5/01/2017

DUELO POR PALOMO Y POR LA FERIA


La semana que expira dejo el adiós de Palomo Linares. Una figura aparejada a la fiesta de los toros de fines del pasado siglo. Mucho se ha hablado y escrito sobre su persona estos últimos días. Ha sido recordada, tal vez en exceso, su gesta de ser el último torero que cortó un rabo en la monumental de Las Ventas de Madrid. Palomo fue mucho más que eso. El rabo de Madrid en la campaña de 1972 -también cortó otro esa misma temporada en la monumental de México- no fue más que otra página en su dilatada y meritoria hoja de servicios. La dimensión que alcanzó su figura, tanto en el panorama taurino como en el social, fue tan importante que, sin lugar a dudas, debe de ser recordado por algo más que aquel despojo con el que muchos pretenden justificar su vitola de figura del toreo.
La figura de Sebastián Palomo fue una prolongación de lo vivido años antes con Manuel Benítez El Cordobés. Al igual que éste, surgió de una familia humilde en un núcleo rural. El toro era su válvula de escape para la consecución de un sueño que le llevaría a prosperar para sacar a su familia de la penuria. El crío que abandona su hogar y sin recursos viaja al corazón del país buscando fama y fortuna. La oportunidad en Vistalegre le pone en camino y, poco a poco, aquel chiquillo fue cumpliendo sus objetivos. Una vez más, un torero encarnó el sueño de una generación que ansiaba salir, como España en aquel momento, de la penuria y la pobreza. Eran los llamados años del desarrollo.
En las plazas Sebastián Palomo Linares fue un torero honrado. Pundonoroso y valiente, que no se dejó ganar la pelea por nada ni por nadie. Su amor propio le llevó a combatir contra compañeros, con menuda generación se codeó, con empresarios, con cierto sector de la prensa y, sobre todo, consigo mismo en un admirable afán de superación. Aún queda grabado en la retina de muchos los que lo vieron, aquella figura, vestida siempre de plata, pisando terrenos más que comprometidos, ante toros de cualquier ganadería, y acartelado por lo más granado del escalafón dejando muestras de su innegable personalidad. Recuerdo una tarde en Córdoba, picado en su amor propio por un triunfo de un Capea pleno, dar un inverosímil farol de rodillas junto a la puerta de arrastre a un toro de Peralta, en tarde de sombras de Paula. Un titán, un león. Un torero a carta cabal que cubrió una época y que merece de ser recordado por mucho más que por haber cortado un 'jopo', solo un despojo, en Madrid.
Hablando de Córdoba poco se sabe de la próxima feria. No se conocen combinaciones algunas, y lo que es peor, ni fecha de presentación de carteles. Triste que en el año conmemorativo del nacimiento de Manolete, la gestora del coso no esté a la altura. A las fechas que estamos sólo es de esperar, una vez mal, un ciclo improvisado, carente de interés y pensado para cubrir lo firmado con una propiedad que calla. El filón que fue Los Califas está agotado. Lo malo de eso es que no se está trabajando para su recuperación. Córdoba no es nada en el panorama taurino nacional y solo conserva su categoría de forma administrativa y testimonial por su historia, esa que nadie respeta y que tristemente es obviada y olvidada por las nuevas generaciones, a la que el toreo no supone, por falta de conocimiento, más que una actividad sangrienta y bárbara.
La plaza de temporada que fuese Córdoba sólo es un recuerdo, como también lo son aquellos ciclos en que se celebraban de forma ininterrumpida toros durante toda la semana feriada. Hoy todo es un recuerdo. El presente son dos festejos mayores y pare usted de contar. Ni novilladas picadas para que el nuevo Lagartijo, la única esperanza torera que queda, pueda avivar un rescoldo que cada vez será más dificil, si no imposible, recuperar.

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