Hubo una época en el toreo, que las ganaderías
salmantinas tenían gran predicamento entre la afición. Apellidos ilustres de
criadores, que con una intuición fuera
de lo normal, vestían los carteles de las grandes ferias. Vacadas que antaño eran demandadas por toreros y afición.
Recordar los Pérez Tabernero, Cobaleda, Antonio Pérez de San Fernando, Atanasio
Fernández, Lisardo Sánchez o José Matías Bernardos, conocido con el sobrenombre
o apodo del “Raboso”. Todos marcaron una época y con su sapiencia ganadera
fueron dando su propia personalidad a los toros que criaron en las dehesas del
campo charro.
Hoy el campo bravo charro languidece. Una única
sangre se extiende como una mancha de aceite por toda la cabaña brava. Las
sangres históricas salmantinas se mantienen a duras penas. Se reducen vientres
y algunas han terminado su historia en los fríos y oscuros pasillos de los
mataderos. Solo algunas pocas se mantienen. Francia y algunas plazas del norte
son sus feudos, o mejor dicho, su tabla de salvación.
Se presentaba la vacada de “El Pilar” en
Córdoba. El viejo encaste que criara el “Raboso”, formado por reses de María
Antonia Fonseca, que a su vez procedían de Juan Pedro Domecq y Díez, antes de que
el toro “Lancero” de Torrestrella, injertara un goterón de sangre “nuñez” y se
terminase de configurar el encaste “domecq”, solo ha servido para mostrar que
el mal que padece la cabaña brava es endémico. El toro de hoy, sea cual sea su
procedencia, adolece de las características de lo que debe ser un toro bravo.
Casta, raza, movilidad y trapío están ausentes. La corrida que suponía traería
una bocanada de aire fresco a Córdoba, no ha servido. El toro de “domecq” más
primigenio acusa las mismas carencias del más evolucionado. “El Pilar” ha
defraudado a la afición cordobesa. Para este viaje no se necesitan alforjas. O
mejor dicho, no hacía falta embarcar una corrida en Salamanca para finalmente
defraudar como defraudaron los de “El Pilar”.
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