7/03/2011

LOS RELATOS DE RAFAEL EL VAQUERO. AVISPADO PUDO LIDIARSE EN EL ESCORIAL.


La primavera da sus últimos coletazos. Córdoba sigue con su belleza de siempre. Serena, sobria y con un toque de zalamería que la hace más hermosa aún. Todavía se pueden ver en sus rejas y balcones los geranios que dan un colorido hermoso. Es la señal que nos hace saber, que a pesar de las temperaturas veraniegas, aún nos encontramos en la estación de la vida por antonomasia. Pasear por Córdoba en junio, siempre que no nos pille el calor, es todo un placer. Misterioso es encontrar en cada paseo algo que hasta ese momento nos había pasado desapercibido. Como si apareciesen, obra de cualquier conjuro, muchos detalles se hacen presentes cuando menos se le espera.
Uno de esos lugares es la plaza de San Agustín y el barrio que le da nombre. Aunque la iglesia dedicada al santo de Hipona siempre ha estado allí, desde su restauración su barrio ha cobrado una vida distinta. Parece como si se hubiese dado una vuelta atrás en el tiempo, y un lugar hasta hace poco tristón y decadente, vuelva a ser una explosión de vida y de colorido. Allí se invita al visitante y al transeúnte ocasional a ensimismarse cada vez que se pasea por sus calles empedradas, respirando toda la esencia del cordobesismo más castizo y popular.
Por eso, de cuando en cuando, me gustar tomar la calle Rejas de Don Gome y llegar a San Agustín. Una vez allí me traslado en el tiempo y saboreo todo lo que la plaza, el barrio y sus gentes ofrecen. Calor, belleza y amabilidad. La belleza de la fachada recién remozada y las sombras que dan los arboles del conjunto, a la vez que los distintos aromas que se perciben, hacen del conjunto un lugar embriagador y mágico.
El mediodía del sábado se hace presente. Tras ver las pinturas magnificas del pintor José Manuel Ayala en su estudio frente a Jesús Nazareno, recorro la calle Hinojo en dirección a la plaza de San Agustín. El objetivo no es otro que tomar en alguna de sus tabernas algo fresco. La oferta es diversa y variada, pero me decanto por entrar en la taberna El Rincón de las Beatillas. Lugar donde se puede beber su exquisito vino y tomar algo de su cordobesa cocina. Entro y en una de las mesas del patio, hojeando el periódico, me encuentro con mi amigo Rafael, el vaquero. No advierte mi presencia, por lo que opto por llamarle la atención.
- Rafael, buenas tardes, que no ve usted a nadie.
- Hombre, que hace osté aquí.
- Pues a tomar algo fresco antes de ir para casa en busca del almuerzo.
- Pos siéntese osté aquí conmigo. Estoy viendo la “cartelera” en el diario a ver si conozco a alguien.
Hay que aclarar que el viejo vaquero llama “cartelera” a la página donde se publican las esquelas necrológicas del periódico.
- Anda que lo que mira usted. Podía ver otras cosas más interesantes y menos fúnebres, que para dos días que estamos aquí no vamos a estar siempre en negativo.
- Ya. Pero uno ya va teniendo una edad que cualquier día me ve osté anunsiao en estos papeles.
- Anunciados ahí tarde o temprano lo vamos a estar todos Rafael, así que a ver más cositas del periódico, así nos enteramos de las cosas que pasan en este mundo que cada vez está más loco.
- Hombre, yo lo miro too aunque osté piense que no. Hoja por hoja. Desde lo que pasa en el ayuntamiento, hasta las desgracias de su equipo de furbó y hasta lo que ponen en la tele. Fíjese osté si lo miro y remiro bien que el otro día vi que estuvo osté en Pozoblanco largando de toros.
- La verdad es que si Rafael, allí estuvimos pasando un buen día con la gente del Valle de los Pedroches. Que sepa usted de Pozoblanco tiene una afición muy buena. Una afición que quiere de un toro pujante, bravo e integro. Que le gustan los toreros de verdad y que quieren lo mejor para su plaza. Lo que ocurre es que en el mundo del toro y también fuera de él, a Pozoblanco y su afición le pesa en exceso la tragedia que ocurrió allí con la cogida y muerte de Paquirri.
- Es la pura verdá. Es curioso amigo mío, que en las plazas del norte de nuestra provincia es donde las gentes cuiden más el toro. También lleva osté razón. Lo de Paquirri marcó de manera negra a Pozoblanco. Hablar fuera de Pozoblanco, y si es de toros más, es hablar de la cogía y muerte de Paquirri. Al igual que Talavera, Manzanares o Linares, Pozoblanco tiene un tinte mardito del que difisilmente se quitara de en medio.
- Bien lo sabe usted Rafael. Bueno, veo que está usted seco ¿pedimos unos medios?
- Vamos al lío, pero esta vez le invito yo.
- Bueno Rafael, yo pago el pescaito frito ¿vale?
