Hay que erradicar la picaresca y la falta de ética y de escrúpulos que tanto daño hacen a la tauromaquia, como lo vivido hace poco en Muro, remedo del escándalo acaecido en 1960.
La fiesta de toros es una
celebración de contrastes. El sol y la sombra. El triunfo y el fracaso. La
gloria y la muerte. De ahí que haya tardes radiantes que son difíciles de olvidar
y otras que lo deseado es borrarlas de la memoria con la mayor premura posible.
Hay tardes de brillo y relumbrón que quedan grabadas para siempre en nuestro ser,
que hicieron historia y que con el tiempo pasan a formar parte del libro dorado
del toreo. Por el contrario, hay otras en la que la cara más triste de la fiesta
se hace presente. Son tardes que no traen más que desazón y muestran un lado
oscuro, y a veces siniestro, de esta disciplina española milenaria. Tardes no
ya sólo de tragedia, la cara más dura de la tauromaquia, sino en las que la
picaresca, la falta de ética y de escrúpulos de algunos, que tanto daño hacen,
se hacen presentes mostrando una cara que hay que erradicar, por muy difícil
que parezca, pues hacen un daño, y más en estos momentos, muy grande a la tauromaquia.
Con la tragedia de Air-Sur l’Adour
aún fresca en la memoria, se anunció en la localidad balear de Muro una corrida
de toros que suponía la presencia de los añejos toros de pablorromero en las
Baleares. Para darles lidia y muerte estaban anunciados Javier Castaño, Alberto
Lamelas y Cristian Escribano. Todo un aliciente en un tiempo en que las islas
viven un crudo momento en relación con la fiesta, con una ley autonómica en
proyecto que, de aprobarse, será mutilar una liturgia milenaria y un rechazo por
parte de sectores secesionistas y animalistas.
A pesar de la entrada que registró
el coso, con apenas 20 intransigentes protestando a sus puertas, lo vivido hace
poco en Muro no fue para nada positivo para los días que se viven en el mundo
taurino balear. Los de Partido de Resina lucieron una presentación
irreprochable, se dice que con trapío suficiente para plazas de mayor categoría,
y que dieron un juego entretenido, vendiendo cara su vida con un comportamiento
encastado y poco propicio para el toreo de postureo de la actualidad. Los
toreros naufragaron ante ella. Sólo un enrazado Lamelas se salvó de la quema y el
escándalo fue mayúsculo con amago de suspensión al reclamar los toreros el
cobro de sus honorarios, apagones de luz incluidos y un triste arrojo de toda clase
de objetos al ruedo. Se ha hablado mucho, y mal, de esta tarde que de seguro
tardará en borrarse de la memoria de los que a ella asistieron, y no precisamente
por haber sido una jornada de brillo. Sólo el tiempo hará justicia.
No es la primera vez que Muro
vive una tarde de tono gris y con el escándalo de fondo. En la temporada de 1960,
el día 20 de agosto, se anunció la alternativa de un novel espada
hispanomexicano, Pepe Núñez, con el cordobés Chiquilín y Sanluqueño como padrino
y testigo. Se anunciaban toros salmantinos de Sánchez Valverde. Todo empezó de tono
gris, pues el neófito no estuvo a la altura en el toro de la ceremonia, siendo pitado
a su arrastre. En el segundo vino el escándalo, pues tanto Chiquilín como
Sanluqueño fueron cogidos de gravedad, negándose el recién alternativado a
darle muerte, lo que motivó un escándalo mayúsculo, que se vio acrecentado
cuando Núñez se negó, alegando miedo –al menos fue honrado–, a terminar la
corrida, lo que hizo que fuera detenido y encarcelado por ello.
No terminó ahí la escandalera, ya
que las condiciones sanitarias eran escasas, teniendo que atenderse a dos
heridos de gravedad en una rústica sala habilitada junto a las cuadras, con una
falta de material y medios realmente alarmantes. Tanto es así que la prensa de la
época, así como el desaparecido Alfonso González Chiquilín, llegaron a afirmar
que ante la falta de algodón se llegaron a abrir petos de picar para extraer la
guata para ser utilizada para limpiar las heridas de los toreros corneados. También
se descubrió que los toros lidiados, aunque con el hierro de Sánchez Valverde,
el célebre cura salmantino, eran propiedad de una segunda persona que no se encontraba
inscrito como ganadero en el Sindicato Vertical de Ganadería en ninguno de sus grupos,
lo que le inhabilitaba para tal labor, de ahí que se anunciaran a nombre de su antiguo
propietario, lo que hizo que el fraude fuera todavía mayor.
Chiquilín llegó a decir que aquella
corrida acabó con su carrera; años después renunció incluso a su alternativa para
hacerse banderillero, y Sanluqueño, a causa de sus heridas, quedó inútil para
la profesión.
Mucho se habló de aquella corrida
de Muro. Sólo hay que esperar a que esta reciente sea pronto olvidada, pues tardes
de ese tono deben de ser erradicadas cuanto antes de una fiesta que debe de
tomar otros derroteros para hacer frente a todos los ataques y adversidades que
a día de hoy se ciernen sobre ella.
El Día de Córdoba (02/07/2017)
1 comentario:
Muy interesante Salvador, enhorabuena.
Publicar un comentario