su oportunidad. Es el caso del belmezano Tomás Moreno, quien sueña con estar presente en el centenario de “su” plaza. Son toreros de otra época. De una en la que la fiesta no estaba dominada por trust empresariales, no por toreros egoístas, ni por toros de un monoencaste único que ha quitado diversidad al toreo. Tiempos añorados de los que posiblemente solo nos queden los detalles hombres como éstos.

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