Pedimos un par de medios y una ración de calamares fritos, que en esta casa le dan un punto especial que los hacen un autentico manjar para los paladares más exigentes.
- ¿Le cuento una cosa que a lo mejor tiene que ver algo con Pozoblanco?
- ¿De toros?
- Hombre, eso está claro. No nos vamos a poner a largar de política, que está la cosa calentita, de deportes o de otros chismes. Nosotros a los nuestro que es hablar de toros, de campo y de toreros.
Le rio la gracia y le digo que empiece. A ver con que nos sorprende hoy.
- Mire osté. Tengo la sensación que al toro de la tragedia de Paquirri lo vi yo antes.
- ¿Y eso Rafael?
- Le esplico. Trabajaba yo ya con su paisano Martínez Benavides, y una mañana de agosto se resibió en la casa una llamada urgente de don José Cuevas “Valencia”, empresario junto con su hermano Victoriano de la plaza de San Lorenzo de El Escorial. El caso era que los veterinarios habían descabalao una corrida de Sayalero y Bandrés en El Escorial y nos pedía que se llevasen toros de casa para tratar de completar el desaguisao.
- Rafael ¿y qué tiene eso que ver con Pozoblanco?
Rafael calla. Toma un sorbo de vino, pincha con el tenedor una anilla de calamar frita a la que pone unas gotas de limón, y reconduce el tema.
- Pos le sigo contando para que osté se dé cuenta. Cuando llegamos con cuatro toros a El Escorial, había otros cuatro de Sayalero y Bandrés en un corral. Eran los toros desechaos que estaban esperando nuestro camión para llevarlos a la finca de Dª Amelia Pérez-Tabernero, según habían dispuesto los empresarios, los hermanos Valencia.
- ¿Cómo eran los toros que se rechazaron?
- Eran terciaillos. Negros y alguno mu astifino. No me llamaron mucho la atención pos iba preocupao junto con el mayoral de la casa para descargar los nuestros, que por sierto se estrosaron los pitones de derrotar en los muros de los corrales y que luego nos costó un disgusto, pues las gentes pensaron que se habían arreglao, cosa que no hubiera dao tiempo, por llegamos con la hora justa para sortear y enchiquerar. Aunque a Ojeda, que era el que mandaba entonces, no hubiese hecho asco alguno a que aparisiera por allí algún barbero.
- Rafael y que paso con los toros rechazados de Sayalero y Bandrés ¿Dónde fueron a parar?
- Ya se lo he dicho. Don José y su hermano, Victoriano Valencia, que eran los empresarios, despusieron que se llevasen a la finca de doña Amelia que estaba allí cercana. Luego hablarían con los ganaderos para ver que hasian con los que no habían pasao el reconocimiento. El caso es que al desembarcar los de Benavides, se cargaron en el mismo camión y yo mesmo, acompañe al camionero hasta la finca “Puerta Verde” donde se desembarcaron y estuvieron unos días en un cercao con las tapias de la típica piedra del lugar. Allí a su altura, don José Cuevas y su hijo, hoy notario de Córdoba, hablaban que los toros estaban bien hechos y presentaos para una plaza como la de El Escorial, no encontrado esplicasión alguna sobre el motivo de su desecho.
- ¿Y entre esos toros estaba Avispado?
- La verdá es que no se lo puedo decir con seguridad. Lo que sí es sierto que esos cuatro toros rechasaos en El Escorial, se lidiaron en Pozoblanco la fatídica tarde de setiembre del ochenta y cuatro, completaos con alguno que había en la finca de Sayalero. Ya sabe osté. Canorea anunsio en Pozoblanco para esa tarde una corrida de Antonio Gavira, el padre de sus amigos, pero a Beca Belmonte, que era quien llevaba las cosas a Paquirri, le paresia grande para una plaza de tercera, conosia lo que tenía Sayalero y le aconsejó a don Diodoro cambiarla. Se sustituyó la de Gavira por la de Sayalero y el resto de esta historia ya lo conose osté.
- Las cosas del toro y del destino Rafael. Bueno y puestos ¿Qué paso aquella tarde de agosto en El Escorial?
- Pos poca cosa. Triunfos de Julio Robles y Paquito Esplá. Ojeda pegó un petardo, y a nosotros y a Sayalero y Bandrés nos dieron de lo lindo. Los toros se estrosaron lo pitones en los corrales y enchiqueramiento y se lió la de Dios es Cristo, pos dijeron que la corria estaba arreglá y ensima de forma burda. Zabala, que en Gloria este, se encargó de ponerlo en los papeles y aquello fue un escándalo de marca mayor.
Nos terminamos las copas de vino y cada uno parte para su casa antes de que el calor apriete en exceso. Rafael camina por la plaza y parece sacado de una vieja estampa decimonónica por su porte y altanería. Un castizo cordobés en la Córdoba más castiza y profunda.

1 comentario:

Juanito dijo...

Me encantan estos relatos de Rafael el vaquero, y a un tiro de piedra de la Plaza de San Agustín vive una hija mía y bonitas letras cantadas por soleares se han hecho del barrio.
Un saludo.