Por fín llegaron las lluvias. El campo lo estaba necesitando y lo pedia a gritos, su agonía era ya terrible. Junto al campo, el toro. Muchos duros les estaba costando ya a muchos ganaderos, no solo por los desembolsos de piensos ante la falta de comida, ya se estaba pagando, a muy buen precio por cierto, enormes depositos de agua. La ganadería brava, ruinosa de por sí, estaba ocasionando muchos quebraderos de cabeza a esos ganaderos anonimos a los que les cuesta un mundo, colocar sus camadas. Es la pasión del ganadero romántico que ahora vé al final del tunel obscuro de la sequia una lucecita con estas lluvias.
La temporada por otro lado, se está apagando. San Lucas pone punto y final a una temporada en la que muchas sombras se han cernido sobre la fiesta, sobre todo desde fuera, desde dentro son aún las sombras mas latentes. Toros manipulados, bajos de raza, bobos y cuando no, peligrosos y con mala idea como los Victorinos de Zaragoza, de los que ha dicho el maestro Esplá que la fiesta corre un gran peligro involucionista. Sea lo que sea, algo esta pasando. Los públicos cada día entienden menos de toros, les gusta un espectaculo que no es el verdadero. Saltos, carreras, remanguilles y fregolinas, se están imponiento sobre la ortodoxia que ha mantenido la fiesta viva. El toro, tampoco es toro, bueno a los de los saltos, le dá igual que toro salga, lo malo son los que confunden mal genio con bravura. Esperemos que el año que viene las aguas vuelvan a su cauce.
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