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La Córdoba taurina atraviesa una crisis preocupante con pocos visos, al
menos, a corto plazo, de recuperación
Cuando las
primeras ferias taurinas de la temporada se vislumbran en el horizonte, Córdoba
continúa penando en el purgatorio del ostracismo. Ya se conoce que el,
antes, tradicional
festival de la Asociación Española Contra el Cáncer no se
celebrará y ha sido sustituido por un espectáculo ecuestre. Lástima, pues el
festival era una fecha consolidada de pleno en el almanaque taurino cordobés.
Con esta ausencia otro año más se pierde, posiblemente, el último
acto taurino social importante que se celebraba en el Coso de los
Califas. Sobre la
Feria poco se sabe. Sólo que continuará la misma empresa, al
ejercer su derecho a prórroga, y que el esquema de la Feria de Mayo, según ha
podido trascender, poco variará de lo celebrado en años pasados.
O lo que es lo mismo, dos festejos mayores, otro de rejones,
aunque se habla de una novillada con picadores. Poca cosa para lo que debe ser
una ciudad que, taurinamente hablando, atraviesa una crisis profundamente preocupante y
con pocos visos, al menos a corto plazo, de recuperación.
También es triste que en
las primeras ferias importantes de la temporada la representación cordobesa sea
prácticamente nula. Solo la aportación ganadera de Alcurrucén,
aunque sus toros prácticamente yo no pastan en el término de Pedro Abad, y la vacada
de Fuente Ymbro, propiedad del cordobés Ricardo Gallardo, ponen una ínfima gota
de cordobesismo en unas combinaciones, donde se refleja que Córdoba taurina
está tocando un preocupante fondo.
Sin matadores relevantes en el escalafón superior, aunque Finito
podría abrir y revestir de categoría muchas combinaciones, y con un escalafón
inferior destrozado por el sistema, donde es prácticamente imposible provocar
un necesario cambio generacional, el
panorama comienza a ser preocupante y, cada vez, más desolador.
La Córdoba taurina sigue con el puso muy débil, solo
aliviado por los actos culturales y coloquios que se siguen organizando, en los
que en numerosas ocasiones se masculla con amargor la triste situación que vive
la fiesta de toros en una ciudad universal.
No obstante, estos actos son los que mantienen el rescoldo de lo
que fue Córdoba en el planeta de los toros y, sobre todo, los que continúan
demostrando, citando a Baroja, que "Córdoba
no está muerta, solo es un pueblo que duerme", a lo que
apuntamos que ojalá despierte pronto, porque nunca es tarde si la dicha es
buena.
Destacar también a la Juventud
Taurina de La Carlota, que organizó días pasados un tentadero
solidario en las instalaciones taurinas del Hotel El Pilar. Tuvo enorme éxito y
un beneficio económico que será destinado a la labor altruista de la Asociación
Española Contra el Cáncer.
Elogio y aplauso hacia estos jóvenes que
han promovido un espectáculo taurino en tiempos convulsos, luchando
posiblemente contra multitud de obstáculos, pero que a la postre han podido
celebrar el festejo que pretendían, convirtiéndose este, sin ellos saberlo, en
la apertura taurina en la provincia de Córdoba de este año de 2019. Enhorabuena
y a seguir en la lucha.
Guerrita y el toro Cocinero
Circuló estos días por las redes sociales una foto de Guerrita estoqueando
un monumental torazo.
Para que luego digan que el II Califa se aliviaba. La fotografía impresiona.
Pero puestos a indagar aquella lidia, cuando el siglo XIX agonizaba, tiene su
historia oculta.
Para la fiesta
de San Isidro se programó una monumental corrida de toros,
en la que se anunciaban Guerrita,
Antonio Fuentes y El Espartero, ante una corrida colmenareña,
de la hoy casi extinta casta jijona, perteneciente a la ganadería de Félix
Gómez. De entre los toros había uno que destacaba por el desarrollo de su
cornamenta e imponente trapío.
Guerrita, monarca absoluto de la tauromaquia de la época, le dice
al mayoral que le
diga al ganadero que sustituya ese toro por otro más
acorde a sus hermanos. El conocedor de la ganadería responde, que ese toro, de
nombre Cocinero, no venía reseñado para él.
Entonces no existía el sorteo, por lo que Guerrita, picado en su
amor propio, hizo
que el toro fuese enchiquerado para ser lidiado y
estoqueado por él mismo, obteniendo un resonante triunfo en la vieja plaza de
la Carretera de Aragón, ante un público que siempre fue duro con él.
Las cosas del Guerra y un pundonor profesional, llamada vergüenza
torera, que hoy están ayunas en muchas figuras del escalafón que solo matan lo
que le es, no ya más propicio, sino lo más cómodo y fácil para el ejercicio de
su profesión.
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