El toro es
el pilar básico de la fiesta. Es el cimiento sobre el que se debe de sustentar
una liturgia milenaria. Toda la lidia debe de girar en torno al toro. El hombre
no debe de ser más que el oficiante de un rito ancestral. Sin toro, nada tiene
importancia. Es un animal que por su fiereza dota al espectáculo de dinamismo y
tragedia. Por ello, cuando el toro falla todo se derrumba como un castillo de
naipes. El rito queda ayuno de su fundamento principal. Sin drama ni tragedia,
el hombre pierde su halo de héroe y se convierte en un vulgar mortal. Ha
sustituido la épica por un ballet artificioso, vacío y hueco. Es la
degeneración del último rito vivo de la cultura mediterránea.
El pobre
juego de los toros llegados desde Lo Álvaro, predio donde pasta la ganadería de
Juan Pedro Domecq, convirtió a Los Califas en un templo donde se rindió culto,
durante dos horas y poco más, al aburrimiento, y con ello a la máxima
exaltación del bostezo. ¡Vaya con la corrida! Ya no es por su exigua y pobre
presentación, que la tuvo, sino el huero contenido de unos animales que hacen
un flaco favor a la tauromaquia de nuestros días. Animales sin alma, sin casta,
sin fuerza. Todo lo contrario de lo que debe de ser un toro bravo.
El
muestrario de los lidiados ayer en el coso de Ciudad Jardín es una clara
muestra de lo que no debe de ser una corrida de toros. Es el toro moderno, el
toro que demandan las figuras del escalafón para poner en valor su tauromaquia.
Una tauromaquia basada en lo estético y la plasticidad donde la verdad está
cada vez más difusa y nublada. La emoción está ausente tarde tras tarde, y ese
sentido estético que su busca hoy aburre hasta decir basta a un público falto
de educación taurómaca y desconocedor de los valores más ortodoxos de la misma.
Es el sino y el mal de la fiesta. Para su regeneración es necesaria la
recuperación del toro con raza y de toreros capaces de enfrentarse a ellos.
Si el toro
falló de forma estrepitosa, otro factor vino a completar la tarde para que el
tedio se adueñase de Los Califas. El siempre desdeñado viento hizo acto de
presencia antes de partir plaza y no abandonó el recinto, por lo que era muy
difícil, por no decir imposible, controlar las telas de torear. No obstante,
este factor no debe de ser excusa; lo que verdaderamente dio al traste con la
corrida no fue otra cosa que la falta de materia prima para el lucimiento,
motivado por la falta de raza de los toros lidiados. Y ante ellos, ¿qué decir
de los toreros? Poca cosa. Voluntad aparente y poco más. En su pecado llevan la
penitencia. Ellos son los que solicitan y demandan el material para crear y
expresarse. Luego se quejan, pero deben de hacer propósito de enmienda y
replantear sus exigencias y demandas.
Abría cartel
Francisco Rivera Ordóñez (me resisto a llamarlo Paquirri). Vino para encabezar
la terna en esta temporada de su reaparición, sin que nadie lo haya llamado.
Fuera de forma y con sus carencias habituales, Rivera estuvo en Córdoba, mató
dos toros y hasta otra. En su primero, el mejor de la suelta, fue aplaudido por
una faena que tuvo como nota predominante la colocación ventajosa y el toreo en
línea recta. Los muletazos jamás fueron rematados atrás, haciendo el toreo al
revés; es decir, de abajo hacia arriba. Una estocada trasera y un golpe de
descabello pusieron punto y final a un trasteo que no acabo de remontar por los
motivos antes comentados. En su segundo quedó inédito. Entre la falta de raza
del toro y el viento que sopló fuertemente fue un querer y no poder, siendo
silenciado al acabar su labor.
Morante es
esperado siempre en Córdoba. Lo realizado por el torero de La Puebla del Río es
difícil de olvidar. El espada lo sabe y siempre intentar dar lo mejor de sí
mismo. Gesto loable singular a dudas. En su primero, un toro como sus hermanos
v hueco de todo, quedó inédito con el capote. Luego en la muleta el viento
comenzó a molestar. Morante, tras intentos de poder lucir en varios terrenos,
optó por abreviar. Pinchazo y estocada siendo silenciada su labor. En su
segundo hizo estremecer a los tendidos con su recibo capotero. Una fantasiosa
larga afarolada de pie fue el prólogo a un ramillete de verónicas, ganando
terreno a su oponente, que remató en los medios con media entre los aplausos de
la concurrencia. Inició el trasteo por alto, con quietud y buen gusto. Luego
nada de nada. Intentos, conatos, muletazos sueltos y poco más. Un trasteo que
tuvo el denominador común de la tarde. Viento y falta de enemigo.
José María
Manzanares es el máximo exponente del sentido estético en el toreo de nuestro
tiempo. Pulcro, elegante. Todo lo tapa con su innata plasticidad, aunque el
toreo profundo no aparezca como se debe de exigir a una figura del toreo.
Recibió a su primero con unos lances elegantes. Tras un brillante tercio de
banderillas donde saludaron Rafael Rosa y Luis Blázquez, el torero inició su
faena logrando dos tandas de derechazos con su habitual elegancia. Cuando todo
parecía encarrilado, el toro, haciendo gala de sus defectos, se echó derrotado
y todo fue como un espejismo. En el sexto la misma tónica. Trasteo impregnado
de belleza, basado sobre
todo en la mano diestra. Manzanares baja mucho cuando torea al natural, pero ya
se sabe, cuando no hay toro, nada tiene repercusión. Para colmo, usó mal los
aceros y todo quedó en una cariñosa ovación de despedida. Tarde para el olvido.
Esperemos que la feria cambie de tónica. El toro es la clave. La emoción pasa
por la recuperación del toro.
Ganadería: Seis toros
de Juan Pedro Domecq, justos de
presentación, faltos de raza y de pobre juego.
TOREROS: Rivera Ordóñez, (azul rey y oro).
Ovación con saludos y silencio. Morante
de la Puebla, (azul rey y oro). Silencio y palmas. José María Manzanares, (negro y azabache). Silencio y palmas de
despedida.
INCIDENCIAS: Plaza de
Toros de los Califas. Segundo festejo de la feria de Nuestra Señora de la
Salud. Tarde primaveral, de temperatura bochornosa y en la que el viento fue
protagonista. Media entrada.
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