Hoy
la bravura no se mide por las entradas al caballo de picar, se hace por lo que
muestre el animal en el tercio final o de muleta; pero el sábado en Lucena se
vio a un toro bravo de verdad.
EL indulto de un toro siempre existió en la historia. El
animal ganaba el perdón de su vida en casos excepcionales. Los animales que
vencieron a la muerte en la arena, aún viven en la memoria de los aficionados.
Aún se recuerdan sus nombres, y son conocidas sus épicas lidias a través de las
páginas de tratados y prensa de la época. Toros que mostraron su bravura en el
primer tercio, tomando un ingente número de varas, tumbando caballos junto a
picadores y causando bajas letales en las cuadras de los contratistas de jacos
de picar. Era el concepto de la bravura de antaño, donde el primer tercio, o
sea el de varas, era el baremo para comprobar las aptitudes de un toro digno de
tan honroso galardón.
La evolución del toreo nos trajo otro concepto de lidia.
Con el paso de los años, el primer tercio ha perdido importancia, tanta que hoy
es prácticamente testimonial, ganando el tercer acto de la lidia, el de muerte
o muleta, total protagonismo. El toro ha evolucionado al gusto de los toreros.
Los ganaderos se afanan en la búsqueda de un toro capaz de luchar, o embestir,
hasta la extenuación, eso sí, perdiendo en muchas ocasiones esa capacidad de irradiar
a los tendidos una sensación de peligro real. Hoy la bravura no se mide por las
entradas al caballo de picar, se hace por lo que muestre el animal en el tercio
final o de muleta.
El indulto, antes algo extraño y excepcional, hoy, a
raíz del reglamento de 1992, es algo que ha perdido su carácter magnifico. Se
ha convertido en algo banal e insustancial. Son muchos los toros que se
indultan a lo largo de la temporada ¿pero realmente han sido merecedores del
perdón? La respuesta rotunda es no. Se está premiando más la capacidad técnica
del torero, capaz de alargar la duración de una faena, que el concepto de
bravura tal como es entendida por los aficionados y los más escrupulosos
ganaderos.
Hoy el indulto es algo discutido. Tanto que ha comenzado
a perder credibilidad ante un sector de la afición. No se ve en esta medida,
nada más que un marketing gratuito para torero y ganadero. Discutir un indulto,
aún no se haya visto, es patente de corso de quien se precie ser un aficionado
cabal. Negar el perdón del toro da hoy la vitola de ser un fiel defensor de la
ortodoxia. Lo malo de esto, es que muchos de estos inquisidores desconocen la
realidad del campo bravo, de la selección y del trabajo diario de los
ganaderos. Por ello no conocer al toro -sólo lo conocen de oídas- es obstáculo
para no mostrarse conforme, con que el indulto, bien dirigido, es algo
beneficioso para una fiesta que precisa mucho aire fresco para recobrar
pujanza.
Cuando sale un toro bravo pone a todo el mundo de
acuerdo. Eso ocurrió en la pasada feria de Sevilla, cuando Cobradiezmos, toro
de un hierro tan mediático como el de Victorino Martín, se gano el perdón de su
vida en el dorado albero maestrante. Un toro bravo de veras, que cumplió con
creces su misión de dotar a la fiesta de la viveza que necesita a diario. Un
toro que ya forma parte de la historia. El histórico marco donde se ganó la
vida y el pial a fuego marcado en su cuadril pasarán también a su recuerdo,
pero el cárdeno Albaserrada puso a todo el mundo taurino en concordancia.
El sábado pasado volví a ver a un toro bravo. Esta vez no era Sevilla. Tampoco estaba herrado con una marca emblemática. Tampoco había cámaras de una televisión privada, de pago, ni un comentarista locuaz y mediático cantando sus excelencias.
El sábado pasado volví a ver a un toro bravo. Esta vez no era Sevilla. Tampoco estaba herrado con una marca emblemática. Tampoco había cámaras de una televisión privada, de pago, ni un comentarista locuaz y mediático cantando sus excelencias.
Está vez fue en una plaza nueva que lucha por cobrar
identidad propia, la de Lucena. Por su puerta de toriles salió Petrolero, de
Julio de la Puerta. Pronto hizo gala de su bravura. Franco y vibrante en sus
embestidas al percal que manejó el torero. Luego se arrancó con alegría y
empujó al caballo, donde, el picador Alventus le recetó un puyazo cruel, que
dejó un boquete sobre su morrillo. Quiso volver a lugar donde le castigaron,
pero no lo dejaron mostrar su casta de nuevo. Galopó raudo en el segundo
tercio, con prontitud y embestida humillada. Y luego en el tercio de muerte,
que él tornó de vida, gracias a su casta y bravura ante una muleta a la que
persiguió de forma incansable y feroz. La petición de indulto fue unánime, como
fue la respuesta del palco. Petrolero, un toro bravo de verdad, se ganó la vida
en Lucena, haciendo honor a sus ancestro y en concreto a su padre, Anegado,
también indultado en Baeza.
Hoy muchos aún dudan, ponen pegas a su juego y lo que es
peor, al perdón que se ganó en el ruedo. A Petrolero le faltó para ser
reconocido otro marco, una feria de campanillas, un hierro mediático, una
televisión privada y un comentarista de bigote teñido que cantara sus
excelencias. Pero no importa, ya está en el campo. Cura de sus heridas de
guerra de forma satisfactoria y sus criadores, gentes que trabajan desde el
amanecer hasta el ocaso, están contentos porque saben lo que atesora tan bravo
animal, que de seguro tendrá el próximo otoño un lote de vacas en las praderas
ursanoenses de La Valdivia.
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