El torero valenciano abre la Puerta de los Califas con una faena en la que volvió a mostrar las características de su tauromaquia.
Cayetano corta una oreja y Finito, doble ovación.
Tarde extraña la vivida ayer en la plaza de toros de Los Califas. El sábado de feria siempre fue un día festivo en el coso de Ciudad Jardín. Primero porque el público acudía en masa a los tendidos. La terna actuante daba igual, la plaza siempre registraba una magnifica entrada. Luego, ese público, mayormente espectador ocasional y poco aficionado, se mostraba condescendiente con lo que acontecía en el albero y aquellas tardes sabatinas se convertían en tardes donde el triunfalismo se apoderaba del ambiente. También hay que dejar claro que en aquellas tardes se vivieron otras cosas que si serán recordadas por su importancia, por lo que aquellos sábados feriados eran el flotador que muchos años salvaban económicamente el abono ferial.
Ayer la plaza estaba extraña. De entrada, ese
público festivo y alegre que acudía esta jornada brilló por su ausencia. Mucho
sillón carmesí quedó visible, cuando no hace mucho la plaza registraba
magnificas entradas. Luego el público asistente estuvo frío. Le costó entrar en
la corrida. Tal vez pesó en el ambiente el mal juego del primer encierro. Lo
cierto es que el ambiente no era el de otras veces.
Los toros enviados por Juan Pedro Domecq, sin ser un dechado de virtudes, tuvieron un juego que permitió en cierta media el lucimiento de los espadas actuantes. Pecaron de lo mismo que el resto de la cabaña brava; no hay que olvidar que esta ganadería es madre de casi todas las demás. Es decir, de falta de movilidad y casta. Por contra, tuvieron nobleza y mientras su poca raza se lo permitió tuvieron alguna embestida potable. Lo malo es que a medida que la lidia se desarrollaba, se iban apagando poco a poco, quedando todo a medias e inconcluso.
Los toros enviados por Juan Pedro Domecq, sin ser un dechado de virtudes, tuvieron un juego que permitió en cierta media el lucimiento de los espadas actuantes. Pecaron de lo mismo que el resto de la cabaña brava; no hay que olvidar que esta ganadería es madre de casi todas las demás. Es decir, de falta de movilidad y casta. Por contra, tuvieron nobleza y mientras su poca raza se lo permitió tuvieron alguna embestida potable. Lo malo es que a medida que la lidia se desarrollaba, se iban apagando poco a poco, quedando todo a medias e inconcluso.
A estas alturas no vamos a descubrir a Enrique
Ponce, vestido ayer de marfil y oro. Posiblemente el torero con más oficio del
escalafón. Esto unido a una cabeza privilegiada y a su conocimiento de los
toros a que se mide, jamás defrauda a nadie. Ponce, a sus veintisiete años de
alternativa, es el triunfador de esta exigua y breve feria. ¿Qué fue lo que
hizo Ponce? Nada novedoso respecto a lo que tiene acostumbrados a los
aficionados. Ponce es capaz de sacar agua de un pozo sin fondo. Ayer en Córdoba
lo demostró una vez más, y van...
En su primero estuvo en Ponce; es decir, fácil,
correcto, pulcro y desplegando unos conocimientos máximos. La poca duración de
su oponente y la frialdad del público hizo que solo pudiera saludar desde el
tercio. El triunfo vino en su segundo. Ya lo recibió de forma inusual con una
larga cambiada de rodillas en el tercio, para continuar a la verónica saliéndose
hacia los medios. Ajustado quite por chicuelinas que el público aplaudió.
Brindó su trasteo a Juan Serrano y comenzó el despliegue de toda la tauromaquia
poncista. Trasteo largo y de mucho empaque. donde su personal toreo brilló como
en las mejores ocasiones. Faena en su línea habitual que conectó con unos
tendidos que se le entregaron mediado el trasteo. Remató con alardes, ora
erguido, ora genuflexo, todo revestido con su elegancia y luminosidad. Una
estocada trasera y desprendida acabó con el toro y un público enardecido pidió
el doble trofeo para el torero de Chiva, que la presidencia concedió. Habrá
quien discuta el triunfo de ayer en Córdoba. Tal vez aquello tuvo más de
plasticidad que de profundidad, pero a estas alturas negar a Ponce el pan y la
sal, es algo baladí. Ponce fue, es y será siempre así. Y que vengan muchos como
él.
Finito de Córdoba, de azul marino y oro, toreaba
ayer su primer festejo del año. Algo que se antoja injusto. Finito tiene
empaque y torería para vestir muchos carteles. Su forma de ser le ha llevado a
estar fuera del circuito hoy establecido. Dispuesto a más no poder. Capoteo con
gusto a sus dos toros, con algún lance a la verónica, así como una media,
dignas de cualquier disciplina de las artes plásticas. En su primero, que
brindó a su padre, cuajó un trasteo con prestancia, donde cuajó muletazos por
ambos pitones de gran belleza y profundidad. Pronto se apagó el de Juan Pedro y
unido al mal uso del acero, le privó de costas mayores. En su segundo se
repitió el guión. Chispazos sueltos, detalles, disposición y ganas de agradar
al tendido, pero el toro duro apenas dos tandas y así es imposible. No obstante
de sus manos salieron los muletazos más profundos de la tarde y de la feria.
Cayetano, de azul pavo y oro, volvía a Córdoba tras
algunos años de ausencia. Sus buenas actuaciones en Sevilla y Jerez hicieron despertar
alguna expectación, por lo que hubo público, especialmente femenino, que le
aplaudió a la más mínimo. Cierto es que el menor de los Rivera estuvo muy
dispuesto durante toda la tarde, pero su labor pecó de falta de ajuste en
líneas generales. Manejó el capote con soltura en ambos toros. A su primero le
instrumentó una faena larga, donde hubo más cantidad que calidad. Su segundo,
un sobrero de Parladé, le permitió realizar una faena, brindada a Julio
Benítez, que tuvo cierto calado en los tendidos, destacando el toreo al
natural. Una estocada arriba tumbó al de Parladé y cortó una oreja, tal vez
demasiado benévola.
FOTOS: FIT
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