No pasa la fiesta de los toros en Córdoba por su mejor
momento. Una serie de circunstancias adversas hacen que la tauromaquia en la
ciudad de los Califas, este en horas bajas. Una plaza que ha visto reducida de
forma alarmante sus espectáculos, que a su vez busca un tipo propio de toro a
lidiar, que también es incapaz de ver completado su aforo y lo que es más
doloroso, que no tiene repercusión alguna - lo de la coincidencia con San
Isidro suena a excusa barata- en el panorama taurino, no sirviendo para nada lo
alcanzado en su redondel. La afición,
por docta y sabia se entiende, escasea. Es el mal común en nuestro tiempo.
Pocos conocen en profundidad la liturgia y valores de esta fiesta única y
ancestral. La desidia y el aburrimiento se ha instalado en peñas, tertulias y
asociaciones de aficionados. Se está a verlas venir, incluso premios con solera
quedan desiertos año tras año, por lo que en esta edición muchos han decidido
no convocarlos.
La afición, la clásica y ortodoxa, ha sido sustituida por un
público entusiasta. Fácil, voluble, que en la mayoría de las ocasiones solo
busca la rentabilidad del dinero pagado por una entrada. Luego si las cosas no
salen a su gusto y modo, se pierden para siempre. No existe por tanto
continuidad alguna. Sólo suelen acudir a aquellos festejos en que los nombres
de los espadas anunciados le resultan conocidos, desconociendo por tanto, a
otros toreros emergentes que son los llamados a renovar un escalafón viciado.
Tampoco les importa el toro que salta al ruedo, en la mayoría de las ocasiones
desconocen incluso a que ganadería pertenecen. Es lo que se suele decir: Pan
para hoy y hambre para mañana.
También Córdoba se halla en la actualidad huérfana de
toreros. Con un Finito maduro que deja destellos de lo que pudo ser y no fue,
con un José Luis Moreno al que el sistema, y la mala fortuna, mandaron
prematuramente a casa, así como una cantidad de espadas que tomaron la
alternativa y poco más se supo, no hay nombres que hayan sido capaces de
ilusionar a una ciudad, como cada periodo de tiempo ocurre. Es algo cíclico que
siempre se repite. Córdoba da una figura del toreo cada cierto tiempo, luego
viene una larga, muy larga tal vez, travesía por el desierto para que aparezca
alguien capaz de ilusionar a una ciudad con una idiosincrasia muy particular. Puede
que ya toque. Al menos eso es lo que deseamos. Hace falta un nuevo revulsivo
capaz que la Córdoba taurina vuelva a despertar, a vivir y a reivindicar lo que
fue.
La crisis económica ha supuesto un varapalo para los festejos
menores. Su alto gravamen fiscal ha supuesto que las novilladas con picadores,
unido a la falta de nombres con proyección, sean espectáculos de poca
rentabilidad para empresas y de poco atractivo para el público. Muchas han
desaparecido de las ferias. Los espectáculos de recortadores y las novilladas
sin picadores, muchas en formato de clase práctica, han sido sus sustitutivos
forzados. Sin novilladas picadas el escalafón de matadores es difícil de renovar,
lo que trasladado al ambiente local cordobés, ha hecho que no haya habido nada
de interés para la afición cordobesa.
Precisamente en esos festejos sin picadores celebrados en Los
Califas, un joven apuntaba algo distinto. Se le veían cosas propias, no asumidas
en clases, ni tampoco sacadas de vídeos hoy tan al uso. Sus actuaciones sin ser
redondas dejaban sabor, aunque un pésimo uso de la espada la privase de mayor
rotundidad. El pasado año, mucho más maduro y con las ideas más claras, cuajó
una tarde redonda y fue el único torero vestido de oro capaz de cruzar el
umbral de la Puerta de los Califas. Un nombre nuevo, de dinastía torera, y con
un apodo con historia, Javier Moreno Sanz, Lagartijo.
La falta de festejos le ha impedido desarrollar con más
velocidad, pero su paso adelante con los utreros, unido a su madurez personal y
también profesional, hace que este nuevo Lagartijo sea capaz de ilusionar de
nuevo a Córdoba. Podrá o no podrá llegar a ser figura del toreo, empresa
difícil por no decir que imposible, pero este nuevo Lagartijo está mostrando
unas condiciones innatas para ser gente en el mundo del toro. En Osuna, la
tarde del viernes, hizo su segundo paseíllo con los montados. Segunda actuación
y segunda puerta grande. Tendrá que pulir aún muchos fundamentos técnicos del
toreo, que los tiene, pero hay algo en él que lo hace distinto, y que no es
otra cosa que la personalidad que atesora. Los toreros de hoy están
prácticamente cortados por el mismo patrón. Todos se parecen entre sí. Este
nuevo Lagartijo es distinto a todos. Sus formas son propias e innatas. Maneja
el capote con gusto. Cualidad que igualmente repite con la tela roja. También
se muestra valiente y tesonero cuando los animales no le permiten desarrollar
lo que lleva dentro. Su cruz, hasta ahora, venía siendo la espada. Con trabajo,
tesón y entrenamiento parece problema solventado. Ilusionante por tanto este
joven torero que puede, Dios quiera que si, hacer que el nombre de Córdoba
vuelva a sonar con fuerza en el planeta de los toros, porque esta tierra tarda
tiempo en darlos, pero cuando los da, están llamados marcar una etapa en la
historia de la tauromaquia.
El Día de Córdoba
Domingo, 17 de Mayo de 2015
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