No toda persona que siga la fiesta y guste de ella tiene porqué vincularse
a la derecha
· Hay casos singulares de entendidos aficionados que militan y votan a
partidos de izquierda
En esta
semana se han hecho públicos los carteles de las ferias de Valencia y
Castellón. También se van conociendo las líneas maestras de la feria de Abril
de Sevilla. Todo está de la misma forma que años anteriores. La fiesta se
encuentra en la actualidad sumida
en una profunda sima: falta de frescura, de ideas, de
creatividad y con la misma endogamia entre sus actores principales, que hacen
que el público esté ya hastiado de un espectáculo previsible y caro. Y a todo
esto hay que unir que su protagonista principal, el toro, sea cada vez menos
importante y más previsible.
Las
ganaderías que crían ejemplares para el toreo de hoy, demandado por los
privilegiados del sistema, se repiten hasta la saciedad feria tras feria,
corrida tras corrida, dejando atrás el drama épico de la lucha entre la
razón y la fuerza bruta, mientras sangres y encastes legendarios son exiliados
de los cosos, viéndose sus propietarios a mandar sus productos a las calles del
Levante español y, en casos más drásticos, hasta el matadero.
Fuera del
llamado planeta de los toros, la fiesta está siendo utilizada por la clase política del
país con el único objeto de arañar votos. Ni unos claman por la ortodoxia pura
de los valores que envuelven la corrida, abanderando su defensa; ni los otros
revestidos de un impostado animalismo y hueco ecologismo, tratando su
abolición, les importa la repercusión de un espectáculo de masas, único por
cierto, y arraigado de pleno en nuestra cultura. Flaco favor se le hace a
la tauromaquia mezclándola
con la política, ya que la misma no tiene color de ningún bando.
Siempre
fue utilizada en España para beneficio propio de una clase política, sin
escrúpulos, que quiso utilizarla. En tiempos de Fernando VII, los liberales
atacaban al Sombrerero por su simpatía hacía el rey, mientras los absolutistas
hacían lo propio hacia toreros como Juan León y Roque Miranda por sus simpatías
liberales. Fueron los políticos de la época quienes dividieron al público de
toros, en negros y blancos, cuando la rivalidad entre los espadas fue en los
ruedos.
SALVADOR TÁVORA
JAMÁS RENEGÓ DE LA FIESTA, NUNCA. EL DRAMATURGO NO OLVIDÓ QUE QUISO SER TORERO
No toda
persona que siga la fiesta y guste de ella tiene porqué vincularse a la
derecha de hoy. Hay, y conozco, casos singulares de enormes y entendidos
aficionados que militan y votan
a partidos de izquierda. Aunque Padilla o Abellán muestren su
apoyo al PP, Finito se deje fotografiar con Albert Rivera o Morante de la
Puebla y Rivera Ordóñez hagan campaña a Vox, son ideales de sus respectivas
personas y no de la fiesta de la que forman parte. Joselito o Talavante forman
parte de la misma fiesta y siempre mostraron simpatía hacia la izquierda. La
fiesta de toros no tiene color político, solo el que los políticos quieran
darle, como ya ha quedado dicho, obtener pingües beneficios en las urnas.
Carmen, ópera andaluza de cornetas y tambores, ideada por Távora |
De
izquierdas también se confesó el dramaturgo Salvador Távora, quien nos dejó
esta semana. Un auténtico genio. Irrepetible en su concepto andaluz, al
que no le importaron los tópicos que se achacan a Andalucía y que con sus
montajes traspasó fronteras, obteniendo triunfos por allá donde se presentaba.
Távora jamás renegó de la fiesta, nunca.
El
dramaturgo no olvidó jamás que quiso ser torero y que con el seudónimo de Gitanillo de Sevilla se
anunció en los carteles. No alcanzó los oropeles de la fama que dan el traje de
luces, pero supo impregnar todos sus espectáculos con ese marchamo que rodea a
la fiesta de los toros. Con Carmen,
ópera andaluza de cornetas y tambores, y después con Don Juan en los ruedos,
fusionó la fiesta con el drama teatral, sin complejos, sin teñirla de ningún
color político, aunque le tocó bregar en los tribunales con la Generalidad de
Cataluña por impedirle la representación total de una de sus obras, y todo
porque en la misma se rejoneaba un toro y eso era políticamente incorrecto en
una Cataluña que ya estaba utilizando la fiesta en pos de su radicalidad y
antiespañolismo.
Su genio
creativo queda ahí, sin complejos. Tal vez, con toda seguridad, se adelantó a
lo que debe tener claro todo defensor de los toros. La fiesta no debe tener
quien la defienda, la fiesta se tiene que defender sola. ¿Y cómo debe
defenderse? Recuperando
su grandeza. Empezando por sus propias entrañas. De dentro
hacia fuera hasta su total regeneración. Entonces, cuando sea fuerte, sobrarán
todos aquellos, llámese políticos, que tratan de utilizarla a su favor, sin
escrúpulos, ya sean del signo que sea.
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