Marta Reillo el pasado Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo |
Estos festejos no pasan
por su mejor momento en una época en el que el mundo del toro ya está sufriendo
demasiados ataques; las picadas han desaparecido de la práctica totalidad de
las ferias
La temporada taurina sigue
su caminar. El periodo estival es tiempo
de fiestas y rara es la que no lleva aparejada algún divertimento de carácter
taurino. Va en el sentir del pueblo español desde que España es España. Los
toros, y todo lo que les rodea, es
una señal de identidad española. A pesar de que no corren
buenos tiempos para el llamado arte de Cúchares, todo se repite un año más. La
feria en honor del santo patrón y con ello el consabido espectáculo taurino.
Pese a quien
pese, el toreo continúa siendo algo
inherente al ocio festivo de un país, de caracteres tan
diversos como el nuestro, aunque por unos motivos u otros, en ocasiones más de
carácter internos que externos, el toreo no pasa por su momento más álgido.
Las
corrientes animalistas, de las que partidos sin escrúpulos y sin programa,
pretenden arañar un puñado de votos, han hecho de la fiesta un enemigo a
batir. Hoy la fiesta de toros no
es políticamente correcta. Está en el punto de mira de esta
sociedad, tan aséptica con la muerte, que nos ha tocado vivir. Por dentro de la
fiesta en sí, los problemas son otros. Nos ha tocado una etapa de tecnócratas
que solo piensan en el presente. Para ellos el mañana no existe. Solo viven el presente.
De ahí es por lo que intentan arañar el último céntimo que se pueda. Poco les
importa el futuro de la tauromaquia.
Para ellos
el problema general es banal. No ven, y si lo ven miran para otro lado, los
peligros que se ciernen sobre el torero. Nada les afecta. Solo imponen sus
criterios, abusando de su poder, menoscabando
el interés de los aficionados, a los que ningunean hasta la
saciedad, lo que está llevando a que estos estén abandonando las plazas,
hastiados del abuso de poder de los tecnócratas del sistema. Mientras tanto, un
público ocasional, con una afición incipiente y muy elemental, va copando los
tendidos, viendo y aceptando con beneplácito, el nuevo modelo de fiesta
impuesto por el sistema en defensa de sus fines.
La
renovación es necesaria en todo. En
la tauromaquia también. Antes a un torero le bastaban cuatro o
cinco temporadas buenas, para ser considerado una primera figura. Hoy hay
toreros con más de diez años de alternativa a los que todavía se les espera ese
paso adelante para hacer historia. Otros viven de las rentas de sus años
cenitales. Pasó su momento, pero
ahí siguen. Tratando, con el consentimiento de los tecnócratas
que conforman los trust empresariales, de apurar hasta el último momento,
cerrando con ello el paso a las nuevas generaciones que apenas tienen la
oportunidad de reivindicar su nombre y, en ocasiones, su buen momento.
El principal
pecado –la penitencia va a ser durísima– del momento actual es la falta de
novilladas picadas. Cierto es que a través de las escuelas taurinas, los
noveles comienzan su camino. Certámenes, bolsines, tentaderos a puerta abierta, cubren los primeros pasos de los que sueñan con
ser toreros. Ahí no está el problema, aunque afloren muchos tejemanejes, que
haberlos los hay, la dificultad comienza cuando estos chicos, una vez superado
el primer filtro, deciden dar el paso y convertirse en matadores de
novillos-toros.
Las
novilladas picadas, salvo Madrid y Sevilla, han desaparecido de la práctica
totalidad de las grandes ferias. También
de las plazas de menor categoría. Donde antes se organizaba un
festejo de este tipo, hoy se organiza una corrida de toros. La presión fiscal
es la misma, se argumenta desde el sistema, y ante ello mejor organizar una
corrida que un festejo menor. Nadie mira el escalafón novilleril.
¿Recuerdan aMarta Reillo? Sí, la maletilla que causó sensación en Ciudad Rodrigo. Pues a
pesar de que le prometieron El Dorado, no ha toreado ni un solo festejo tras la
repercusión mediática que tuvo. ¿Es normal? No. Como tampoco lo es que el
escalafón novilleril, a día de hoy, lo encabece a estas alturas un espada que
suma tan solo diez festejos, como es el caso de Javier Orozco. Ferias y ferias
que han prescindido de una novillada con picadores como era de costumbre. La
culpa, según dicen, la tiene la presión fiscal, a lo que hay que añadir que
también la poca vergüenza de empresarios sin escrúpulos.
Es por ello
por lo que hay que agradecer a localidades como Arnedo, Calasparra, Algemesi u
otras que velen por las novilladas picadas, que son las que de verdad pueden
traer aire fresco a la fiesta. En
nuestra Córdoba pudo ser Montilla. ¡Cómo se añoran sus
novilladas de lujo! Pero entre unos y otros se las cargaron y hoy son solo son
un bonito recuerdo. Córdoba, como siempre, a lo suyo. Solo desidia y abandono.
Pareció que la concentración que organizó el Círculo Taurino podía encender la
mecha para reivindicar muchas cosas, pero al parecer la mecha era corta y
finalmente la bomba no explotó. Las cosas de Córdoba.
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