La temporada
taurina discurre su travesía como si lo hiciera a través de un desierto. El
tedio, el aburrimiento, la abulia, son tónica general año tras año. Solo cabe
esperar el milagro de que ocurra algo que sea distinto. Por muy poco relevante
que sea, si surge algo diferente, ya es novedad y sobre todo es motivo de
alegría.
Cualquier
faena que se salga de la tónica habitual, y si es hecha por cualquier
desheredado del escalafón mucho más, supone una bocanada de aire fresco en un
ambiente cada vez más viciado y enrarecido.
También
algún toro de encaste marginado, o incluso del dominante, que tenga un
comportamiento diferente con movilidad, casta y fiereza, también es algo
excepcional que nos llena de ilusión, y nos hace ver que la regeneración del
toro de lidia aún es posible.
Al final
todo es un espejismo. A pesar de las excepciones, que raramente puedan surgir,
todo queda en nada. Una falsa esperanza de una vuelta a la normalidad y a
tiempos pasados, donde la verdad prevalecía ante la farsa a que está sometida
la fiesta hoy.
Por todo
esto la localidad francesa de Ceret se muestra todos los años, y durante unos
días, en el epicentro del toreo mas ortodoxo. Allí todo es frescura. Todo
basado en un sistema muy alejado de los trust empresariales españoles. En Ceret
son los propios aficionados quienes compran las reses a lidiar. Siempre buscan
encastes en vías de extinción, alejados de las grandes ferias y sobre todo
repudiados por los figuras. Graciliano, Saltillo y Albaserrada han sido los
protagonistas en esta edición, con gran éxito, sobre todo en la corrida de
nuestro paisano José Joaquín Moreno Silva y en la de José Escolar. Los actuantes
son toreros en el más amplio sentido de la palabra. Toreros capaces de lidiar
cualquier tipo de toro, sin hacer ascos a ganaderías, ni a sangres
minoritarias, para hacer trasteos dinámicos que mantienen la atención del
espectador durante todo el festejo.
Igualmente
se vela para mantener la lidia integral en toda su dimensión, dándole a la
suerte de varas la importancia que realmente tiene como principal baremo de la
bravura. No se pica para masacrar al toro, se pica para medir su bravura y
mostrar el primer tercio en toda su extensión, exigiendo a los profesionales
que cumplan con su cometido y no intenten de mutilar a la fiesta con uno de sus
ejes fundamentales como es el tercio de varas.
Se premia a
los triunfadores, repitiéndolos en sucesivas ediciones y reconociéndole su valía
demostrada sobre el albero, como se castiga a los que no cumplen su cometido,
decepcionando con ello a todos aquellos que han comprado una entrada y se han
sentando en los coquetos tendidos del coso ceretano.
Y todo ello
paradójicamente haciendo gala de una seña de identidad de esta población en lo
que se ha dado en llamar la Cataluña francesa. Mientras en España la región
catalana reniega de la fiesta de los toros, en Ceret la versión, para muchos, más
pura de la fiesta se desarrolla entre barretinas, señera de Aragón, con los
sones de “Els Segadors” o “La Santa Espina”, todo ello sin complejos y haciendo
gala de una fiesta que han hecho propia, mientras que al otro lado de los
Pirineos ha sido prohíbida y perseguida. Por esto está previsto que para el próximo
mes de septiembre se celebre un festejo en el que se exaltará la corrida de
toros en Cataluña, lidiándose reses de Tomás Prieto de la Cal. Todo un ejemplo
de aficionados y gentes sin complejos.
Un enlace interesante http://www.ceret-de-toros.com
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